'Reservoir Titus'
1. Aquí hay tomate. Otra perla negra en la cartelera: Titus Andrònic, en el Lliure, hasta el 13 de mayo. Traducción de Salvador Oliva; versión troceada, centrifugada y con espuma controlada (ni mucha ni poca para su colada) de Àlex Rigola. Titus es una de las primeras obras de Shakespeare; un 'jeu de massacre', como diría Vian. Tan joven, tan desmesurada, que aún se sigue especulando sobre si era suya o no. Yo creo que sí, plenamente: por su mezcla de horror y humor, de poesía y de barbarie; por la locura de Titus, que anticipa la de Lear, y porque el personaje mejor dibujado (y sin duda el preferido del autor) es el villano: el moro Aaron, un pre-Yago, un canalla soberbio, seductor, inteligentísimo. El Titus de Rigola y la compañía Kronos Teatre es una de las producciones de Shakespeare más vivas, más originales y con más vigor de los últimos tiempos. Energía, descaro y entusiasmo son sus estandartes. Hay mucho humor, pero no se queda en el chiste. La emoción y el horror brotan cuando deben y hacen diana, preludiados o contrapesados por brochazos sarcásticos que refuerzan su impacto. Rigola no para; juega en todas las mesas y a todos los géneros. La temporada pasada, La máquina d'aigua, Un cop baix y este Titus; en ésta, las Variacions Goldberg, Titus-reprise, y en cartera un Woyzeck para el Grec, en el Romea.
Titus Andrònic fue una de las grandes sorpresas del pasado Grec. Un montaje 'de urgencia', en el off, en el teatro Zorrilla de Badalona. Después de una peregrinación, en vano, por diversos teatros de la ciudad, ha sido el Lliure el que, en una muestra de gran olfato, ha apostado por él y lo ha incorporado a su programación. El Titus de Rigola-Kronos les recordará el Hamlet que montaban, con cuatro cuartos y mucha imaginación, los cómicos de En lo más crudo del crudo invierno, la peli de Branagh. Es un montaje muy alemán (modelo deconstrucción salvaje), con influencias del Ricardo III de Langhoff, pero también de Joan Ollé, mentor de Rigola (otro Hamlet, el taller que Ollé presentó en el Institut del Teatre el año pasado), y de Boadella, el Boadella de Alias Serrallonga, presente en la violación y mutilación teatral de Lavinia, la pobre hija del guerrero romano.
El espacio, desnudo, esencial, es de Bibiana Puigdefábregas: 4 lámparas, 10 sillas, una mesa con ruedas. Hay dos micros, con alcachofas literales. La troupe imperial, con su botín de guerra, entra a los sones de la marcha de Ocho y medio; más tarde, el emperador Saturní y la reina Tamora bailarán, en su noche nupcial, el Satellite of love de Lou Reed. Mezcla de géneros, de estéticas: Demetri (Ivan Benet) y Quiron (Xavier Ricart), los sádicos hijos de la reina, son dos hooligans con camiseta del Barça y perfil de Rank Xerox, el mutante ultraviolento de Liberatore; los cachorros de Titus, Quintus (Jordi Coromina) y Marci (Jordi Collet), dos fools con cascos de la Gran Guerra, escapados de una farsa de Lester.
2. Un movimiento 'sexy'. Titus, una de esas obras en las que no queda ni el apuntador, se puede montar como un aquelarre gore (así la hizo Deborah Warner, en un montaje histórico de la Royal Shakespeare Company que se vio en el Festival de Otoño de Madrid, en 1989) o con un acercamiento furiosamente minimalista, como resolvió Fabià en el propio Lliure, en 1977. El espectáculo de Rigola entra, de lleno, en la segunda tradición. Los muertos de guerra son cubos llenos de zapatos viejos. Las cabezas, cortadas o machacadas, son tomates y sandías; los bates de béisbol sustituyen a las espadas. Los asesinatos se muestran por la vía elíptica (una silla despedazada a golpes de bate) o fuera de campo (la mano cortada de Titus: un fogonazo de luz roja). Hay grandes ideas, sencillas y efectivas. Cuando a Bassià (Marc Rodríguez) le rompen el cuello, uno de los actores estruja, simultáneamente, un vaso de plástico: el efecto no puede ser más bestia. La persecución y asesinato de los hijos de Tamora se convierte en una secuencia de slapstick, mientras truena, al galope, el ¡Fiesta! de los Pogues ('Almería once again!'); la masacre final, a tiro limpio, es un homenaje al desenlace de Reservoir dogs.
La mejor escena de la función (modelo 'tiemble después de haber reído') es la violación de Lavinia (Daniela Feixas en su mejor trabajo) a los sones de La bomba de King África: te quedas helado cuando emerge, tras la cortina de un teatrito, con la lengua amputada y dos muñones ensangrentados por brazos, como una Barbie en poder de Beavis y Butthead. Hay cambios respecto al montaje de Badalona. Han saltado Óscar Rabadán (al que sustituye Josep Julien como Saturní) y Xavier Ribalta, reemplazado por Jordi Coromina. Se fueron los protas, Julio Manrique (Titus) y Áurea Márquez (Tamora), que estaban estupendos, pero Xavier Ripoll y Marta Domingo, sus herederos, no se quedan atrás. A Xavier Ripoll nunca le he visto en un mal paso. Es flexible, intenso, sabe decir y sabe escuchar. Su Titus, barbudo, con desharrapada chaqueta militar, es un caudillo serbio o un militar africano, feroz y tarumba, que pasa de la ingenuidad a la locura en un vuelo. Marta Domingo -wonderbra, gabardina abierta, cabello desbocado- tiene mirada (dos tizones), sensualidad, y autoridad escénica.
Sin embargo, quien se lleva el gato al agua, para mi gusto, es el formidable Joan Carreras, que interpreta a Aaron como un ángel caído de torso desnudo, ojos sulfúricos y pantalones de cuero; un demonio al que se le cae la baba con su bebé negro, su bastardo, quizá el primero en la lista de gloriosos bastardos del teatro de Shakespeare. Carreras, que se reveló como actor de comedia en los Dos bessons venecians de Goldoni, en el Mercat, y fue un fool perfecto en el Molt soroll de Madico, es aquí una dinamo de energía malévola que les recordará al Nicholas Cage de Face / Off.
Resumiendo: el Titus Andrònic de Rigola/Kronos es original, vivo, divertido y terrible; tiene un excelente y entregadísimo reparto, puede enganchar a un público muy amplio, mayoritariamente joven y, lo más importante, no te hace mirar el reloj ni una sola vez.
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