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Elecciones en el País Vasco
Columna
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Ética gélida

'Ética' es uno de los términos que desde el verano del 98 ha ingresado con más fuerza en el atestado panteón de conceptos ilustres de Euskadi. Pero ha entrado en el discurso, sobre todo en el del nacionalismo gobernante, como adjetivo y adverbio, casi nunca como sustantivo. Todos los atentados han sido declarados 'política y éticamente' inadmisibles y la violencia ha merecido siempre la 'condena ética' de los dirigentes nacionalistas.

Sin embargo, ha resultado ser una ética heladora para las víctimas, que no han llegado a sentir la solidaridad declarada como calor, proximidad y arropamiento. La imagen del obispo Setién volviendo la mirada y apresurando el paso ante los ciudadanos que reclamaban la libertad de un secuestrado ilustra sobre las diferencias entre la palabra y el acto en materia de condenas éticas.

Lo cierto es que de estos meses se recuerdan casi todas las palabras de solidaridad, por repetidas, pero escasos gestos con sustancia ética. La persistencia en la apuesta de Lizarra una vez que ETA mostró la voluntad de imponer sus designios por lo civil o lo militar ha obrado sobre el nacionalismo como un anestésico ante el dolor de los otros. Se siente sincero horror por el crimen cometido en su nombre, pero un cristal grueso impide la verdadera compasión: padecer con la víctima.

Perturba que cientos de concejales tengan que malvivir con una sombra protectora, pero no se conoce un solo caso de que militantes de otros partidos o vecinos de una localidad se hayan ofrecido a guardar las espaldas de un amenazado para que pueda hacer, aunque sea el fin de semana, cosas tan extraordinarias como tomar un café o jugar una partida donde antes lo hacía.

Esta ausencia de solidaridad compasiva ha impedido neutralizar la táctica diabólica de ETA de socializar el dolor de forma discriminatoria y evitar así que se ahonde la sima entre quienes están amenazados y los que no lo están de momento. Algo falla, como ha dicho certero Joseba Arregi, cuando la aspiración al final de la violencia la representa la sociedad vasca de forma diferente. Quienes no la sufren directamente, los nacionalistas, identifican ese fin con 'la paz', mientras que quienes la padecen lo hacen con 'la libertad' para vivir sin amenazas.

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