_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Parque nacional

El lunes pasado, Ruiz-Gallardón y su consejero de Medio Ambiente se fueron de excursión. No llevaron mochilas ni bocadillos y el presidente regional tampoco dejó en casa su traje gris convertido ya en segunda piel. Subieron con todo el séquito político y mediático hasta el Mirador de las Canchas y la presa de La Maliciosa, sorprendiendo a los buitres y águilas que nunca vieron tanta corbata en aquellas serranías. Más campero en su indumentaria el consejero Pedro Calvo abundaba en la majestuosa belleza de esos parajes con el mismo orgullo que un mariscal de campo muestra a su emperador el terreno conquistado.

Fue en ese contexto singular, con el reventón primaveral de fondo, donde Alberto Ruiz-Gallardón anunció una decisión que él mismo calificó de histórica; el Gobierno regional ha iniciado los trámites para convertir la sierra de Guadarrama en un parque nacional. Y cuando don Alberto habla de la sierra de Guadarrama no se refiere a dos o tres montañitas, sino a un territorio de unas 200.000 hectáreas dentro de cuyos límites se encuentran decenas de municipios con poblaciones que en muchos casos superan los cinco mil habitantes. Un área que se adentra generosamente en la Comunidad de Castilla y León y con cuyo Gobierno será indispensable contar para ese fin. El anuncio del presidente provocó la euforia inmediata de los líderes ecologistas, alguno de los cuales reclamaba incluso la paternidad de la idea manifestando que 'por fin el presidente les había hecho caso'. Es evidente que la sierra tiene un valor ambiental de primera magnitud y que ni el depredador más insensible negaría la dependencia que Madrid tiene de ella, ya que nos aporta hasta el agua que bebemos.

Resulta igualmente cierto que ese gran privilegio está necesitado de una fuerza mayor que lo proteja de los desmanes urbanísticos y del desarrollo incontrolado. Además, no tiene sentido alguno la mezcla desordenada de categorías de protección con que hasta ahora pretendían preservarla y que van desde la calificación de parque regional, a la de parque natural pasando por la más específica de zona de especial protección para las aves. Sin embargo, y a pesar de lo bonitas que sonaron las palabras del presidente, su 'histórico' anuncio se me antoja un brindis al sol. Y así lo creo, porque la característica fundamental de un parque nacional es la nula intervención del hombre y en la sierra de Guadarrama el homo sapiens se ha puesto las botas. La situación actual y los muchos condicionantes económicos y sociales que concurren no permiten pensar en un espacio unitario bien acotado en el que su fenomenal riqueza faunística y su flora queden a cubierto de la interacción humana. Los alcaldes serranos dicen que la declaración de parque nacional sería positiva mientras no suponga un límite para el desarrollo de los pueblos, es decir, mientras puedan seguir urbanizando. En parecidos términos se expresa el Gobierno popular de Castilla y León, que se siente arrastrado por las veleidades ecologistas de Ruiz-Gallardón. Su consejera de Medio Ambiente, Silvia Clemente, ha calificado la idea de interesante siempre que no le toquen los montes de Valsaín y Navafría, cuyas explotaciones madereras son incompatibles con la declaración. Los intereses son muchos y muy variados y el proceso demasiado largo y complejo para que la iniciativa no sucumba en alguno de sus tramos. En eso, los madrileños ya tenemos una experiencia frustrante. El 5 de marzo de 1992, la Asamblea de Madrid aprobaba por unanimidad una propuesta para convertir en parque nacional el monte de El Pardo. Parecía pan comido. Bendecidos por las circunstancias históricas, los bosques de El Pardo habían llegado casi intactos a nuestros días con una avifauna milagrosamente impropia de un ecosistema enclavado junto a la gran ciudad. El entonces presidente, Leguina, avalaba el proyecto que propuso inicialmente IU y el propio jefe de la oposición, Ruiz-Gallardón, lo apoyaba decididamente. Dos años y medio más tarde, las fuerzas políticas que ambos representaban, acordaban en el Congreso tumbar la iniciativa para no disgustar a nadie en la Zarzuela. Contra toda lógica, el monte de El Pardo no fue declarado parque nacional. Si Ruiz-Gallardón y su consejero quieren ese título para toda la sierra de Guadarrama tendrán que hacer algo más que una alegre excursión.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_