Hombres, monos, dioses
Siguen llegándonos noticias de la sustancia humana y del parentesco del hombre con el mono. Desde que comenzó el nuevo milenio, no paran. Será casualidad, pero a mí me parece muy sospechoso. Primero se nos dijo que la diferencia genética entre cualquier simio y el homo sapiens era sólo del 2%. Ahora resulta que con el chimpancé es todavía más pequeña: del 1%. En el otro 99% somos esencialmente idénticos. No sé adónde vamos a parar. A mí esto no me gusta un pelo, pero me parece que poco voy a poder emplearme para remediarlo. El Hacedor lo dispuso así, y sus razones tendría. Los sabios de Atapuerca nos recuerdan una y otra vez que la diferencia entre todas las variedades del hombre actual es mucho más pequeña que la que existía entre todas ellas y el Neanderthal (que se perdió en las brumas del tiempo, por bruto), lo cual no debe gustarle otro pelo a los racistas. Por cierto, algunos científicos han intentado por todos los medios localizar el gen de la raza, y nada, que no aparece. Como no sea que por ahí quede algo de los neanderthales ... Toda una vida pensando que se es cualitativamente distinto, y resulta que no. En el fondo, es para tenerles lástima.
Unos manipuladores de la Universidad de Oregón nos presentaron por el mes de enero al primer mono transgénico. Un agitado especimen de laboratorio con el que esperan poder acercar su naturaleza a la nuestra -todavía más-, y así enseñarnos a combatir no sé qué enfermedades innombrables. Espero que una de ellas sea la del racismo y sus derivados. Pero también escuché por la radio que en otro laboratorio han descubierto que la hemoglobina que alimenta el cerebro humano es diferente de la que riega el resto del cuerpo, y que por eso la han llamado jugo del espíritu. Y aquí me he plantado. Hombre, ya está bien. Jueguen ustedes con lo que quieran, pero no con las metáforas, que es lo único que nos va quedando a los literatos, a cuenta de ese ridículo 1%.
Y como ellos se han metido en nuestro terreno, yo me meteré en el suyo. A mí la única manipulación que me parecería interesante sería la que pudiera corregir algunos extraños comportamientos del llamado homo sapiens -que también son ganas de exagerar-. Fallos que empiezan a adquirir proporciones alarmantes, y justo en estos primeros trámites del milenio. Sospechoso también, ¿no creen? Sin ánimo de agotarlos todos, vean: síndrome del neoliberalismo esclavizante, con parálisis momentánea del raciocinio. Se manifiesta en hechos tales como que a los marroquíes se les necesita para coger pepinos o fresas, pero no deben dormir ni comer ni otras cosas. Otro defecto de fábrica, como si dijéramos, concomitante con el anterior, es el síndrome tribal, que hace suponer a muchos ejemplares homo que los del pueblo de al lado, o de la provincia limítrofe, son gente execrable a la que habría que fulminar sin más contemplaciones. Últimamente también está muy extendido por las provincias andaluzas. Ahora se nos viene encima el sindrome figurativo, variedad exacerbada, impulsados por el cual muchos otros habitantes de esta región se echan a los campos, en esta época, a la búsqueda desesperada de los dioses antiguos. Y mejor no sigo.
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