Del balcón de tus ojos di una caída (2)
Consultados diversos estudios que han tratado de averiguar cómo se formó el anchuroso río final de las sevillanas, la cosa vendría a ser, sobre poco más o menos, así: llegadas que fueron las primitivas aguas de la seguidilla manchega al solar andaluz, sobre mediados del XVIII y por los recovecos de Sierra Morena, se abrieron en dos nuevos cauces.
Uno fue el de la seguidilla andaluza, o sevillana, que también podríamos llamar sevillana antigua, que cubrió, al occidente, un territorio mucho mayor que el de la actual provincia y que podría corresponderse con lo que fue el antiguo reino de Sevilla. En la sierra de Huelva, por ejemplo, se bailaban con toda soltura a principios del XX.
El otro ramal fue el de la seguidilla bolera, o simplemente bolero, que salpicó toda la región. Pero antes de esa bifurcación ya existía otro gran río en Andalucía, el de la zarabanda. Al decir de Caballero Bonald, 'la muestra más clara del genuino baile popular andaluz'. Un baile lascivo y escandaloso (que sin embargo acompañaba todavía al Corpus de Sevilla en 1593, pese a haber sido prohibido 10 años antes), y que prestó su caudal y espíritu libre a la seguidilla andaluza, antes de desaparecer a finales del XIX. Quizás la última mención literaria es de Salvador Rueda, en 1890. En cuanto al bolero, la extremada dificultad de su ejecución lo fue debilitando poco a poco, hasta casi desaparecer también en la misma época, pero no sin antes dejarle también a la seguidilla andaluza su impronta alegre y vivaz, en forma de sevillanas boleras.
Quiere decirse, que las dos corrientes que se habían separado en Sierra Morena, la seguidilla y el bolero, volvieron a confluir en el último tramo de ese periodo crucial, dando lugar, con cierta evolución, a las sevillanas actuales. Concepción Carretero, que explicó todo esto con pelos y señales en su imprescindible Origen, evolución y morfología del baile por sevillanas (1980) arriesga un poco más que otros tratadistas. Asegura que las cuatro sevillanas actuales proceden directamente de las cuatro seguidillas boleras, más un injerto de tipo flamenco. Esto último resulta menos evidente, pero lo anterior sí explica que acabara perdiéndose la quinta sevillana, contabilizada en una célebre copla de los Álvarez Quintero: 'Sevillanas de baile / son cinco coplas. / Para bailar contigo, todas son pocas'.
Pero es que el maestro Otero, en su pormenorizado Tratado de bailes, de 1912, describe con todo detalle hasta siete sevillanas. La explicación que él da es otra: 'Es lo más frecuente bailar las cuatro primeras, en atención a que las restantes son más difíciles'. ¿En qué quedaremos? ¿Cuatro, cinco, siete...? Difícil e intrincada cuestión, que justifica el que durante ese periodo, que llamamos la edad de oro de las sevillanas antiguas, en ambas vertientes fronterizas del siglo XIX con el XX, la confusión terminológica sea grande entre seguidillas, sevillanas y sevillanas boleras, pues es el momento en que están fructificando los injertos de unas formas con otras.
Todavía por los años veinte, se llamaba bolero al maestro de ese tipo de bailes, pero lo que las niñas de clase bien aprendían con él eran ya puramente sevillanas, con reminiscencias de aquella elegancia que tuvieron las antiguas, y que hoy ha sido sustituida por un braceo bronco y una nueva sensualidad. Miren por dónde, por ahí emerge de nuevo la impía zarabanda. Pero de lo que ocurría en aquellas primeras academias de baile, da buena cuenta esta letra de entonces: '¿Para qué van al baile / tantos mirones, / si bailan dos mocitas / por falta de hombres? / Viva la grasia, / y el que no la tuviese / venga a esta casa'. Y cuando los hombres, que como se ve siempre han sido un poco remisos, se animaban, ésta otra: 'La guitarra lo dice, / yo no lo digo. / Pero los dos que bailan / son prima y primo. / Yo no lo ignoro, / porque los dos que bailan / son novia y novio'.
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