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Columna
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Patrias

Patria no hay más que todas. Y todas las patrias cuando tienen los huevos calientes dan polladas de vendepatrias y salvapatrias. Dos especies muy laboriosas: la primera, para hacer propiedades privadas; la segunda, fosas comunes. Un artista de la subversión escribió: dicen que la patria es un fusil y una bandera. Y en el verso siguiente, se ve que ya iba cabreado, agregó que la patria eran sus hermanos que estaban labrando la tierra. Era un artista telúrico, a quien los guardias encerraron en el calabozo. Y es que la bandera es la metáfora fulgurante y emotiva de la patria. Aunque los vexilólogos, que son muy ilustrados, afirman que es un símbolo de posesión y poder: hasta en sus oscuros orígenes, perciben el látigo y su restallido. Algo inquietante que con el tiempo se hizo cuadrilongo y de percal decorado con chirimbolos heráldicos. Las banderas vienen del dominio, del degüello y de la sumisión. Luego, se les da un baño de heroísmo y dignidad, y se las pasea a los acordes de un himno marcial.

Aunque no siempre sucede así. Algunas patrias y banderas nacen del fornicio. Eso de hacer el amor y no la guerra no se estrenó en San Francisco, ni en los puentes de Amsterdam: se estrenó en el Bajo Segura, casi tres siglos atrás. Y fue hazaña de un presbítero braguetero, confinado por la autoridad eclesiástica, en un cenagal, donde fundó una sede prelaticia y fraudulenta de la que se proclamó obispo y corregidor. Después, ordenó a los miserables colonos que merodeaban por allí, que edificaran un templo y sus casas en torno al mismo, que desecaran el paraje y que lo cultivaran. Mientras los hombres rendían jornadas interminables, él les cumplía sus débitos conyugales, con tanto ardor, que el vecindario, se cuadruplicó, a los pocos años. Finalmente, con las prendas más íntimas de sus amantes, bajo amenaza de excomunión, diseñó una bandera: blanca de pureza, morada de penitencia y negra de pena. Y la izó con solemnidad en medio de aquella feligresía conmovida y amparada por una enseña, que no salió del azote, ni de la decapitación, sino de un apasionado saqueo de vaginas. Puede que la historia sea apócrifa. La reliquia de alcoba, tampoco.

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