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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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Solo en casa

Decía el añorado amigo, escritor, periodista y maestro Luciano Rincón que los males de Euskadi se curaban viajando. Yo siempre he pensado lo contrario, que el vasco agudiza sus males cuando sale fuera, viaja para reafirmarse, 'como en casa en ningún sitio', se desplaza para cumplir la esperanza de encontrar en la lejanía a otros compatriotas, 'coño ¿ vosotros de Zarautz ? Nosotros de Lekeitio' Si a los vascos nos ponen a viajar por ahí y nos dejan tiempo terminamos montando en un santiamén Elkartetxes, Batzokis, Euskal Etxeas y Herriko Tabernas a tutiplé.

Estos días todo el mundo se ha puesto a viajar. La Tercera Edad que no para y se mueve más que el Papa, algunos políticos que viajan gratis et amore -57 millones se han gastado los diputados forales vizcaínos para mostrar nuestras excelencias desde Chile a Finlandia, pasando por Chicago y Shangai- y la ciudadanía en general, que vive estas fechas en una especie de baile de San Vito, de gregario desplazamiento, de penitente peregrinaje por terminales de aeropuertos, atascos y peajes. La ciudad bosteza mientras sus habitantes se lanzan a la Gran Evasión.

La ciudad bosteza y la gente huye sin saber que no hay huida feliz porque lo peor siempre es el regreso

El dibujante se ha quedado solo en casa y en el abandono duda seriamente de que hoy haya alguien dispuesto a leer esta crónica de la fuga. 'La gente huye de todo' dice, porque el término 'evasión' corresponde al vocabulario de las cárceles 'y no saben que no hay huida feliz. Lo peor es el regreso'.

En fin, si tenemos en cuenta que 'el infierno son los otros' como diría Sartre, el que se queda a solas con su soledad, como el dibujante, elimina parte del problema y se dispone a disfrutar de un estado beatífico mientras ve partir trenes, coches, autobuses y aviones de forma compulsiva. Hoy lo verdaderamente elegante, chic consiste en quedarse en no salir y el dibujante, que es un dandy, lo sabe.

Los que se han ido y están a punto de regresar constituyen una multitud de 'Toros sentados', de culos cautivos durante horas interminables, que van de sillón en sillón, de máquina en máquina, comprobando que no se lanzan a una aventura hacia lo desconocido como era su deseo, sino a lo conocido: la hediondez de los tubos de escape, la lentitud de la retención, los avatares climatológicos, las colas, las estadísticas, los wáteres sin papel higiénico de las gasolineras, la comida plastificada de los Restop, el trasiego de los aeropuertos, la inmovilización, la impotencia y la búsqueda de un paraíso perdido que se convierte en un purgatorio hasta que llegas a Benidorm y se te pone cara de tonto, porque uno siempre tiene aspecto de lerdo y idiota cuando toma el sol, suponiendo que haya sol.

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El dibujante piensa en todo eso mientras escucha la música lejana del paso de una Compañía Penitencial por las calles desiertas de su ciudad. Entonces se imagina una masa hormigueante de mujeres, hombres, niños, suegras y mascotas abriéndose paso hacia la Tierra Prometida de la felicidad cabalgando a lomos de medios de transporte alineados bajo la misma bandera que la escuela, la cárcel, el hospital y el asilo.

Porque, en efecto, es en la Escuela donde nos enseñan a estar sentados y eso es algo que se agradece mucho luego a la hora de tomar, el autobús, un tren, un automóvil -que como todo el mundo sabe es un artefacto de dos toneladas de chatarra aparcadas cotidianamente veintidós horas sobre veinticuatro, hasta que llega la Gran Evasión- o un avión sin temor al Síndrome de la Clase Turista.

Porque ¿qué me dicen del avión? Ahí sí que nos dan una lección de inmovilismo y buen asiento, con la vejiga a punto de estallar por culpa del 'fasten seat belt' sólo se le pide a Dios que aparta cuanto antes esa cruz de nuestro viaje. Ahí dentro todo el que no sea Begoña Urreisti, la animosa Presidenta del Hogar del Jubilado de Iurreta , que acaba de declarar a un diario local 'me encantan los aviones. En un mes he cogido trece', está condenado a un fatal atrapamiento del que no saldría fácilmente librado ni el mismísimo David Copperfield con uno de sus mejores y más logrados números.

Hay quienes viajan estos días en avión a lejanos y exóticos destinos del tipo 'allí todo está más barato' o 'allí todo está más caro' para sentirse más ricos o más pobres. Tanto a unos como a otros, antes de volver a la posición de culos sentados les espera un sinfín de cuentas, cálculos, regateos, sumas, restas y comparaciones, una obsesión vacacional por la economía y una preocupación permanente de que no les tomen por estúpidos turistas con los precios, las ecotasas y los chalaneos. También hay ciudadanos que corren alegres a segundas viviendas o casas rurales para tratarse campechanamente con las gentes del lugar y jugar a los hijos adoptivos de la aldea durante unos días.

'No hay huida feliz' insiste el dibujante, convencido de que partir es morir un poco y que a veces un maravilloso viaje no es sino el resultado de una maravillosa decepción. Al fin y al cabo uno no se echa al camino todos los días, hay otros actos como el del amor a los que damos una exagerada importancia y, sin embargo, se pueden repetir indefinidamente hasta la saciedad. Cosa que no ocurre con los viajes y las salidas como éstas a las que nos estamos refiriendo que, a pesar de todo, resultan la terapia más rápida para escapar de épocas convulsas como las que vivimos.

Con el regreso definitivamente lo peor no ha pasado. Aun nos queda un largo viaje hasta el 13 de mayo. Ajústense los cinturones.

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