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Columna
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El barquito

Rosa Montero

Érase una vez un pueblo remoto que padeció un invierno muy malo y tormentoso. Llovió tanto que la pequeña presa del valle se rompió y el pueblo comenzó a inundarse. El agua cubría ya los escalones de la iglesia cuando pasó un barquito: 'Padre Tobías, véngase con nosotros', dijeron los de la lancha al cura. 'No, hermanos, no hace falta; yo soy un hombre de Dios y he dedicado mi vida a Su Servicio. Estoy seguro de que Él no permitirá que me ahogue', respondió el sacerdote, que era un hombre conocido en todo el valle por el espesor berroqueño de su fe. El bote se fue y el agua siguió subiendo. Lamía ya los nidos de golondrina del alero y el sacerdote tuvo que sentarse sobre el tejado. Pasó otro barquito por delante: 'Padre Tobías, véngase con nosotros'. El cura volvió a negarse: 'No, hermanos, no hace falta, yo soy un hombre de Dios y Él no permitirá que me ahogue'. De modo que los visitantes se marcharon y la inundación siguió su curso. El agua iba por mitad de la torre y el cura se había tenido que subir al campanario cuando apareció un tercer barquito: 'Mire que somos los últimos, padre. Será mejor que venga con nosotros', le exhortaron. Pero el sacerdote volvió a hacer profesión de fe en la providencia divina y se quedó. La lancha se alejó, el agua siguió subiendo y el cura se ahogó. Entonces el alma del sacerdote, mojada y enfurecida, acudió a todo correr a las puertas del Más Allá. Se saltó las largas colas de muertos recientes y se plantó delante del arcángel portero. '¡Vengo a reclamar, estoy indignado!', rugió el sacerdote: '¡Yo soy el padre Tobías, soy un hombre de Dios, estoy seguro de que Él no me ha abandonado y sin embargo me he ahogado, quiero saber quién es el responsable de este error!'. 'Permítame que consulte los libros', contestó el arcángel, que era una criatura impertérrita acostumbrada a furias post mortem. Y pasó hoja tras hoja del inmenso volumen hasta que encontró el nombre de Tobías: 'Ah, no, mire usted, aquí pone que le hemos enviado tres barquitos'.

Es un cuento griego que me contó un amigo, una historia elemental y sabia que nos dice que la salvación depende de nosotros y que no hay que dejar pasar ningún barco. Me pareció un relato muy adecuado de cara a las elecciones del País Vasco.

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