La década de Barberá
Valencia ha registrado con la actual alcaldesa un crecimiento urbanístico comparable al desarrollismo franquista
Las brisas marinas del 26 de mayo de 1991 empujaron un número suficiente de gaviotas hacia las urnas como para desalojar a los socialistas del gobierno de la ciudad de Valencia. Los electores dieron la oportunidad a la popular Rita Barberá, que fue la segunda más votada tras la socialista Clementina Ródenas, de acceder a la alcaldía con el apoyo de los regionalistas de Unión Valenciana (UV), encabezados entonces por Vicente González Lizondo. La convocatoria electoral de 1995 otorgó a Barberá la mayoría absoluta después de barrer en las elecciones a UV. Una posición de dominio que ratificó y consolidó en los comicios de 1999, donde terminó de deglutir a lo socios que le proporcionaron la vara de mando.
Esta semana se cumple una década de las elecciones que permitieron a Rita Barberá convertirse en una de las alcaldesas más emblemáticas del PP. En estos diez años la ciudad, un auténtico poliedro de sustrato conservador en el que los socialistas nunca han conseguido gobernar en solitario desde la transición, ha registrado notables cambios. Sin embargo, el más visible de todos para indígenas y foráneos ha sido el fuerte desarrollo urbanístico, que se ha traducido en la aparición de nuevos y grandes barrios -especialmente en el este y el oeste de la ciudad- y en una enfebrecida actividad del sector de la construcción, que se ha convertido en uno de los motores económicos de la capital.
Este cambio profundo ha modelado, incluso, el discurso de la alcaldesa Rita Barberá. En los comicios de 1991, la dirigente popular, todavía en la oposición, esgrimió como ejes políticos la lucha contra el narcotráfico, la mejora de la circulación viaria y la voluntad de convertir el viejo cauce del Turia en un proyecto singular. Cuatro años después, en 1995 la alcaldesa ya realizó una inflexión en sus políticas y optó por dar prioridad a la 'obra cercana al ciudadano' -los metros cuadrados de acera nueva se contaron por cientos de miles y las farolas hicieron de Valencia el faro del Mediterráneo- y 'proyectar la ciudad al exterior'. El primer eje de su gestión dio nuevos réditos en los comicios de 1999, aunque no el segundo que se tradujo en una frustrada candidatura de Valencia como capital europea de la cultura y unas actividades del III Milenio que pasaron con más pena que gloria.
En este su tercer mandato, Barberá ha optado claramente por impulsar el urbanismo y sumarse a los megaproyectos de la Generalitat y el Estado en la capital con ideas nuevas y viejas, en este último caso revestidas. Así, al complejo de la Ciudad de las Ciencias, la ampliación del metro y el AVE, la alcaldesa añade el parque de Cabecera, la prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez, el Balcón al Mar, el Parque Central y otras instalaciones.
El resultado de su política urbanística ha sido una ocupación prácticamente total de lo previsto en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), aprobado por los socialistas en 1988 y ahora en revisión, y una nueva filosofía que se ha traducido en una frase que repite últimamente: 'El valor de las viviendas de los valencianos ha aumentado con esta infraestructura', da igual que se trate de un jardín, una piscina o un túnel. 'Hemos mejorado la calidad de vida y el patrimonio [particular] de los valencianos', sentencia casi con periodicidad semanal. En 1991 Valencia contaba con 752.909 habitantes en el padrón municipal, a fecha de 1 de enero de 2000 la población oficial era de 743.202 personas y la ciudad sigue creciendo.
Ciudad compacta
El secretario general de la Federación de Promotores, Benjamín Muñoz, asegura que 'la configuración de la ciudad es una responsabilidad de los políticos'. 'El crecimiento urbano, visto desde la óptica del promotor inmobiliario privado, es el conforme a la demanda', dice Muñoz, que sentencia: 'El PGOU ha sido bueno pero se ha colmatado y hay que ver cuál va a ser el futuro'. Benjamín Muñoz afirma que, a nivel personal, es partidario de 'una ciudad compacta y en alturas, con los jardines que haya que poner, porque la ciudad bajita es insostenible'. A pesar de su visión sobre el urbanismo, el secretario general de la patronal de promotores insiste: 'Hacemos lo que nos está permitido porque tenemos unas normas rigidísimas'.
El portavoz de los promotores critica, sin embargo, que los políticos de la Administración local se pongan medallas a su costa: 'La Administración pública no ha inaugurado nada. Ha ido invitada por los promotores privados, que son los que han hecho los puentes, los jardines y los polideportivos, porque todos los planes de actuación integrales (PAI) se han adjudicado con cargas'.
Aunque Benjamín Muñoz discrepa de la mayoría de urbanistas y arquitectos sobre el concepto de ciudad sostenible coincide en que el centro histórico de Valencia 'es un desastre' urbanístico. Muñoz opina que el promotor no ha visto oportunidades de negocio razonable en esta zona de la ciudad, donde no se ha dado ninguna facilidad administrativa y en la que reclama 'una política clara de esponjamiento'.
La profesora de Historia de la Arquitectura y el Urbanismo de la Universidad de Valencia Trini Simó afirma que la expansión de la ciudad ha hecho que el centro se empobrezca. 'El patrimonio les importa muy poco. Se construye muy de cara al exterior y con poca calidad estética. En los barrios nuevos ni siquiera se ha tenido en cuenta un concepto como la perspectiva', prosigue Simó, 'y edificios como los de la Ciudad de la Ciencia sólo tienen de impactantes que nunca se han visto construcciones similares'.
El arquitecto Carles Dolç hace un análisis rápido: 'Es una vuelta al desarrollismo. Se construye mucho, rápido y en expansión. Valencia necesita una reparación interior y lo que se invierte en expansión se sustrae a la regeneración. El Ayuntamiento tiene un criterio de sostenibilidad cero'. Dolç considera que la Corporación durante el primer mandato de Barberá impulsó un plan verde a instancias de UV que era bueno para la ciudad, pero que rápidamente durmió el sueño de los justos. 'El político tiene un problema con el patrimonio: ha de compartir protagonismo con todos sus antecesores, por eso busca obras nuevas', sentencia el arquitecto. Tanto Simó como Dolç coinciden en que 'el dinero de la construcción tiene un peso fundamental en este Ayuntamiento'.
La reacción ha sido el surgimiento de grupos de ciudadanos que se movilizan -y a diferencia de los movimientos de los setenta y ochenta plantean alternativas- en defensa del Botànic, del Cabanyal, de Russafa, de l'Horta, etc. Mientras el centro histórico sigue su deterioro, se calcula que en Valencia existen 60.000 viviendas vacías. Una cifra que niegan los promotores que aseguran que todo se vende y que la cifra no supera las 30.000. En la ciudad hay ahora 6.000 nuevas viviendas en marcha, 22.000 en PAI adjudicados pendientes de hacer, otras 4.000 viviendas en polígonos pendientes de adjudicar y 15.000 en solares de suelo urbano consolidado.
La conclusión para la oposición municipal socialista que dirige Ana Noguera está clara: 'La ciudad siempre está inacabada. Tenemos contabilizados hasta 100 puntos negros de degradación junto a zonas que no lo están y los problemas se acumulan'.
Barrios con carencias
La presidenta de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Valencia, Carmen Vila, explica que desde hace cinco años han mejorado sus relaciones con el Ayuntamiento por voluntad expresa de Barberá, lo que se ha traducido en una respuesta rápida a los vecinos en los pequeños problemas cotidianos pero no en las condiciones que ha de tener la política urbanística de la ciudad. 'Pesan más los intereses de los constructores, que son los urbanistas de la ciudad más que los vecinos', dice Vila, que añade: 'Los equipamientos no van a lapar que la construcción de nuevos barrios'. La dirigente vecinal señala que Barberá se ha ocupado de dejar su impronta en los puentes o en el Palacio de Congresos pero no ha construido una ciudad policéntrica. Para Vila, el Ayuntamiento hace cosas bien, pero no ha impedido que Valencia tenga 'barrios de nueva creación que crecen a espaldas de otros existentes y ya consolidados con graves carencias'.
Rafael Lluch, secretario de la Confederación Valenciana de Comercio (Covaco), cree que 'el problema del crecimiento urbanístico es que no se hace ciudad, porque no se hacen calles'. 'Se hacen guetos que rompen el papel de la ciudad como espacio de convivencia', afirma.
'En los barrios nuevos se han creado aglomeraciones con pocos servicios', prosigue Lluch, que expresa su opinión personal, 'y eso tiene una influencia directa en la actividad comercial que ha facilitado la implantación de grandes superficies'. 'Se diseña una ciudad en función de los intereses de los promotores. Ha habido un culto al cemento que ha provocado una huida de los barrios consolidados hacia las nuevas zonas, entre las que no figura el centro histórico', explica el secretario de Covaco.
Respecto a la situación de los mercados, cree que el emblemático Mercado Central ha marcado la velocidad de crucero porque se ha hecho dueño de su futuro pese a no tener un barrio propio sobre el que sustentarse. El otro gran mercado, el del Cabanyal, también ha aprovechado la autogestión, mientras en el resto se han hecho inversiones. Lluch echa en falta la creación de una red de mercados municipales y una gestión directa con participación de los vendedores.
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