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Crítica:Cine | CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sombras de muertos

Circulará por las pantallas una película titulada Asesinato en febrero que representa en estado vivo la tragedia del terrorismo en el País Vasco. Es un grito de verdad que encuentra en otra película, La voz de su amo, un antípoda, una ficción genérica de las llamadas negras, un juego al enigma policiaco que, desplegado sobre el mismo terror y el mismo territorio, tira de otro hilo y encuentra otra cosa.

Emilio Martínez-Lázaro es un hombre de cine expertísimo, sagaz, concienzudo, que esta vez se ha metido hasta el cuello -sólo hasta el cuello, pues conserva los ojos de la inteligencia no pringados y bien abiertos- en un pozo negro de la vida española, y remueve con espléndido dominio de su oficio e instinto para la captura y puesta en vilo del ánimo, un trozo, o un destrozo, de la sangrienta basura que reposa en su fondo. Indaga con regla de cálculo y con fértil inventiva dentro de un feroz doble vómito de violencia terrorista y su igualmente miserable réplica estatal a comienzos de los años ochenta, hace ahora nada menos que dos décadas. El hilo del que Martínez-Lázaro tira arranca destellos de vida de las sombras de muerte que desenreda. Es un relato de crimen cuyo modelo es ya conocido, pero que, aplicado al Bilbao de 1980, tiene el sabor de lo inédito. Es por eso esta película, ante todo, un acto de madurez y de solvencia, un trabajo de alta profesionalidad que ha conducido a la elaboración de un thriller admirablemente medido, que hace vibrar, que divierte y que crea ganas de luz y de libertad.

Derrocha La voz de su amo un ingenio que a veces cristaliza en diálogos de gran viveza, con destellos de réplicas como coces verbales dignas de un lugar en alguna cumbre clásica del género, como esta coz que suelta el policía Imanol Arias a un colega suyo: 'Últimamente hay muchos muertos a tu alrededor, empiezo a pensar que es peligroso tener tratos contigo'. Y no es fácil sostener un diálogo en el que continuamente se cruzan palabras y tiroteos con igual capacidad de estruendo irónico, lo que obviamente sólo es posible en una pantalla en la que los intérpretes bordan sus composiciones y los roces o los choques entre unas y otras. Esas composiciones están todas admirablemente engarzadas por las dos manos de Martínez-Lázaro: la derecha, volcada en la urdimbre de la escritura y la puesta en pantalla, y la izquierda, concentrada en el tacto de la orientación e interrelación de los intérpretes.

El buen empaste del largo reparto no impide, sin embargo, que surjan instantes de extraordinaria brillantez individual en los que Eduard Fernández, conductor y dueño del hilo de donde tira Martínez Lázaro, rompe la homogeneidad y saca por su cuenta chispas del pedernal. Es cosa suya dar médula y vertebrar la delicada historia de un muchacho bondadoso, honrado, leal y con no demasiadas luces, al que el amor de la hija de su patrón le llega de pronto, sin avisar, procedente de tan mal sitio, que acaba metiendo al inocente en el fregado, en el callejón sin salida de una violencia que genera más violencia y que, en palabras del director de esta buena película, le hace entrar en un mundo en el que los amigos no son lo que parecen y el dinero cambia mucho de manos, exacta definición de un thriller español que está vivo y que ayuda a vivir.

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