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Columna
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La espantada del Banco Mundial

La antiglobalización, con todas las simplificaciones que pueda conllevar, actúa como causa para las nuevas generaciones. Es bueno que haya un espacio para la transgresión, sin necesidad de hacerse 'skin'

Josep Ramoneda

El Banco Mundial se ha arrugado. Las instituciones catalanas respiran. La conferencia sobre economía del desarrollo que debía realizarse en Barcelona a finales de junio se ha suspendido. En privado, las autoridades catalanas decían que había sido un regalo envenenado de Rodrigo Rato. La sombra de Seattle y de Praga planeaba sobre el acontecimiento. ¿Habrá lío? Se lo damos a Barcelona. Ya estaban las autoridades metidas en preparativos: el Ayuntamiento lanzando cables a las organizaciones contestatarias, la policía limpiando pisos ocupados. El Banco Mundial se ha asustado y lo ha dejado para otra ocasión. En Praga lo pasaron muy mal, dicen.

Los movimientos antiglobalización hablan de éxito sin precedentes. Y tienen razón: han ganado literalmente sin bajar del autocar. ¿De qué naturaleza es una organización internacional que se esconde ante la contestación? No voy a ironizar -aunque se presta- sobre la cobardía de los altos gestores del capitalismo global. Pero hay que preguntar: ¿dónde está la política? Dicen que los textos del debate podrán consultarse en la red. Bien está que la red se vaya convirtiendo en territorio de confrontación de ideas. Pero hay algo a lo que no se debe renunciar nunca en política: la relación presencial, por más que el poder tienda cada vez más a parapetarse detrás de los lúmenes y los píxels. Dicen también que la conferencia era de segundo rango y que no tenía carácter decisorio alguno: un simple intercambio de ideas no merecía un gran jaleo.

En cualquier caso, el Banco Mundial había convocado la conferencia y el Banco Mundial la ha desconvocado por la presunta presión de la calle. Un ensayo, según decían los organizadores de las acciones antiglobalización, para otras convocatorias más importantes. La decisión del Banco Mundial delata una pésima lectura de lo que significa el movimiento antiglobalización. Al suspender la conferencia lo que han hecho es tomar un epifenómeno -las acciones callejeras violentas- como la totalidad del movimiento. Y éste es el error. Porque, guste o no, el movimiento antiglobalización, en sus enormes contradicciones, es mucho más que su cara violenta. Y es sintomático de muchas cosas que una institución que pretende gobernar la globalización no puede olvidar.

No hace falta repetir, por sabido, que el movimiento antiglobalización reúne grupos extremadamente diversos y en algunas cosas radicalmente opuestos en sus posiciones ideológicas. En el estado actual, sus planteamientos coinciden en lo que están en contra más que en lo que están a favor. Pero la misma diversidad compositiva de la movida antiglobalización hace más absurda la reacción del Banco Mundial. Porque lo importante es entender este movimiento como síntoma de un malestar extendido: la sensación de que no hay control político de la globalización y de que ésta genera desigualdades irreversibles y destrucción creciente del entorno. Todo puede discutirse, incluso el diagnóstico. Lo que no puede hacerse es ignorar que hay un rechazo al modo en que se están haciendo las cosas.

El mundo es más pequeño: la realidad geográfica de la globalidad nadie la niega. Es más fácil que nunca trasladarse de un extremo al otro de la Tierra y es instantánea la comunicación a distancia. Que el sistema capitalista ha cambiado de escala -no es la primera vez- es un dato de la realidad. Otra cosa es hacer de ello una ideología: el globablismo. Y es ante esta ideología que aparece el antiglobalismo. La resolución de la guerra fría y la suspensión de juicio por parte de la izquierda que ha vivido un montón de años practicando el seguidismo de la derecha aun a riesgo de dejarse desmantelar el Estado del bienestar ha hecho creer que había una sola manera de hacer las cosas. Y de ella sabían y decidían los expertos de instituciones como el Banco Mundial y el FMI. La manera con la que desde ellas se ha condicionado la política de algunos países, llevándoles a ajustes radicales carísimos en costes humanos, ha dado alas a las voces del rechazo. Una de las expresiones es el movimiento antiglobalización.

Por lo menos hay tres razones para celebrar su existencia: advierten sobre el sueño de imponer un modelo único, demuestran que la sociedad es capaz de generar sus propias negatividades (lo cual es un síntoma de salud cívica) y ofrecen una causa a las nuevas generaciones. No me parece menor el último de los tres argumentos. Muchos profesores constatan un cambio en la actitud de sus estudiantes en relación con las cosas públicas. La antiglobalización -con todas sus contradicciones y confusiones- tiene elementos de llamada simples -ecología, tercer mundo, crítica del sistema- cuyos efectos se están notando en una politización de los jóvenes. Al fin y al cabo más disparatadas eran algunas de las utopías que nos movilizaron cuando éramos jóvenes. Es bueno para una sociedad que haya espacio para la transgresión sin necesidad de hacerse skin.

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¿Por qué anula la conferencia el Banco Mundial? Si lo que se quiere es transmitir la imagen de que los movimientos antiglobalización son sólo violencia es un disparate. Una estupidez que no hace sino reforzar a los sectores partidarios de las estrategias violentas. Los que más páginas en los medios de comunicación consiguen y los que más preocupan a las instituciones contestadas, a juzgar por la retirada del Banco Mundial.

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