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La seductora en la rueca

La mezzosoprano salzburguesa Angelika Kirchschlager enamoró en su debú madrileño, aunque no fue el suyo un amor a primera vista. A. K. es joven, guapa y enormemente simpática en su faceta comunicativa. Y, así, por la sala se oían citar nombres como los de Sharon Stone o Kim Basinger, lo cual era de lo más sintomático.

Pero, vocalmente, la mezzo empezó muy titubeante, con un bloque dedicado a Schubert lleno de rigidez, tanteando el sonido, con cierta prudencia que lindaba con la inseguridad. Salía ya a la palestra, desde luego, su timbre sensual y carnoso, pero artísticamente la cosa no acababa de levantar el vuelo.

El contraste de Schubert con Schumann y su ciclo Amor y vida de mujer fue rotundo. A. K. empezó a dejar constancia de la intencionalidad de su fraseo y de la identificación con una línea de canto flexible y envolvente. También empezó a regalar su instinto melódico. Y fue precisamente con Schumann, en los Poemas de la reina María Estuardo, cuando A. K. se destapó (desde el punto de vista vocal, claro) ofreciendo una lectura verdaderamente prodigiosa, impropia de su juventud por la profundidad, rebosante de matices, de expresión dramática, de acentos, con lo que el público se encandiló y los bravos comenzaron a sonar.

Volvió a Schubert A. K., ofreciendo intensas lecturas de El rey de Thule y Margarita en la rueca. Melvyn Tan al piano acompañaba con algún caprichillo pero, en cualquier caso, con solvencia. En las propinas, Montsavatge por partida doble (encantadora la dicción de la Canción de cuna para dormir un negrito), Schumann y un Poulenc que finalizaba como una declaración de principios: "Yo no quiero trabajar, sólo quiero fumar".

Lo que usted quiera, irresistible seductora.

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