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Bru de Sala y las nucleares

El polémico y muy original periodista Xavier Bru de Sala, después de haber hablado 'con no pocos científicos', nos hizo saber que 'en las condiciones actuales y en el futuro previsible prescindir de la energía nuclear es un disparate, un atentado al ecosistema'. Más de medio siglo se han pasado los expertos discutiendo los pros y los contras de la energía atómica. Una historia detallada de la polémica mostraría acaso que por cada libro o artículo a favor del átomo hay otro libro o artículo en contra. Encontraremos también, pero en menor número -aunque admito que mis cálculos están hechos a ojo de buen cubero- la de los expertos cautos o timoratos, los del sí pero no y del no pero sí. Esto nos causa desazón, pues no sólo la guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares, sino que toda cuestión importante lo es demasiado como para dejarla en manos de sus respectivos expertos. Tal vez la mayor tarea del intelectual (con perdón), hoy, sea la de asesorarse de unos y otros con el fin de meter la ética en la ecuación. De ahí, a su vez, una bendición un tanto ambigua: es bueno que los escritores busquen refugio en la prensa, pues a pesar de todos los pesares la prensa es la tribuna que con mayor amplitud divulga ideas candentes sobre problemas de nuestro tiempo. Aunque Dios nos guarde del opinante intruso y no digo más.

Bru de Sala no se encuentra entre el número de quienes opinan a humo de pajas, por más que parece haberse asesorado de los científicos de uno solo de los bandos en discordia. Mi impresión es que la impopularidad de la energía nuclear, bien fomentada por lo que él llama ecologismo fundamentalista, ha terminado por inhibir a muchos científicos que, en privado, se decantan por el átomo como el menor de los males frente a la escasez de los recursos energéticos. No todos están achantados, por supuesto. El Nobel de Física Jack Steinberger dice con aplomo que 'la energía atómica es menos perjudicial para nuestros descendientes que el uso de los combustibles fósiles'. Otro Nobel, Norman Borlaug, arremete contra el ecologismo fundamentalista diciendo que 'impide erradicar el hambre'. ¿Cobran nuevos bríos los partidarios de las centrales nucleares? ¿Se permitirá que las existentes terminen su vida útil? ¿Se producirá incluso una fiebre de construcciones de nuevas plantas?

Anotemos al respecto que, de no ser por el sentimiento antinuclear de las naciones ricas, es casi seguro que todas ellas estarían sembradas de centrales nucleares, como lo está Francia, que obtiene de esa fuente unas tres cuartas partes de la electricidad que consume. En los momentos álgidos de la polémica 'nucleares, sí, nucleares, no', políticos franceses llegaron a esgrimir el muy dudoso argumento ético de que gracias a su electricidad barata Francia podía dedicar un mayor tanto por ciento del PIB que otros países a la ayuda al Tercer Mundo. El átomo francés había salvado muchas vidas sin pérdida de ninguna. Ha ido pasando el tiempo y en nuestros días Bru de Sala puede escribir, con el beneplácito expreso o tácito de muchos científicos: 'Puede contarse, en España y Francia, el número de muertes atribuibles a los automóviles y compararlas con las producidas por las centrales nucleares, que debe ser igual a cero'. No deja de ser un razonamiento arriesgado. ¿Cuántas muertes produjo y sigue produciendo Chernóbil? ¿Cuántas produciría el accidente más grave de todos los posibles en una nuclear francesa en territorio densamente poblado? (El país vecino cuenta con 58 centrales en funcionamiento). Cierto que en Chernóbil todo podía andar manga por hombro, reflejo de la chapuza en que se había convertido el sistema en su totalidad. A mayor abundamiento, las centrales de nueva planta, se dice, apenas si ofrecen resquicio a los accidentes graves. En realidad, el problema de las nucleares siguen siendo los residuos, pero 'también en su almacenamiento se ha mejorado extraordinariamente', afirma Bru de Sala. Claro que eso también lo dice el Foro Nuclear, que 'no ve razones ecológicas porque la gestión de los residuos radiactivos está controlada por una empresa pública, Enresa, y vigilada por el Consejo de Seguridad Nuclear...'. Seguro que declaraciones así no tranquilizarán demasiado al ciudadano de a pie.

Hay datos que juegan a favor de la energía nuclear. Su contribución al calentamiento global es cero, mientras que los combustibles sólidos contaminan, desde el 22% del petróleo y el gas natural al 30% del lignito. A la contaminación atmosférica las centrales contribuyen con un 1%, el petróleo con el 80% y hasta una energía tan limpia como la eólica los hace con el 3%. La eólica también supera a la nuclear en la emisión de sustancias cancerígenas y en la contaminación por metales pesados. Sorprendería que estos cálculos estén sujetos a interpretación, pues si ni de las mediciones podemos fiarnos, aviados estamos.

Bruselas defiende el mantenimiento de las centrales atómica europeas. Porque es más limpia que la de los combustibles sólidos, porque proporciona el 35% de la producción eléctrica de la UE, porque el petróleo se acaba y porque las energías renovables van para largo: en la actualidad, su crecimiento apenas si cubre la demanda siempre en alza del consumo. Sin nucleares, Europa quedaría a merced de unas importaciones que ni siquiera pueden durar mucho. Se abre paso la tesis de que las centrales de última hornada son seguras...

Lamento que Xavier Bru de Sala, tan perceptivo, no se haya remontado a la causa primera del mal, la que permitió que entráramos en el curso de la ley de los rendimientos decrecientes. A partir del problema (A) se arbitra la solución (B), que a su vez origina otro(s) problema/s (C). A partir de ahí el ciclo se repite una y otra vez y el problema en busca de solución siempre es más grave que el anterior, lo que significa que estamos peor que cuando surgió el primer problema. Toda solución es mejor que el problema antecedente, pero peor que el originario. Y este último lo generaron un surtido de factores: negligencia, desidia y, sobre todo, intereses económicos espúreos y afán de dominio político. Sé que no es decente reprocharle al moribundo su parte de culpa en su muerte. Con todo, el análisis de una situación requiere remontarnos a los factores que precedieron al surgimiento del problema originario. Estos factores constituyen la verdadera etiología del daño que hoy nos mata.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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