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Columna
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Siempre nos quedará París

Las páginas de economía de EL PAÍS nos mostraban ayer la cara más inhumana de la gestión que del trabajo hacen las grandes empresas. '¿Qué hacemos ahora?, ¿vender el piso?, ¿irnos a acampar en la Castellana con los de Sintel?', se preguntaban angustiadas dos de las 786 personas que Marks & Spencer va a dejar en la calle en España (4.400 en toda Europa). Parecidas preguntas se estarán haciendo las alrededor de 150.000 personas sobre las que pesa la amenaza de despidos masivos anunciados en los últimos días por conocidas empresas del sector de telecomunicaciones, tales como Ericsson, Phillips, Motorola, Nokia o Siemens. Empresas todas ellas que siguen obteniendo multimillonarios beneficios, pero recurren al despido para frenar la disminución de estos beneficios o, sencillamente, para aumentarlos aún más.

El trabajo humano es el lastre de la nueva economía y librarse de él con la mayor facilidad es el objetivo de sus impulsores. La clave de esta estrategia empresarial pasa por el redimensionamiento de las organizaciones, para las que se propone la estrategia del downsizing o la reducción de su tamaño. Las organizaciones empresariales se están embarcando en complejos procesos de desintegración vertical mediante la externalización de muchas de las tareas que antes se realizaban en su seno. Frente a las expectativas generadas por los teóricos de los costes transaccionales, según los cuales las empresas tenderían a reducir su dependencia de los proveedores y productores externos de componentes internalizando sus activos, hoy las empresas optan por externalizar al máximo productos y servicios que no son centrales. Mediante estrategias de subcontratación (outsourcing y outworking), creando redes de proveedores, mediante alianzas estratégicas, las grandes empresas se están deshaciendo de muchos de los asalariados que antes desarrollaban sus tareas dentro de la empresa. En muchos casos, esos asalariados seguirán trabajando para la empresa, pero no en la empresa. Mediante la externalización deliberada y mediante otras formas de transformación del trabajo, que modifican profundamente la situación de los asalariados y las condiciones de empleo al generar cada vez más contingent jobs (empleos precarios e inestables), los directivos de las grandes empresas están creando de forma consciente mercados laborales duales. Es el lado oscuro de la flexibilidad, lado oscuro que explica una buena parte de su éxito empresarial.

Estas transformaciones en la estructura de la empresa están socavando las bases de confianza y lealtad sobre las que se han construido durante décadas las relaciones laborales. Y lo que es peor, esta nueva estrategia empresarial está expulsando del ámbito de los derechos a miles de personas que, junto con el empleo, ven desvanecerse las condiciones materiales para desarrollar una vida digna y autónoma. Pero la empresa es una institución social y en cuanto tal no puede entenderse al margen de una compleja trama de relaciones sociales. La empresa se alimenta de la sociedad cuando recluta a las personas que necesita para funcionar, personas que han sido formadas gracias al esfuerzo del conjunto de la sociedad (familia, ciudad, escuela...). Es por ello que la empresa no puede pretender a la sociedad en forma de deshecho aquello que ha recibido de la sociedad en forma de riqueza.

El Gobierno francés ha anunciado la aplicación de un conjunto de medidas, todavía en trámite parlamentario, para frenar la reducción de empleo en empresas con beneficios. El trabajo humano no puede ser considerado caro, ya que es precioso. Y porque es precioso, resulta irresponsable pretender rebajarlo a una mercancía lo más barata posible. Al contrario, es preciso revalorizar el trabajo humano. Convertirlo, no en otra especie de capital (el capital humano), sino en un bien infinitamente más valioso que el capital. Un bien tan valioso que cualquier intento de ponerle precio sea radicalmente cuestionado. Por cierto: ¡Viva el 1º de Mayo!

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