Un escultor en busca de otra escala
José Zugasti descubre la relación con la arquitectura en el proyecto para la ribera de Abandoibarra
Las varillas de alambre retorcidas en el espacio han sido la seña de identidad de las esculturas de José Zugasti (Éibar, 1950), piezas a escala humana, de un tamaño que 'se podía abarcar haciéndole un sitio en el regazo para recibirlo con gesto de abrazo, de apretujón amistoso', según escribió Javier Mina en el catálogo de una exposición celebrada hace dos años en Pamplona. Así fue hasta que en 1997 el proyecto de la escultura A la deriva para el parque de Abandoibarra, en Bilbao, le empujó hacia otra dimensión. 'No sabía si se podía resolver el paso de la maqueta a la realidad', reconoce. 'Con la escultura de Abandoibarra me he dado cuenta de que se puede hacer al tamaño que se quiera, que hay máquinas que pueden doblar barras de hierro gruesas, que hay técnicos que solucionan problemas'.
Y asegura, entusiasmado con el descubrimiento, que la escultura puede ser arquitectura. 'El futuro es de los arquitectos porque tienen la posibilidad de trabajar obras de gran tamaño, con una enorme influencia visual en el entorno'. Zugasti ve ahora que sus esculturas no se deben limitar a ocupar un espacio urbano, sino a entablar un juego entrecruzado con los edificios creados con un criterio funcional por los arquitectos.
La escultura puede penetrar un edificio, trepar por su fachada, englobar un edificio al completo, sugiere el artista. 'El camino quizá debe seguir la dirección opuesta al que han emprendido algunos arquitectos, que han visto que sus construcciones son esculturas, e ir a un encuentro', defiende.
Zugasti imparte estos días en Bilbao arte un seminario sobre escultura. Es la primera experiencia docente de un artista acostumbrado a trabajar de forma intuitiva para encontrar más tarde una explicación racional. En el taller, el escultor hace el esfuerzo de transformar su intuición en conceptos teóricos que despierten en su reducido grupo de alumnos el interés por las obras de carácter arquitectónico.
A la deriva, que toma su nombre de un poema de Walt Whitman, es su mejor ejemplo. La escultura será instalada el próximo verano. Tendrá una envergadura de ocho metros de largo por cinco de alto y se acodará entre el Palacio Euskalduna y el puente del mismo nombre, en el cierre del paseo que ahora se construye a lo largo de la ría del Nervión. 'Mi escultura sugerirá unas formas desde la lejanía', explica. 'De cerca se verán 42 aros de acero de tres metros de diámetro que se descuelgan, a la deriva, hacia la corriente de la ría'.
Lo pequeño le encanta, pero Zugasti reconoce que está fascinado por la obra pública después de su experiencia en Abandoibarra. 'Tu obra alcanza una expresión especial', dice. 'La escultura más cercana a la arquitectura tiene una potencia especial'. Y empieza a enumerar las ideas que bullen en su cabeza: 'No sólo se puede mirar sino meterte por dentro, colocar un ascensor por medio, traspasar los muros dejando la mitad de la escultura dentro y la mitad fuera'.

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