¿Afectos divinos o efectos del vino?
Con este juego de palabras se quejaba José María Sbarbi , célebre sacerdote, músico y folclorista gaditano, de que algunos saeteros, bajo los efectos del alcohol, no cantaran esas coplas 'sentenciosas y morales', sino otras 'por desgracia insípidas y chocarreras, cuando no impías y blasfemas'. Así lo escribe a don Antonio Machado y Alvarez, en carta que éste publicó en su revista, La Enciclopedia, un 5 de marzo de 1880. Otras muchas noticias sobre este género tan peculiarmente andaluz nos proporciona la carta de Sbarbi, que, junto con la respuesta, más ecuánime, del padre de los Machado, constituyen todavía hoy uno de los acercamientos más fiables que se hayan escrito sobre la saeta. Curiosa y enigmática escasez, que parece en consonancia con el que es, desde luego, uno de los más enigmáticos cantos populares andaluces. Otro cura famoso de la época, Fray Diego de Valencina, escribe: 'Debo añadir que en Valencina se cantaban las saetas religiosas, tal como hoy se hace, antes de 1855'. Interesante dato histórico sobre lo que debieron ser las saetas antiguas, o viejas, que nada o poco tienen que ver con las saetas flamencas, surgidas entre finales del XIX y comienzos del XX, como derivaciones de la toná, la seguiriya y el martinete. Así lo vimos en estas mismas páginas el año pasado (18.4.01), a propósito de esas preciosas reliquias que son las saetas de Marchena.
Eran las antiguas unas salmodias plañideras, de 'entonación grave, pausada, lúgubre y casi monótona, dejando como en suspenso la cadencia final' (Sbarbi), herederas directas de los cantos nocturnos de los que franciscanos y dominicos hacían uso en su labor misionera y mendicante, allá por los siglos XV al XVII; ellos, a su vez, las habrían tomado de aún más antiguos cantos de ánimas, de los que quedaban restos desperdigados por la campiña sevillana todavía en la primera mitad del XX. También los campanilleros de octubre y el rosario de la aurora son parientes musicales de estos géneros. De aquellos primitivos sonsonetes apenas subsisten algunos recuerdos, generalmente pareados: 'Quien perdona a su enemigo, a Dios gana por amigo'. 'Aunque estés bueno al presente, puedes morir de repente', cuyo efecto sobrecogedor, en el silencio de la noche, es fácil de adivinar. Pero también los había de tres y hasta de cuatro versos: 'Vivir mal y acabar bien, ¿cómo lo has de conseguir? Pues, cual la vida es la muerte, si mal vives, ¡ay de ti!' Letra que bien acusa elaboración culta y clerical, pero que pudo sentar el modelo estrófico -una copla al fin y al cabo-, sobre el que prosperó la saeta flamenca. Pero entre los muchos interrogantes que aún gravitan sobre este género, habría que preguntarse qué fue lo que ocurrió, en términos sociológicos, para que el pueblo andaluz introdujera las variantes burlescas sobre asunto tan serio. Por ejemplo, aquella que decía: 'Vale más el Cristo e San Pedro / y su divino jocico /, que toito el convento entero / de los pares Domenicos'. O esta otra: 'Viendo Cristo que su muerte / la tenía tan cercana / se echó la chaqueta al hombro / y se fue pa Dos Hermanas'. A tal punto debió llegarse que, como ha recogido Ortiz Nuevo en su libro ¿Quién me presta una escalera?, las saetas estuvieron prohibidas en Sevilla en 1876, y repudiadas frecuentemente por El Porvenir, el periódico conservador de la época, como cantos plebeyos. Sea por lo que fuere, desde entonces puede decirse que la zumba popular no ha dejado de testimoniar su peculiar visión de los ritos pascuales, hasta hoy. Vean, si no, estas coplillas que hoy andan por ahí, a propósito del popular paso sevillano de La Canina, que acopaña al Santo Entierro: 'Mecedla bien, costaleros / que no se mueva un clavel. / No vaya a descoyuntarse / la tibia y el peroné'. 'Amarrar todos los perros / que por la calle camina, / entre veinte costaleros / el paso de la canina'. 'Porque dice el costalero: / con el tuétano del hueso / se hace un caldo del pucher'. (Ya tienen una alternativa a lo de las vacas locas).
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