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Columna
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Un plan para la sanidad

La Consejería de Sanidad experimenta un plan en la comarca de la Marina Baja al que los entendidos pronostican un gran éxito. Si se confirman estas predicciones -y nada hace suponer que no hayan de cumplirse- nuestra Comunidad será reconocida muy pronto como pionera en los asuntos sanitarios. El modelo valenciano, económico, práctico, eficaz, de indudables resultados, no tardará en popularizarse y extenderse por todos los rincones de nuestra geografía provocando, como ya ha ocurrido en tantos otros temas, la admiración de nuestros vecinos europeos, que se apresurarán a imitarlo.

Y, ¿qué pretende este plan de la consejería que tantas expectativas despierta? Nada menos que humanizar la sanidad pública, acercarla al enfermo, crear una corriente de simpatía entre el médico y el paciente y sus familiares. ¿Pueden imaginar un propósito más admirable? A la sanidad pública se la ha acusado de un trato displicente, frío, falto de ese calor humano que la medicina precisa para ser realmente efectiva. Admitamos que muchas de esas críticas eran ciertas, que todavía lo son. La ampliación de las prestaciones sanitarias ha multiplicado el número de los usuarios. Nuestros ambulatorios se han quedado pequeños; nuestros hospitales, insuficientes. Los médicos deben atender a decenas de pacientes en un tiempo escaso y los despachan con prisas. En estas circunstancias, todo acaba por hacerse de una manera rutinaria. Y ¿hay algo menos rutinario que la práctica de la medicina?

Ahora, bien, ¿cómo humanizamos la sanidad? ¿Cómo afrontamos esa tarea en la Comunidad Valenciana? Los valencianos soportamos una deuda pública considerable. Una deuda que ha provocado la alarma entre los expertos. Se ha escrito mucho, recientemente, sobre este tema. Resulta difícil, en estas circunstancias, aumentar los recursos para la sanidad. Además, nuestro Gobierno aún precisa construir edificios emblemáticos, organizar bienales y actos que propaguen su buen hacer. No hay dinero, pues, para la sanidad pública y la solución debía venir forzosamente por otro lado. Y este ha sido el gran hallazgo de la consejería: implicar a los pacientes.

Días pasados, los periódicos han contado cómo los usuarios de un centro de salud de Benidorm acuden a la consulta provistos de toalla y un termo de agua caliente, por si fuera necesario para su tratamiento. Los pacientes, al parecer, se muestran encantados de que se cuente con ellos de esta manera. Meses atrás, los enfermos del hospital comarcal hubieron de proveerse de sus propias estufas para caldear la habitación y adquirían de su bolsillo el agua mineral que precisaban. Estas y otras acciones similares han creado un clima de participación muy activo, con resultados sorprendentes. Hoy en día, el paciente que se dirige a uno de estos centros, lo hace convencido de que su contribución será imprescindible para su salud. Se comenta que el trato con los médicos, con los enfermeros, con los auxiliares ha cambiado por completo y en nada es comparable al de tiempo atrás. El enfermo sabe que sin su contribución, o la de sus familiares, se produciría un colapso en estos lugares. Esto, naturalmente, le hace sentirse parte activa y muy importante del sistema sanitario. Quienes conocen los hechos, cuentan y no acaban.

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