Mayoría absoluta sin EH
Todo proceso electoral democrático se descompone jurídicamente en múltiples fases, pero políticamente lo hace fundamentalmente en dos. Una primera, la campaña electoral, en la que se pone el énfasis en el enfrentamiento entre los diversos partidos que concurren a las elecciones. Y una segunda, el momento de la votación, en el cual un cuerpo electoral único pone fin al proceso a través de su manifestación de voluntad, decidiendo hasta la próxima consulta en quiénes deposita la confianza para dirigir políticamente a la comunidad, bien sea en el Gobierno o en la oposición. La primera es un momento de división de la sociedad, de acentuación de la discrepancia y del conflicto, esto es, opera centrífugamente, en tanto que la segunda debe ser todo lo contrario, un momento de clarificación como consecuencia de la decisión de un árbitro inapelable y un momento de pacificación y reunificación social, que opera de manera centrípeta. Así es, así debe ser y así suele ser en toda sociedad democrática normalizada. Por muy dura que sea la campaña electoral y por muy ajustado que sea el resultado de la votación, la decisión del cuerpo electoral tiene que ser aceptada. Y tiene que ser aceptada de verdad. Nadie va a decir abiertamente que no acepta el resultado de una votación. Pero hay formas encubiertas de no hacerlo.
Tengo la impresión de que algo de esto último puede ocurrir en las próximas elecciones vascas. Aceptar el resultado no supone simplemente dar por buenos los votos y los escaños que cada uno tiene, sino hacer posible la formación de un Gobierno a partir de los mismos. La no formación de Gobierno en un régimen parlamentario es una forma de no aceptar el resultado de una votación. ¿De qué sirve decir que se acepta el resultado de la votación si después no se extrae la consecuencia práctica que de la misma tiene que extraerse? Este es el canon con el que se va a tener que valorar la conducta del PNV, PP y PSOE a partir de la madrugada del 13 de mayo. Una vez que estén contados los votos, la suerte está echada. El cuerpo electoral ha hecho su trabajo. Son los partidos los que tienen que interpretar su voluntad traducida en escaños. Y en este momento vamos a ver si de verdad se acepta o no el resultado. Porque, para la formación de Gobierno, solamente vale la mayoría absoluta. Y solamente vale una mayoría de este tipo porque los escaños de EH están inutilizados desde un punto de vista positivo, pero no negativo. Se puede no contar con los escaños de EH para constituir Gobierno, pero lo que no se puede es impedir que cuenten para evitar que se constituya. El voto negativo de EH a un candidato del PNV sumado al voto negativo de PP y PSOE impediría su investidura. Pero lo mismo podría ocurrir con el voto negativo de EH al candidato de PP-PSOE sumado al voto negativo del PNV. Sólo habrá Gobierno sin EH con mayoría absoluta.
La prueba de la aceptación del resultado radica en no dejar en manos de EH la gobernabilidad del País Vasco. A esto es a lo que todos los partidos deberían comprometerse antes de las elecciones: a que no se va a permitir que dependa de EH la formación de Gobierno. Ni en positivo ni en negativo.
El 14 de mayo, los ciudadanos tienen que saber que va a haber Gobierno con los resultados del día anterior, independientemente de lo que decida hacer EH. Tal vez haya una mayoría absoluta en alguna dirección que haga que el problema se resuelva fácilmente. Pero ¿y si no la hay? ¿Están todos los partidos democráticos, nacionalistas y no nacionalistas, dispuestos a comprometerse a formar Gobierno haciendo abstracción por completo de los escaños de EH? Esto es lo que de verdad supone aceptar el resultado electoral y jugar limpio. Y esto afecta por igual al PNV, al PP y al PSOE. Y sería una cuestión que debería despejarse antes del 12 de mayo. Este es un punto central de cualquier política antiterrorista, en el que no cabe jugar con ambigüedades.
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