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54º FESTIVAL DE CANNES

Francia, Italia y Bosnia exhiben filmes de guerra bellos y muy dispares

François Dupeyron construye en 'La sala de los oficiales' un relato mal vertebrado

La idea de la guerra que desprende La sala de los oficiales es de fondo duro, pero no está apenas visualizada y el relato se mueve en registros suaves, más sobre imágenes de dolor, de amor y de amistad que de imágenes de combate y de trinchera. La guerra es un telón de fondo condicionante, pero también distante. La cadencia del filme es morosa, con tonalidades melodramáticas nobles, y su dureza no es agria ni violenta. Hay en el filme dos suicidios y, sin embargo, hechos tan vidriosos y tan de choque trágico no perturban la serenidad de la secuencia. Dupeyron -que hace dos años ganó en el Festival de San Sebastián la Concha de Oro con ¿Qué es la vida?- no alcanza aquí la redondez de su anterior película, pero sigue haciendo cine competente.

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En el polo opuesto está la visión de la guerra que expulsa con violento y desgarrado sarcasmo la película bosnia Tierra de nadie, dirigida por Danis Tanovic, que, pese a ser un primerizo, se comporta detrás de la cámara como un profesional curtido. Su relato de un episodio del final de la guerra entre bosnios y serbios, cuando ya estaba instalada en Bosnia la fuerza de interposición pacificadora de la ONU, es de los que levantan, a causa del ácido escéptico de su comicidad, ronchas entre los concernidos, que en realidad somos todos los europeos, porque despliega una magnífica mala uva que no deja títere con cabeza en las trincheras de los tres vértices de un triángulo infernal que no nos es ajeno, de manera que, si bosnios y serbios se comportan como ratas, los salvadores franceses, británicos, italianos y españoles que conformaron el Ejército blanco de las Naciones Unidas son una caterva de depredadores completamente necios que no entienden nada de lo que está pasando ante sus narices. La película derrocha gracia burra, libre y endiabladamente inteligente.

También es, aunque desborde el marco del cine antibelicista y entre en otros territorios de la espiritualidad, un relato de guerra El oficio de las armas, obra del veterano cineasta italiano Ermanno Olmi, un clásico viviente y escondido que, de tarde en tarde, sale de la sombra que ha elegido como territorio íntimo y vuelve a desplegar su hermosa poesía visual.

No alcanza El oficio de las armas la redondez magistral de El árbol de los zuecos, pero este nuevo filme de Olmi lleva dentro largos momentos sublimes, ráfagas de cine excepcional, genial. Es la película de una guerra muy antigua, la derrota en 1526 de Giovanni de Medicis, capitán de los ejércitos pontificios, por las tropas expedicionarias del emperador Carlos V, mandadas por el general alemán Frundsberg, cuya victoria permitió el adentramiento en Italia del Ejército español del condestable de Borbón, que llevó a cabo el célebre y despiadado saqueo de Roma en 1527.

Sobre este convulso episodio, Olmi trenza un prodigio lírico y pictórico, con imágenes de portentosa belleza, pero no bien hiladas argumentalmente hasta la mitad del metraje, en que el relato se concentra en la agonía de Medicis y la pantalla se eleva a la gigantesca estatura artística de Olmi, un aristócrata del cine italiano.

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