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LA OFENSIVA TERRORISTA
Columna
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El reflujo

'Vae victis'. La suerte de los vencidos nunca es envidiable y no lo será sin duda la que puede tocarles a quienes han defendido abiertamente la causa del pluralismo y de la democracia en muchos lugares del País Vasco. Con un grado de dramatismo mucho menor, tampoco se han librado de la quema aquellos que con la pluma apuntalaron la solución mal llamada 'constitucionalista'. En estas mismas páginas, el ajuste de cuentas alcanza el peligroso extremo de la condena de los intelectuales, cuya aspiración al 'gobierno de los mejores, o de los que tal se creen' opone en un artículo Juan Luis Cebrián al reciente ejercicio de la democracia en Euskadi. Se confunden además con los 'agitadores' al servicio del 'habitante de la Moncloa' o, en el mejor de los casos, resultan objetos 'arrastrados por la marea de esta campaña hacia las posiciones de Aznar'. Javier Tusell, que tal vez por el número de libros publicados escapa ya de la categoría, se escuda en Ortega para ridiculizar al intelectual como fabricante de objetos imposibles. Excesivo.

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El pecado de la ceguera

El denominador común en este tipo de planteamientos consiste en la negativa a vincular la atención hacia las víctimas del terror con la elaboración de una estrategia política. Es como si lo primero llevase a la confusión en lo segundo, cuando por el contrario el desamparo de las víctimas es en este caso la clave para medir las responsabilidades de la institución encargada de protegerlas práctica e ideológicamente en la sociedad vasca. El argumento de los detractores enlaza aquí con el rechazo de la 'satanización' del nacionalismo democrático. Olvidan que sin salir de las informaciones de este periódico hay acumuladas sobradas pruebas de pasividad del Gobierno Ibarretxe, complicidad al frenar la acción de la policía vasca, e incluso inducción cuando el grupo dirigente del PNV acusó a los periodistas de llevar ellos, y no ETA, la guerra a Euskadi. La crítica era inexcusable, así como la exigencia de buscar una alternativa política, subrayando que como el PNV no es el señor natural de Euskadi, su Gobierno en minoría, surgido de Lizarra, debía someterse a las urnas. Otra cosa fue la deriva de Aznar hacia un puro y estricto antinacionalismo, con las consecuencias sabidas.

¿O es que Euskadi is different, y por eso allí, estando ETA, resulta inocuo que un partido democrático coincida con la organización terrorista en su objetivo de panvasquismo irredentista, cuya obtención hace inevitable la violencia y que desestime aquellas instituciones en cuyo marco gobierna? ¿Constituye un signo de democracia votar bajo la coacción? La solución de Cebrián 'ir tirando' equivale en todos los sentidos a aceptar la prolongación del imperio de la muerte.

Por lo demás, la nueva situación política demuestra que las críticas no han sido inútiles y el atentado de ayer en San Sebastián, unos días después del sufrido por Gorka Landaburu, prueba que la propia ETA ha percibido los efectos de las mismas, haciendo inaceptable toda relación política entre el nacionalismo democrático y el vinculado a ETA. Es cierto que algunos, como José María Aznar, de nada se enteran, pero todos los indicadores apuntan a una revisión de actitudes protagonizada por Ibarretxe. El PNV parece darse cuenta al fin de que la clave de una construcción nacional, la política de integración, resulta incompatible en Euskadi con la exclusión de los demócratas no nacionalistas, por lo cual, sin renunciar a la meta final de la independencia, se impone hoy buscar una alianza con sus viejos amigos y rivales del PSOE, IU añadida. Sería un viraje no exento de riesgos, porque ahí están el soberanismo primario de EA y sobre todo la respuesta inevitable del terror de ETA. Por la misma razón, de confirmarse esa propuesta política, la elección racional a partir del reflujo de las elecciones debe consistir para los demócratas en un voto de confianza a Ibarretxe, por encima de los intereses de partido, condicionado eso sí al mantenimiento de la política de concordia. A pesar de un pasado imborrable, pero pensando en el futuro de la democracia vasca. Ahora bien, si tras los gestos de distensión su segundo Gobierno reprodujera la línea de actuación del primero, habrá que seguir desde la palabra fabricando el objeto imposible de poner un freno al crimen político en Euskadi.

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