_
_
_
_
VISTO / OÍDO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Modelo fútbol

No intento hacer chiste ni ironía al imaginar que el exceso de fútbol ha cambiado nuestra manera de ser: busco explicaciones para que la gente se haya vuelto pasional, irritable, algunos hasta asesinos, en la adicción a lo que no son ideas ni contiene posibilidades de futuro de ninguna clase. El fanático del fútbol existe poco: es de un equipo, con el nombre de una ciudad, y pocas veces el de un país, porque la idea se ha roto antes de que lleguemos a la de Europa. El fanático de equipo no necesita pensar, aunque el fútbol forme una cultura muy completa y muy compleja, pero inútil: como una teología. Hay fanáticos de sus partidos políticos: pero son pocos, porque éste es un país de socios pero no de afiliados, hasta el punto de que los partidos políticos no son grupos sostenidos por la aportación de ciudadanos que se sienten representados, sino entidades patrocinadas por el Estado con mucho dinero para que actúen mejor en la comedia de la democracia feliz (la oposición pide mucho más dinero para los partidos: el PP no quiere, porque dispone del presupuesto, con fondos secretos de reptiles). Por otra parte, los partidos no representan maneras de pensar o de idear las transformaciones que se supone que forman parte de un progreso lineal del género humano, sino de intereses.

Las ideas de igualar, de repartir, equilibrar riqueza y difundir bienes culturales no están en el aire, y al que las desea le llaman de todo y le expulsan de lo suyo. La conversión de los impulsos que comportan un pensamiento en defensas brutales de una ciudad o una región, llamadas autonomías, o de que no sean tan autonomías, o del nacionalismo aciago y el nacionalismo ciego que se llama antinacionalismo dentro de cada región, parece que sigue el modelo del fútbol. Como en el deporte, el forofo no gana ni pierde con el resultado, el dinero suele ser para los jugadores (ajenos a la ciudad, al país, al continente) y, sobre todo, para cada Gil; nadie puede creer que un País Vasco con independencia fuese mejor que unas provincias vascongadas (aparte de lo posible o lo imposible, y de la utopía que hay detrás) sin pensar que ni él, ni el catalán o el extremeño o el que sea puede prescindir ya de los intereses creados en torno a esa entelequia, y tampoco puede ganar más de lo que tiene. Como siempre, Cataluña va mejor que los otros, y el País Vasco tiene más recursos, y el Sur sigue siendo sur (dentro de que la vida general en España ha mejorado mucho con respecto al siglo pasado).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_