Para siempre
22.45 horas del día 24 de Mayo del año 2.000, tras la derrota en París. Suena el teléfono. Descuelgo y mi buen amigo Manolo sentencia: 'Lo que peor me sabe es que esto no lo volveremos a ver hasta dentro de cuarenta años'.
21.30 horas del día 15 de Mayo de 2.001. Por fin conseguimos las entradas. Repetimos final de la Liga de Campeones. Destino: Milán el 23 de mayo.
¿Somos conscientes de lo que ya hemos conseguido? Michael Owen, el niño maravillas del fútbol inglés, horas antes de la final de la Copa de la UEFA, no olvida el último partido de la liga inglesa, fundamental para obtener la clasificación en la Champions del año que viene. Curioso. Y añade: '... todos los jugadores buenos están en la Liga de Campeones y yo quiero estar ahí.'
En consecuencia y tomando como base el axioma cambiario 'lo que no está en la letra de cambio, no está en el mundo', podríamos, haciendo un símil, crear el siguiente axioma futbolístico: 'el que no esta en la Liga de Campeones, no esta en el fútbol'. Por tanto, disfrutemos de estos dos años de resultados, sin plantearnos determinadas cuestiones que hay en la calle, en los medios o en las tertulias de bar: no interesa si Mendieta debe jugar de mediapunta o por la banda derecha -donde, por cierto, ha conseguido todo su prestigio como gran jugador de club que es-; tampoco interesa si Héctor Cúper se va o se queda a final de temporada; ni siquiera interesa la posible maldición que pudiera recaer sobre el club de Mestalla en caso de que Cúper se fuera, un destino similar a la que hoy aún sufre otro equipo con gran tradición europea como es el Benfica. El histórico club portugués vive instalado en la decadencia tras la marcha del entrenador austriaco, Bela Guttman, que ganó dos Copas de Europa consecutivas en los años sesenta.
No hay que cavilar ni rebanarse los sesos sobre la categoría de los consejeros del Valencia, con sus codazos por una foto Real o cuando sacan pecho en autobús descapotable. Menos aún reflexionar sobre los aficionados de aluvión que se permiten el lujo de opinar de todo y no saben de nada, siendo los primeros en desertar en épocas de vacas flacas y a los que el espectáculo y la aventura que rodea a esta competición les vienen como anillo al dedo.
No, no voy a meditar nada sobre todo ello. Esta final, tras alimentar al monstruo madridista el año pasado, hay que ganarla por lo civil o por lo criminal, como diría Luis Aragonés. Alzar y hacer nuestra la copa de las orejas, la más bella entre todas, capaz de llevar al aficionado a la destrucción y locura como sucede en Perdición de Billy Wilder.
Y una vez conseguida la Copa, poder pensar, plagiando el texto de un anuncio de televisión: 'Fue la noche más bonita de mi vida y deseé quedarme en el estadio para siempre'.
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