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La hora de Euskadi

Antonio Elorza

Cualquiera que sea su resultado, las elecciones del próximo día 13 van a modificar sustancialmente el panorama político vasco. Una victoria de los partidos estatutistas significa ante todo el fin de una hegemonía del PNV que había llegado a convertirse para todos en un fenómeno natural, de cuya interrupción sólo cabía esperar consecuencias nefastas. Y no sería únicamente un giro político, sino la puesta en tela de juicio de las tupidas redes clientelares tejidas en estas dos décadas por los hombres de Arzalluz en torno al partido-Estado. En el tema central de la vida vasca, lo que los nacionalistas llaman 'la violencia' y que es en realidad la conjunción de nacionalsocialismo y terror, un nuevo Gobierno supondría una nueva política de orden público, con el fin de las limitaciones impuestas hasta ahora desde arriba a la actuación de la Ertzaintza; lo cual, de alcanzar los resultados previstos, especialmente en la lucha contra el terrorismo de baja intensidad, dejará de paso al descubierto los efectos letales de la permisividad de ese Gobierno presidido por Ibarretxe, que se dirigía a los terroristas pidiéndoles que dejasen de matar en vez de proclamar la necesidad de detenerles. La enorme crispación de que da muestras el vértice del PNV no procede, pues, únicamente del horror que les provoca la sola idea de que el País Vasco pueda ser gobernado por no nacionalistas.

Como además el fondo integrista no ha desaparecido de su mentalidad abertzale, las lamentaciones cobran tonos apocalípticos al evocar los males que acechan a la cultura, a la lengua y a la propia nación vasca en caso de vencer la coalición PP-PSOE. De ahí que entonen a coro, tal y como lo hubiera hecho el fundador Sabino Arana, el grito de alarma: '¡Vuelve España!'. Con su tradicional ausencia de sentido del ridículo, Ibarretxe señala al heraldo de los invasores: Fernando Savater, que lleva el espectro de la guerra civil a Euskadi. ¡Con la venturosa paz que reinaba allí gracias a las ekintzas de quienes fueran sus aliados en Lizarra! Y es que, para PNV y EA, en Euskadi no sucede nada extraordinario; el terror es marginado en lo posible del discurso electoral y la única tragedia importante es la que provocaron en los años treinta los antepasados políticos del PP. No cuentan los muertos desde el fin de la tregua, sino los abuelos de Aznar y de Mayor Oreja. Sólo el atentado de Zaragoza les ha devuelto a la realidad.

Tampoco se detienen PNV y EA en la pequeña cuestión de haber definido como objetivo político, cuya puesta en marcha juzgan inseparable del logro de la paz, una autodeterminación que nada menos debería llevar a la secesión de territorios vasco-españoles donde el independentismo es muy minoritario y a la conquista de las tierras irredentas del País Vasco francés / Iparralde. La independencia vasca, enmascarada como 'soberanía', es defendida por Ibarretxe con el argumento del tendero: mejor gestionar todo aquí que fuera. Resuelta la cosa tan fácilmente, vamos 'todos los vascos' -es decir, 'todos los vascos nacionalistas'- a por la Gran Euskal Herria, cabe imaginar que sirviéndose de esa asamblea facciosa y antidemocrática que es la Udalbiltza. En los mítines, Ibarretxe sufre de amnesia voluntaria en este tema, pero las hojas de propaganda electoral del PNV lo proclaman tranquilamente, con profusión de mapitas. No se dice que perseguir esa meta requiere el apoyo del Gran Hermano armado, sin cuya colaboración poco podrá hacerse para ganar las tierras supuestamente irredentas desde Bayona a las puertas de Logroño. Así queda allanado el terreno para la convergencia con EH y ETA -tal alianza entre nacionalistas es 'legítima', dictamina Ibarretxe, a pesar de lo llovido en sangre desde Lizarra- en caso de suspensión de 'la violencia'; esto es, si ETA contiene de nuevo el ejercicio del terror. No es una hipótesis a descartar, si los números la hacen viable, después del 13-M.

El 'diálogo' es la pantalla detrás de la cual se oculta el camino hacia una 'soberanía' cuya necesidad es descrita en la propaganda de PNV-EA de acuerdo con un esquema maniqueo que ETA no rechazaría. En el mismo cartel electoral de la coalición abertzale, un 'ez / no' rotundo corresponde a la imagen del León hispano, el de las Cortes, visto desde el ángulo de su garra, mientras el 'bai', el sí, se otorga a la visión idílica del caserío, símbolo eterno de la Euskeria feliz y aislada. No es una propuesta que se abra hacia una 'nueva transición' en Euskadi, entre otras cosas, porque ya apenas queda espacio entre autonomía e independencia, sino el anuncio de una ruptura. Un mínimo de honestidad política debiera llevar a PNV y EA a explicar a sus electores potenciales cómo, cuándo y con qué recursos van a disponer el acceso a la independencia / 'soberanía', de qué manera lograrán compensar el hecho de quedarse al margen de la construcción europea, porque el caserío ahí es poco rentable, y si piensan utilizar los servicios de ETA para forzar la ayuda de los Estados español y francés en ese trayecto hacia lo desconocido, del cual sólo sabemos que el idioma oficial será el euskera. Lo que proponen no es un juego. Romper una vinculación política de 800 años no es un juego, y menos si se hace contra la opinión de la mayoría de los vascos, requiriendo en consecuencia la limpieza étnica para consolidar el dominio abertzale, con una dimensión irredentista y con la compañía de un movimiento social de creciente orientación nacionalsocialista, cuyo núcleo es una organización de criminales políticos. A primera vista, supondría un suicidio económico, político y cultural para Euskadi. De no ser así, sería conveniente que PNV y EA explicasen cómo van a evitarlo.

No lo harán. La oferta nacionalista en estas elecciones se presenta al modo de las matroshkas, esas muñecas rusas donde las de fuera esconden los rasgos de las interiores. Aquí, en el exterior, en el cual piensa instalarse el PNV, la oferta es de 'normalización' y 'diálogo' como vías para la paz, lo cual implica seguir de puntillas el camino hacia la segunda muñeca, la 'soberanía'; es decir, la ruptura con España lograda gracias a la fórmula más segura y, por tanto, menos democrática que se encuentre de 'autodeterminación'. Dada la fractura existente entre nacionalistas y no nacionalistas en la sociedad vasca, la tercera muñeca oculta supone el establecimiento de una ciudadanía vasca prioritaria, única forma de asentar el nuevo poder. Es un punto en el que coinciden Arzalluz y ETA-EH, uno de cuyos portavoces, Antton Morcillo, declaraba sin recato el 29 de abril, como buen nazi, que era preciso acabar con 'los colonos españoles' y dar el voto sólo a los auténticos vascos.

Desde Gara se designa asimismo, como hiciera Sabino, a la población de origen inmigrante como los nuevos 'invasores', a quienes los auténticos vascos deberán enseñar cuál es su papel.El ultranacionalismo ha perdido su bastión de Serbia, pero despunta con su lógica de aniquilación del otro en Euskadi. Y el bueno de Ibarretxe declara que es 'legítimo' aliarse con semejantes eusko-nazis con tal de que ETA suspenda las ejecuciones.

Llegados a este punto, no hay que olvidar que tantos y tantos nacionalistas vascos no piensan así, pero es prácticamente imposible que sin una derrota electoral el PNV renuncie a esa deriva irracionalista, que forma parte de su alma política desde que lo fundara Sabino Arana, a fin de recuperar las señas de identidad democráticas, con la consiguiente adhesión a la idea de autonomía y, por ende, al Estatuto de Gernika.

En consecuencia, paradójicamente, no es la victoria de la coalición llamada 'constitucionalista' lo que puede interrumpir la construcción nacional vasca, sino todo lo contrario. De entrada, para negociar con ETA y lograr el único objetivo admisible en democracia, paz por presos, hace falta un Gobierno vasco que defienda las instituciones. Si, como ha sucedido en la penosa etapa de Ibarretxe, el Gobierno de Vitoria encabeza un proceso a lo Chávez, pero más antidemocrático aún, diseñando la sustitución del Parlamento vasco por una Asamblea de municipios donde el voto ciudadano resulta postergado, ETA tiene todas las razones para mantener su presión mortífera. El imprescindible giro copernicano únicamente puede darlo un Gobierno fiel al Estatuto, libre de la rémora que para los de Ibarretxe suponía rechazar la integración en régimen de igualdad entre nacionalístas y no nacionalistas. A partir de Lizarra, los abertzales de todo tipo han puesto al descubierto su mentalidad maniquea, orientada hacia la discriminación de ese ellos en que se recrea Arzalluz. A éstos no les cabe entonces otro remedio que asumir una ciudadanía de segunda clase o emigrar, que 'ancha es Castilla', según recordó el político de Azkoitia.

Por eso, si el 13-M vence la democracia, no deberá haber ya 'pueblo vasco', agregado de patriotas en que caben sólo los creyentes en la religión política profesada por la umma o comunidad abertzale, asesinos incluidos, sino sociedad vasca compuesta por ciudadanos que han dicho no a la muerte y a la supresión de la libertad. Ni más ni menos, esto es lo que todos nos jugamos en estas elecciones.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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