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Columna
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Caldera

Por suerte, los monarcas ya no son lo que eran y Juan Carlos de Borbón no puede desterrar al Ponto Euxino al individuo -¿de la FET y de las JONS?- que le redactó el discurso del Premio Cervantes. Es lógico que a la plana mayor intelectual del PP le encantara el discurso y glosara el castellano como si no hubiera sido la lengua compañera del imperio (Nebrija dixit), sino sólo la admirable lengua de los trabajadores españoles exiliados por política o por economía, es decir, por política. Otra cosa es que a los festejos lingüísticos del PP se sumara el señor Caldera, alto portavoz socialista al que le salió un ramalazo de '...España es la patria mía y la patria de mi raza...', aquel poema de obligada recitación en mis años infantiles.

A pesar de que los socialistas ya son poco socialistas, todavía tienen la obligación intelectual de asumir sus propias teorías sobre el imperialismo, porque grandes socialdemócratas de los siglos XIX y XX lo han analizado como sistema de dominación y acumulación y el papel que cumple la opresión cultural para legitimarlo.

Hasta los subcriollos más moderados de Latinoamérica se han sublevado ante el discurso del Rey porque en alguna medida se consideran víctimas resultantes del genocidio lingüístico infra, super y estructural a secas que suelen perpetrar todas, absolutamente todas, las potencias imperiales: 'Siempre fue la lengua compañera del imperio...', decretó Nebrija mucho antes de aquellos tiempos del cuplé, y se demostró que además siempre fue el imperio compañero de la lengua y de la religión. Incluso ahora. Todo hay que decirlo.

¿Por qué el señor Caldera se subió al tren blindado de la lengua como quien se sube al tren blindado del Espíritu Nacional? O bien porque ha salido cognoscitivamente algo averiado de los años en que conviviera con el franquismo, o tal vez porque le gustan los idiomas felices, o por echarle una mano al rey en situación dialécticamente difícil. No creo que la solidaridad de Caldera fuera consecuencia de los acuerdos antiterroristas suscritos entre el PSOE y el PP, aunque, ciertamente, el redactor del discurso del Rey estaba haciendo campaña en el País Vasco. Pero Caldera es otra cosa. Un socialista siempre debería ser otra cosa.

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