La historia de un niño precoz
Fernando Torres lleva con humildad y timidez el galardón de mejor jugador del Europeo sub 16
La de Fernando Torres es una de esas historias de niños precoces que por alguna extraña razón conocen antes los secretos de la música, la pintura o el fútbol que la letra redonda del párvulo, los columpios del parque o a contar con ayuda de las manos hasta diez. El joven delantero, 17 años, del equipo juvenil del Atlético de Madrid fue en opinión de la UEFA el mejor jugador del Campeonato sub 16 que ganó España el pasado domingo. Él, ni saca pecho, ni apenas levanta la mirada del suelo del que le separan sus 185 centímetros. "Aún queda mucho camino para ir pavoneándose". Parece tímido. Siempre ha elegido al balón como compañero de confidencias, y el balón, que se sepa, no hace preguntas. "Yo tengo que dedicarme a jugar, que es lo mío", dice con media lengua.
Desde que se sostiene sobre las dos privilegiadas piernas que le han permitido ser el máximo goleador de todos los campeonatos que ha disputado desde los siete años, incluido éste de Europa con siete tantos, Fernando Torres se ha dedicado a dar patadas a una pelota. Empezó volviendo loco a su padre, que veía como caía la noche en la finca de un familiar mientras el niño, indiferente, le repetía que le lanzase la bola una y otra vez.
A los siete años se estrenó en competición participando en el campeonato que organiza el patronato de su pueblo, Fuenlabrada (Madrid). La edad mínima era de ocho. Fernando batió todas las marcas goleadoras. Al año siguiente, ya con la edad reglamentaria "recibimos una carta denuncia de la Federación", relata divertida y orgullosa su madre. Un entrenador rival le había denunciado. Creía que tenía nueve años y afirmaba que "se había quedado con su cara". Más de un defensa debe estar ya estudiando su retrato. "El año que viene creo que hago la pretemporada con el primer equipo del Atlético y luego jugaré con el segunda B", dice con seguridad Torres. Los defensas no le dan miedo: "Me llamaran niñato y que me ande con cuidado, pero con más cuidado se van a tener que andar ellos".
Este delantero de perfil indefinible (es rápido, pero corpulento; hábil, pero luchador; calculador, pero de sangre caliente) no pierde la perspectiva de chaval. El dinero no les vuelve locos ni a su familia ni a él. "Los que hemos jugado en la cantera sabemos lo que significan unos colores". Torres es uno de los veteranos de la escuela rojiblanca en la que ya lleva seis años. "Si ganas 300 millones eres igual de rico que si ganas 600", coincide en señalar la familia Torres, ajena a la astronómica irracionalidad de las cifras que se manejan en el fútbol profesional.
La madre del jugador sólo pide que "no se quede tonto como otros futbolistas". No parece que el pelirrojo ariete pecoso, de sonrisa ligeramente ladeada que le da un aspecto de tipo seguro de sí mismo, vaya a descentrarse con lo que rodea al espectáculo del balompié. Eso, sí, le gustaría tener coche "porque aunque sea uno pequeño viene fenomenal para ir a los entrenamientos; de hecho ya tengo compañeros con coches buenos, como un Seat Toledo, por ejemplo".
Torres no tiene prisa, confía en su insólito juego de rodillas. Dos rótulas de las que el médico que lo operó hace seis meses de una rotura afirmó sorprendido que eran las más maleables, elásticas y extrañas que habían pasado por su camilla. Dos rótulas que quizá rompan para España el maleficio de las grandes citas para selecciones absolutas.
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