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Secularizar los partidos

Nuestro sistema de partidos adolece de muy notables deficiencias, afirmación que muy pocos conocedores del tema discutirán, y alguna de ellas no por ser silenciosa es menos negativa. El reciente debate en el Parlamento valenciano del proyecto de ley de parejas de hecho, y las reacciones que el mismo ha suscitado, muestran una de esas deficiencias: el déficit de laicidad de los partidos parlamentarios. Déficit tanto más sorprendente cuando se considera que entre nosotros no hay apenas partidos religiosos en su triple versión de partidos de fundamentalistas, de defensa de la periferia o de defensa de la religión, o, por mejor decir, no los hay en absoluto fuera de la excepción de la UDC, y que, como correlato lógico de esa ausencia, no existen partidos laicistas, al modo de los liberales belgas, los demócratas luxemburgueses o los radicales italianos. Una muestra palmaria de ese déficit de laicidad de los partidos parlamentarios viene dada por una ausencia que llamaría notablemente la atención a un observador anglosajón: no hay votaciones no partidistas en nuestras Cámaras porque no existe en nuestra práctica parlamentaria la figura del voto en conciencia. Como la laicidad no es sino la vertiente negativa de la pluralidad esa ausencia muestra un alarmante déficit de pluralidad en nuestros partidos. Déficit que me parece particularmente peligroso en los dos partidos con vocación mayoritaria, déficit tanto más peligroso cuanto más nos aproximemos al bipartidismo. Me explicaré.

La concepción de sentido común de los partidos dominantes entre nosotros ve al partido en términos de 'comunidad de los creyentes'; puede haber desaparecido la clásica invocación blasquista 'amigos y correligionarios', pero su sustancia sigue alimentando, si bien tenuemente, el imaginario social. Pero los partidos no son así, porque la condición indispensable para que lo sean radica en que los partidos, todos y cada uno de ellos, sean portadores de una visión del mundo, de lo que los alemanes denominan una Weltanschauung, que comprende junto a una visión del mundo una completa doctrina moral. En el contexto pluralista en que nos movemos eso no es así. Las doctrinas éticas, los posicionamientos religiosos, son transversales y no coinciden ni entre sí ni con las divisorias partidarias. Todos los partidos son ética y religiosamente plurales, y ello tanto en el nivel de la militancia como en el del electorado. Y ello hasta el punto de que el más laico de los candidatos a la presidencia del gobierno vasco en las presentes elecciones de Euskadi pertenece al muy clerical mundo nacionalista, y el más beato a un partido de la izquierda estatal.

Las doctrinas éticas y las profesiones religiosas son transversales porque sus divisorias no coinciden con las líneas de fractura que estructuran nuestro sistema de partidos. Las divisorias éticas y religiosas no coinciden con las fracturas de valores, de clase o nacionales que explican nuestra diversidad política. Es ese escenario el que hace inteligible que un partido conservador (o un partido burgués en la terminología estructuralista) como es el PP haya impulsado una ley de parejas de hecho en la Comunidad Valenciana, porque lo que le define no es tanto un sistema de valores de cuño confesional como la asunción de una imagen del orden social deseable en el que los emprendedores gozan de una posición dominante. Y esa imagen del orden social deseable es explicable en términos completamente laicos, y aun beligerantemente contrarios a aspectos determinados de la doctrina cristiana, entre los cuales pueden encontrar cobijo proyectos como el mencionado. Y ello aun cuando mi amigo Rafael me acuse de descentrar el debate. Los felices tiempos en los que era aproximado aplicar en nuestro caso el ejemplo inglés, del que se decía que la Iglesia Anglicana era el partido conservador rezando, han pasado a la Historia. Hay conservadores que son católicos porque el catolicismo ha sido hasta fecha reciente la Iglesia establecida, hay católicos que no son conservadores porque estiman que su creencia y lo que un político católico galo denominó el 'desorden establecido' son contradictorios. Mi amigo Paco puede dar amplio y viejo testimonio de ello.

La transversalidad nos lleva a Agustín García-Gasco, porque el arzobispo piensa, y piensa bien, que un católico que actúa en la vida pública no puede votar ciertas cosas cuando éstas son contradictorias con su fe. Lo cual es predicable igualmente, y por los mismos motivos, de un ortodoxo, un musulmán o un hebreo, por no hablar de los ateos de varia obediencia. El problema surge cuando resulta que los partidos no contemplan vías de expresión de esa pluralidad ética o religiosa e imponen disciplina de voto en temas de conciencia, sean estos la pena de muerte o las parejas de hecho. La votación no partidista y el voto en conciencia fueron inventados por el Partido Liberal inglés porque, a diferencia de los tories, los liberales reposaban sobre las diferencias confesionales, y éstas eran varias por definición. Quien es representante del disenso religioso no puede, por definición, aspirar a la ortodoxia. Si nuestros partidos son plurales, si se basan en la pluralidad ética y religiosa no pueden aspirar, por principio, a ser portadores de un determinado orden de valores, ni a incorporar posiciones éticas o religiosas definidas, y, en razón de ello, están condenados a admitir el voto en conciencia y las votaciones no partidistas. Que no se haga así lo único que significa es que nuestros partidos adolecen de una falsa confesionalidad. De una confesionalidad, porque se pretenden portadores de una explicación del mundo y de la vida que les permite alienarse con posiciones éticas determinadas, de una confesionalidad falsa porque, sencillamente, eso no es verdad. Hay que secularizar los partidos, y en eso, forzoso es reconocerlo, el señor Blasco anda por delante de la señora Espí. Laus Deo.

Manuel Martínez Sospedra es profesor de Derecho de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.

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