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Ulsterizar

Leí hace años, no recuerdo dónde, una anécdota o apólogo que pretendía reflejar la dramática bipolarización, el altísimo grado de escisión social provocados, en Irlanda del Norte, por varias décadas de enfrentamientos intercomunitarios. Una pandilla de chavales juega en una calle cualquiera de un barrio cualquiera del Ulster cuando aparece un compañero del vecindario, flanqueado por otro chico desconocido. Inmediatamente, el grupo rodea a los recién llegados y pregunta, señalando recelosamente al forastero: '¿quién es éste?'. 'Tranquilos, yo respondo por él', aclara su introductor, 'es un amigo, su familia ha venido de visita...'. 'Pero, ¿es católico o protestante?', replican los chiquillos sin desarmar su desconfianza. 'No, no, él es judío...'. '¡Ah, judío...! Bien, pero, ¿judío católico o judío protestante?'.

Desde el establecimiento de las actuales democracia y autonomía, ha sido principalmente el entorno proetarra el que ha cultivado en Euskadi la mímesis irlandesa, el que ha descrito el escenario vasco en términos de conflicto entre dos comunidades, opresora una, oprimida la otra, y ha tratado de legitimar a ETA como el brazo armado defensor de esta última...

El resto del arco político subrayó siempre las grandes diferencias entre el País Vasco y el Ulster, rechazó la interpretación 'bicomunitaria' del problema e insistió en que eran las conductas, no las ideas ni las adscripciones identitarias, las que establecían la única divisoria relevante: la que separaba a los demócratas de los violentos.

Sin embargo, todo cambia, y en este caso para peor. Durante los interminables pródromos de la campaña electoral que hoy comienza, y sobre la base del criminal acoso que padecen los cargos públicos del PP y del PSOE en Euskadi, el Partido Popular, su Gobierno y los aparatos públicos y privados que ambos controlan han apostado abiertamente por la comunitarización del drama vasco: frente a los 'nacionalistas' (presentados como un todo homogéneo, desde Jarrai al PNV), los 'constitucionalistas' configurarían una comunidad social, cultural, lingüística y, por supuesto, también política en cuyo seno las diferencias entre izquierda y derecha devienen casi irrelevantes. Una comunidad definida por la 'opresión' de que es víctima -hasta el punto de utilizar como emblema la estrella amarilla de los judíos perseguidos...-, por el 'desprecio' que recibe desde Ajuria Enea, por la 'indefensión' en que la deja la Ertzaintza... y porque sus miembros se sienten primordialmente españoles.

Al margen del grado de demagogia que contenga, y de cuál vaya a ser su rentabilidad el día 13 de mayo, este planteamiento que algunos han denominado 'frentista' y que yo prefiero describir como la búsqueda tenaz del choque identitario es tan explosivo, tiene tal capacidad para alimentar el conflicto durante 50 años más, que incluso ha impulsado a los obispos a alertar sobre ello. En su pastoral de la semana pasada, los tres prelados de la comunidad autónoma vasca condenan tanto 'los estragos de la violencia' como las coacciones y amenazas contra la libertad de voto, pero señalan también con insistencia el peligro de que se ahonden 'la brecha social', 'la fractura social', la 'escisión' comunitaria si quien gane quiere imponer 'un proyecto excluyente', si persiste la táctica de 'envolver en la misma valoración condenatoria lo legítimo con lo inaceptable'.

Los obispos vascos harán bien en no esperar que, durante las próximas dos semanas, nadie les haga demasiado caso porque, como señalaba el otro día Miguel Ángel Aguilar, contra Arzalluz y su PNV se ha impuesto 'la consigna degradante del vale todo'. Todo significa que, mientras manifestantes 'constitucionalistas' corean en Vitoria '¡Arzalluz, chuleta, estás vendido a ETA!', o bien '¡Arzalluz, macarra, sal de Lizarra!', la constitucionalista Televisión Española hace abrumadora publicidad en prime time a los periodistas José Díaz Herrera e Isabel Durán -otrora sonrojantes hagiógrafos de Aznar- por su injurioso libro titulado Arzalluz. La dictadura del miedo.

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Y, puesto que todo vale, el presidente del Gobierno y del Partido Popular, José María Aznar, puede amenazar con la suspensión del concierto económico vasco si los resultados del 13 de mayo no son los que él anhela. Y los servicios informativos de TVE pueden cubrir la precampaña vasca con distorsiones cuantitativas y manipulaciones cualitativas dignas del doctor Goebbels no sólo en perjuicio de PNV-EA, sino también de cualquier otra fuerza que, como Ezquer Batua-IU, no se pliegue a las directrices constitucionalistas. Y si encima, por un problema formal, el nacionalismo democrático vasco se quedaba sin espacios gratuitos de propaganda en radio y televisión, pues mejor; merecido lo tendrían...

Que, bajo este clima, el PSOE haya dado en los últimos días muestras crecientes de inquietud y malestar es a la vez lógico y esperanzador. Lógico, porque los socialistas comienzan a comprender -supongo- que si ahora consienten al PP este uso abusivo del poder, este desmadre ético contra un enemigo común, tarde o temprano también ellos serán víctimas de tales procedimientos, y entonces tendrán poca credibilidad para denunciarlos. Esperanzador, porque sólo el PSE-PSOE y Ezquer Batua pueden, aunque en grado muy distinto, impedir que en el futuro los niños jueguen, en los patios de las escuelas vascas, divididos en dos bandos: nacionalistas y constitucionalistas.

En noviembre de 1999 escuché personalmente a Xabier Arzalluz sostener que una mayoría social del 51% bastaba para poner en marcha la autodeterminación de Euskadi. Me pareció tan absurdo como, hoy, el sueño de Mayor Oreja de erigir sobre el 51% de los votos -arañados tal vez en Benidorm o en la Patagonia- la españolidad del País Vasco.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia contemporánea en la UAB.

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