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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La oposición de Teófila Martínez

A veces he contemplado, entre el bochorno o la indiferencia irónica, cómo grita la presidenta del PP andaluz, señora Teófila Martínez, en los plenos del Parlamento en Sevilla. Quizá crea que, gritando, su discurso será más convincente. O quizá, no sé, pensará que los circuitos neuronales del señor Chaves y compañía quedarán colapsados por la energía de onda acústica emanada de sus cuerdas bucales. Pero yo creo que se equivoca la representante del Partido Popular, porque lo que produce es una reacción idéntica en su adversario político, de modo que la discusión se torna ininteligible. Intentaré explicarlo mediante analogías caseras, las cuales abundan para desgracia de todos.

Si en un restaurante, por ejemplo, donde hay bastantes personas, todo el mundo alza la voz hasta quedarse ronco, es porque cada persona intenta hacerse oír. Si los reunidos se pusieran de acuerdo en hablar bajo, se oirían exactamente igual, alzando menos la voz y gastando menos energía.

Pero esos acuerdos nunca funcionan a no ser que se disponga de vigilantes al efecto. Siempre hay alguien que estropea todo egoístamente hablando un poco más alto, y, uno a uno, todos le siguen. Únicamente se alcanza un equilibrio estable cuando todo el mundo grita todo lo que puede, y esto implica un volumen mucho más alto que lo necesario desde un punto de vista racional. Una y otra vez, una contención cooperativa se va al traste por su propia inestabilidad interna.

Dado que el Parlamento de Andalucía no es un restaurante o una taberna, ¿no le parece a la señora Martínez que su vocación por vocalizar en tonos altos puede llevar al electorado a realizar comparaciones odiosas? ¿Y no es ésta una forma de despolitizar al público? Tengamos, pues, la fiesta en paz. Porque si el Parlamento no intenta ser un foro de urbanidad y buenas costumbres dialécticas, ya me dirán sus señorías a qué altura queda su pretendida autoridad moral.

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