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Columna
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La gran responsabilidad de Ibarretxe

Josep Ramoneda

Antes de las elecciones, de las preguntas complementarias que acompañaban a las encuestas de intención de voto se deducía una exigencia: cualquiera que fuera el resultado, la primera responsabilidad de todos -gobierno y oposición- debía ser la reconstrucción de la unidad democrática en torno al objetivo fundamental que es la derrota de ETA. Las urnas han decidido que a Juan José Ibarretxe y a la coalición PNV-EA corresponde demostrar que ellos eran la mejor opción para liderar este objetivo. Y desde esta perspectiva habrá que juzgar su trabajo. Para conseguirlo los nacionalistas democráticos cuentan con una doble ventaja: una autoridad reforzada por los magníficos resultados obtenidos y una reducción sustancial del voto de Euskal Herritarrok, es decir, del apoyo político al terrorismo.

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Al PNV corresponde ahora definir una política antiterrorista. Y hacerlo en unos términos que permita incorporar a las demás fuerzas políticas. El voto nacionalista es un voto muy reactivo, muy sensible a todo aquello que es interpretado como una agresión o como un ataque. La coalición PNV-EA ha sido el imán que ha arrastrado a todas las familias ideológicas del nacionalismo. La envergadura de la victoria conseguida podría ser interpretada por la parte más beligerante del PNV -la que liderada por Arzalluz le condujo al pacto de Estella- como una confirmación de las tesis soberanistas. Sólo serviría para ahondar en la fractura abierta en los últimos años, para volver a dar alas al abertzalismo radical que ha quedado seriamente tocado en estas elecciones.

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Por la amplitud de la representación conseguida por el PNV y EA, Juan José Ibarretxe debe ser capaz de demostrar que también para el PNV el fin del terrorismo es la prioridad, para la cual debe separar con nitidez el nacionalismo democrático del estalinismo de ETA y su entorno. Desde su reforzada responsabilidad Juan José Ibarretxe tiene que acabar con la doctrina de la igualdad de fines y la diferencia de medios entre el PNV y ETA. Un nacionalismo democrático no puede tener nada en común -ni siquiera los fines más lejanos- con quienes plantean una sociedad basada en el nacionalismo étnico y en el totalitarismo social. A Juan José Ibarretxe corresponde por tanto dar el tono de la política vasca en los próximos años. De su capacidad de hacer una opción integradora dependerá que la gran sacudida que el País Vasco ha tenido en estas elecciones conduzca al objetivo prioritario -la reconstrucción de la unidad democrática y la derrota de ETA- o agrave la fractura política y social.

Sé que es muy difícil que un partido modifique su estrategia después de una victoria. Pero hay que saber que los resultados no sólo recogen méritos propios sino también deméritos ajenos. Y, por encima de todo, que la circunstancia excepcional de Euskadi -a la que los votantes con su presencia masiva han reconocido toda la gravedad que tiene- exige soluciones que construyan y no que fracturen.

La victoria de los nacionalistas democráticos llega después de dos años de enorme tensión entre el gobierno de Vitoria y el gobierno del PP. Durante estos años algunos colectivos civiles han conseguido una movilización sin precedentes contra el terrorismo y contra los abusos del nacionalismo. Fue un despertar de determinados sectores sociales que hizo pensar que el cambio era posible. Y así lo entendieron todos, incluso los nacionalistas, como demuestra la alta participación conseguida. La presión del terrorismo sobre PP y PSOE y la incapacidad del PNV de alejarse de Lizarra contribuyó a una dinámica frentista con efectos claramente radicalizadores de los discursos. PP y PSOE se han quedado lejos del objetivo de gobernar. Queda ahora una sensación de frustración que será tan difícil de administrar como la victoria de Ibarretxe. De la capacidad de interpretar los errores cometidos y los éxitos conseguidos -que también los hay- dependerá que la frustración se convierta en incomprensión de lo que ocurre en Euskadi -y por tanto encone todavía más las relaciones- o que sea posible aprovechar las vías de apertura que pueda ofrecer el PNV.

No son despreciables los éxitos del sector llamado constitucionalista. Probablemente sin la dura campaña llevada a cabo tanto desde dentro del PP como desde fuera -desde el constitucionalismo civil- no se hubiese producido esta profunda removida de las estructuras políticas vascas. Es verdad que el terremoto ha dejado los edificios prácticamente tal como estaban, pero se ha llevado una parte de la casa de EH por delante. La ampliación de la foto -un diez por ciento más de participación- no nos ha enseñado nada oculto, las proporciones entre nacionalistas y no nacionalistas han quedado prácticamente intactas. Si alguna variación hay es que, en votos, a pesar de la victoria del PNV, la distancia ha seguido acortándose: 120 mil votos les separaban en 1998, 90 mil ahora.

El PP ha hecho el pleno absoluto de su voto potencial, por lo menos desde las posiciones ideológicas actuales. Se ha situado ligeramente por encima del voto obtenido en las últimas generales en las que consiguió mayoría absoluta en España. Es el sueño de todo partido de ámbito español en unas autonómicas. Y, sin embargo, no le ha servido para gobernar. Sin duda, deberá sacar conclusiones de esta experiencia. Euskadi es una sociedad plural, con diferencias culturales, políticas y sentimentales grandes entre nacionalistas y no nacionalistas. Los votos difícilmente pasan, ni en situaciones excepcionales como ésta, de un bloque a otro. La participación masiva despeja cualquier duda sobre esta realidad. Ya no hay voto abstencionista al que apelar. Con lo cual hay que llegar a la conclusión de que hacerse fantasías sobre la posibilidad de romper esta frontera es complicado, por lo menos a medio plazo. Si el principal objetivo del PP y el PSOE era debilitar a ETA pueden salir relativamente satisfechos de esta situación. Si el objetivo de ambos -del PP más que del PSOE- era debilitar al nacionalismo democrático vasco lo que han conseguido ha sido una respuesta reactiva de patrioterismo de partido. Y si el objetivo -del PP en este caso- era la reconquista nacional, dentro de un programa global de recomposición del estado de las autonomías, sencillamente ha fracasado.

Por esta razón me parecen equivocadas las voces que invitan al PP y al PSOE a entender estas elecciones como un preludio para una victoria dentro de cuatro años, del mismo modo que en España el 93 preludió la victoria del PP en el 96. Entonces, el PSOE estaba en caída libre y sólo el miedo que el PP provocó le permitió salvar los muebles. Ahora el PNV sale al alza de estas elecciones. Es curioso que el PP vuelva a tropezar con su principal defecto: genera miedo, el que le hizo perder en el 93, le dio una victoria mucho menor de la esperada en el 96 y ha frustrado su estrategia vasca en el 2001. Precisamente para que de algún modo la alternancia sea posible, sin renunciar a ninguno de los planteamientos básicos, tanto el PSOE como el PP deben ser capaces, cada cual a su modo, de definir un proyecto para un Euskadi plural y hacerlo comprensible. La prioridad debe ser la misma que antes de las elecciones: recomponer la unidad democrática y derrotar a ETA. Porque de estas elecciones sale un mensaje: ETA es derrotable. Y hay que exigir al PNV que la próxima vez en que ETA esté en las cuerdas no la salve como ya hizo dos veces. Ésta es la tarea de oposición del PP y el PSOE. Lo demás se dará por añadidura.

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