Despidos
De la misma manera que hemos visto hogueras de vacas y cerdos eliminados del consumo por la fiebre aftosa, contemplamos inmóviles la eliminación de cientos de miles de empleos como excedentes de la producción. La economía contemporánea se ha convertido en un espectáculo autónomo y liberado de razón. Es un espectáculo de capitales, mercancías o seres vivos, de colosales fusiones y billones de dólares cruzando a la velocidad de la luz. El mayor espectáculo del mundo que opera hoy emancipado de cualquier regla externa, fascinado por su propia orgía.
Ahora el mundo asiste a la amenaza de una recesión que avanza como una marea planetaria, desde el fondo hasta el borde de la escena. Todas las revistas norteamericanas, desde donde llega el mal, han cubierto varias veces sus portadas con los fotogramas de este panorama que va formándose día a día, desde los índices bursátiles hasta el poder del consumo, desde las tasas de producción al aumento abrumador de los despidos. Por todas partes, desde Alaska a Uruguay, desde Argentina a Dumbai, el mundo se torsiona como un organismo que muestra el costado de una enfermedad fatal y ante la cual, como corresponde al auténtico espectáculo -el categórico espectáculo de lo natural- no surge sublevación alguna. De igual manera que frente a los terremotos o los volcanes sólo cabe resistir, aliviar a los damnificados, resignarse, sobre los vaivenes de la economía no aparece razón que se oponga a sus destrozos. Los despidos ascienden a decenas de miles en una sola corporación, provienen de empresas que incluso no registran pérdidas, o proceden, en la marejada, de sociedades que acaban de ganar más, pero el despido crece como por sí mismo, como una epidemia que se ha propagado al modo de la glosopeda y enseña después sus efectos letales. Enormes hogueras de desempleados cuyas quejas apenas llegan a través de los desfallecidos sindicatos, piras de trabajadores de todas las edades que se acumulan en el paro como montañas de animales expurgados y tratados como cuerpos tóxicos. La economía -absoluta, desnuda de trabas sociales, morales y políticas- celebra la bacanal de su consagración, las formidables magnitudes de su poder no humano.
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