Tierra de imágenes
Los encuentros fotográficos son una tradición que sirven para contrastar opiniones, conocer nuevos autores y regalarse la vista con bellas imágenes. Hoy, primer día de mayo, se inaugura la tercera edición del festival Tierra de Imágenes en Biarritz. Es una oportunidad para tantear las ofertas que esta primavera ofrece Claude Nori (Toulouse, 1949) como director del evento. La polivalencia de este fotógrafo francés, avalada por un curriculum nada desdeñable, se esfuerza en ganar para su foro icónico un lugar destacado en el panorama internacional. Temo que esta legitima aspiración tenga que esperar algunos años para obtener los frutos deseados. Máxime cuando todos los veranos el prestigio de los Encuentros Arles, también en Francia, ensombrecen la estela de otras muchas manifestaciones similares.
En la búsqueda de consolidar el nuevo foro sus organizadores han contado este año con el grupo Ongarri de Elgoibar. La elección es acertada. Este colectivo fotográfico, coordinado en la actualidad por Jokin Martínez, se ha prestado a colaborar con la aportación de tres autores vascos elegidos por ellos. Son tres exposiciones que, cada una por su lado, se vuelcan en descifrar algunos de los aspectos del alma humana desde el sentido de la vista, con bellas composiciones, para conmover el corazón. Y, a decir verdad, lo consiguen.
Uno de los elegidos es Clemente Bernard (Pamplona, 1962). Estudio Bellas Artes en Barcelona y perfecciono el oficio como ayudante del inefable maestro Koldo Chamorro (Vitoria, 1949). Con la bolsa bien cargada de ideas y buenas maneras de hacer se lanzó al reportaje. En la actualidad trabaja como fotógrafo independiente para numerosas revistas. En un libro de la colección PhotoBolsillo pueden verse algunas de sus tomas. Ahora lleva a Biarritz un trabajo sobre jornaleros. Es un claro ejemplo de su manera de hacer, una combinación acertada entre testimonio y creatividad. Su aproximación al tema, buscando la expresión de las gentes más olvidadas del campo andaluz, adquiere una dimensión especial gracias a los puntos de vista elegidos. Son composiciones innovadoras que se alejan de los parámetros clásicos buscando nuevas vías. A través de ellas penetra en el problema, encuentra la esencia y, sin dramatismos escabrosos, conmueve las entrañas.
Otro de los participantes, Eduardo Arrillaga (Elgoibar, 1966) expone Herri baten argia (La luz de un pueblo). Es un trabajo que viene realizando desde hace varios años. Puede pecar de longevo, pero es un esfuerzo titánico por mostrar la manera en que se desenvuelve la vida en el caserío vasco. Un lugar donde se compaginan las tareas agrícolas con el trabajo en la fabrica, donde se combina tradición y progreso, la rústica azada con la tecnología del tractor, el cultivo al aire libre con las explotaciones intensivas bajo túnel de plástico. Una etapa de transición de una a otra civilización que sus fotos ponen al descubierto. Las situaciones son originales, impactantes. Choca cuando uno se encuentra un aldeano, con boina y paraguas al brazo, esperando a cruzar una calle repleta de coches llevando a un burro y su cestas tirado por una cuerda.
El trabajo de Nicolás López (Pamplona, 1956) es un puzzle de matices intimistas. Lo presenta como Album de viaje, Es una autobiografía, pequeños poemas visuales llenos de ternura. Intencionadamente dejan desvanecer sus formas. Hay que desentrañar el motivo a través de un velo. Las composiciones parecen ser fruto de azar. Con tesón tal vez pueda alcanzarse, pero cuesta palpar la intención del autor. La abstracción que consigue lleva a una situación (como el mismo autor señala) 'Donde se escapan las cosas próximas a la razón'. Los frutos icónicos de la autoreflexión, cuando se ha interiorizado excesivamente, son difíciles de alcanzar por el extraño en su verdadera dimensión. Si el fotógrafo quiere ser comprendido en su auténtica magnitud, debe ofrecer hilos conductores que no terminen en una amarga sensación de incomprensión no deseada.
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