El Real Madrid entra en semifinales a ritmo de goleada
El campeón derrota al Galatasaray con comodidad en un partido canalla que sufrió otra penosa actuación de los 'ultras'
Por fin, un equipo decidió poner la distancia real con el Galatasaray, al que nadie se lo ha tomado en serio durante los dos últimos años. Sin hacer un gran partido, pero con la contundencia de gente como Raúl, el Madrid ganó con una comodidad inesperada a estas alturas de la Copa de Europa.
Del Bosque ha dicho alguna vez que el Galatasaray le recuerda a los equipos de los años sesenta, y no lo comenta como demérito. Es un equipo con jugadores de oficio, siempre dispuestos a enfriar los partidos y manejarlos con pequeños detalles: un tiro libre de Hagi, un cabezazo de Jardel, una llegada por sorpresa cuando parece que no ocurre nada. Para que eso suceda, tiene que recibir permiso, concesiones que el Madrid le ha hecho en los dos últimos enfrentamientos. Esta vez, no, con evidentes consecuencias.
REAL MADRID 3| GALATASARAY 0
Real Madrid: Casillas; Salgado, Hierro, Karanka, Roberto Carlos (Solari, m. 90+); McManaman, Makelele, Helguera, Figo (Savio, m. 86); Guti (Flavio Conceiçao, m. 74) y Raúl. Galatasaray: Taffarel; Bulent, Asik Emre, Umit, Fatih; Okam, Suat (Akin Bulent, m. 46), Emre, Hasan Sas (Arif, m. 67); Hagi; y Jardel. Goles: 1-0. M. 14. McManaman cede a Salgado, que centra desde el lateral derecho del área para que Raúl, adelantándose a Taffarel, anote desde cerca de la línea de gol. 2-0. M. 27. Figo saca un córner por la derecha y Helguera remata de cabeza. 3-0. M. 36. McManaman mete el balón para el desmarque de Raúl, que marca desde la izquierda. Árbitro: Anders frisk (Suecia). Amonestó a Umit, Hasan Sas, Fatih y Bulent. Unos 70.000 espectadores en el estadio Santiago Bernabéu. Clasificado el Real Madrid por el marcador global de 5-3.
El Madrid ganó con facilidad un partido que se volvió muy desagradable en el segundo tiempo, con demasiados altercados y el asqueroso comportamiento de los ultras, otra vez dando la nota en el fondo sur, inexplicablemente protegidos por un club al que sólo causan problemas.
Antes de que Raúl y compañía hicieran su trabajo en el área, el partido era el de toda la vida entre estos dos equipos. El Galatasaray masticaba el juego ante la perplejidad del Madrid, que perseguía sombras. A los turcos les interesaba menos convertir su dominio en remates que en sacar al Madrid del encuentro, problema que llegó a ser inquietante hasta que Raúl acreditó su instinto en el área con una aparición por el primer palo. El gol enseñó el camino al Madrid en todos los aspectos. Le sirvió para tranquilizarse y para darles mala vida a los defensas turcos, que tenían graves dificultades para sacar el balón en condiciones. Salgado interceptó el balón y se lo entregó a McManaman, que buscó de nuevo al fogoso lateral, cuyo centro fue rematado por Raúl antes de que se enterara Taffarel.
El acoso a los defensas dio excelentes beneficios al Madrid, que se encontró con la clase de partido que prefiere. O sea, cuando sus rivales pierden la paciencia y se desordenan. Contra lo que parece, el Madrid no se siente cómodo cuando tiene que mover el balón. Se siente mejor con espacios y capacidad para aprovechar la velocidad de Roberto Carlos, la astucia de Raúl y el sentido común de McManaman para tocar y moverse. Y también para que Helguera actúe con más libertad, sin atender al libreto, con sitio para llegar al área o para buscar remates de media distancia.
Helguera marcó el segundo en un excelente cabezazo, pero esta vez su contribución también fue decisiva en el medio campo, especialmente en el primer tiempo, antes de que el partido se volviera canalla. Helguera se desenganchó de Makelele cuando era necesario, sin convertirlo en una prioridad. Alrededor de él, McManaman tuvo un actividad tremenda, con el juego optimista que le caracteriza. Participó en el primer gol con un buen pase a Salgado y lo mismo hizo en el tercer tanto, la mejor acción. Figo, que está bloqueado y no le encuentra las vueltas al juego, aprovechó un nuevo error de los defensas turcos para abrir la pelota hacia la izquierda, para Helguera, que la desplazó rápidamente hacia McManaman, que leyó el desmarque de Raúl, otra vez letal en el área. Su remate superó a Taffarel y dio finiquito al encuentro, porque todo lo que sucedió en el segundo tiempo fue bastante turbio.
El Galatasaray lo ensució deliberadamente, otro ejemplo de lo que dice Del Bosque. Como aquellos terribles equipos argentinos de los años sesenta, pretendió sacar por lo criminal lo que no conseguía por lo civil. Se vieron agresiones, patadas, codazos y provocaciones de todo tipo, en las cuales caía algún madridista con demasiada ingenuidad. A Figo se le vio particularmente nervioso, quizá porque no estaba satisfecho con su actuación. Le falta frescura física y mental, pero su valentía no se discute. Si falla es más por exceso que por defecto.
La noche se convirtió en una riña fea, sin fútbol y bastantes ocasiones para los dos equipos, que entraron al cuerpo a cuerpo. Desapareció el medio campo del Madrid y al Galatasaray apenas le costó rematar media docena de veces. Lo mismo en el otro lado. Pero lo que presidió el segundo tiempo fue la gresca, a la que, por supuesto, se sumaron los inevitables ultras.
DIEGO TORRES | Madrid
Mario Jardel salió al campo como si la cita fuese algo así como Evasión o Victoria. Para el brasileño, que quiere venirse a España, era una oportunidad inmejorable para ofrecerse a los clubes compradores. Así es que pitado el comienzo, el delantero salió disparado a meterse en la frontal del área, se emparejó con Karanka y cruzó en diagonal hasta la espalda de Hierro. Cuando Hasan Sas le dio el pase estuvo a punto de meter un gol. Corría el minuto 1 y el Galatasaray había gastado su bala de oro.
A sus 27 años y con 26 goles en diferentes temporadas en la Liga de Campeones, Jardel llegó al partido como el máximo anotador en la historia de la competición -Raúl lo superó ayer al marcar dos tantos y sumar 27- y con el apetito confirmado de quien se autocalifica como asesino del área. Esperaba encontrarse con Hierro en baja forma para ganarle la espalda. Pero el malagueño no dio señales de dolencia alguna. Es más, dirigió la conjura del los madridistas con renovado fervor en la rueda que forma el equipo antes de los partidos. Sólo uno de sus compañeros prestó poca atención al ritual, de pie y moviendo el cuello como si le picara algo: Helguera, que ayer salió hiperactivo. Fue él y no Hierro quien, para desgracia de Jardel, le marcó al hombre en las jugadas a balón parado, retándole y propinándole empujones a espaldas del árbitro.
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