EE UU constata la crisis de su economía
La bolsas estadounidenses han perdido casi 1.000 billones de pesetas en nueve meses
El anuncio de despidos masivos en compañías estadounidense ha dejado de ser noticia, aunque los dos últimos no han pasado desapercibidos ya que afectan a las dos publicaciones posiblemente más influyentes del mundo: The Wall Street Journal y The New York Times.
Dow Jones, la compañía propietaria de The Wall Street Journal, entre otras publicaciones, ha despedido al 3% de su plantilla, alrededor de 200 empleados. La razón esgrimida es la caída de los beneficios que registró en los primeros cuatro meses de este año, que ascendieron a tan sólo 6,2 millones de dólares frente a los 88,7 millones que consiguió en el mismo periodo de un año antes.
Del mismo modo, Times Company, editora de The New York Times y otros 16 diarios en todo el país, ha anunciado un ajuste de plantilla, cuya cuantía está aún por determinar, debido la caída de la publicidad y el incremento de los costes y, en especial, el papel.
Noticias así están calando hondo en la población estadounidense e incluso motivando un cambio de hábitos. En los bares neoyorquinos, la televisión solía estar sintonizada a un canal de deportes. Ya no. Ahora las copas se toman entre vistazos a CNBC, CNNfn o Bloomberg, los canales financieros. Y las decisiones de la Reserva Federal se retransmiten al segundo, con cuenta atrás incluida, como si fueran alunizajes. La economía se ha convertido en el eje de la información y se ha histerizado. Si nunca fue una ciencia exacta, ahora, del todo dependiente de los impulsos bursátiles y de la instantaneidad, es casi una cadena de arrebatos místicos.
El crecimiento económico ha caído ocho puntos en sólo un año, lo nunca visto. Un caso que ha adquirido notoriedad, por ser muy representativo, es el de Selectron, una compañía californiana que fabrica componentes eléctricos: el 2 de marzo presentó unos resultados espectaculares, con un crecimiento de sus beneficios de un 86%; dos semanas más tarde, sus títulos se hundieron y anunció el despido de 8.200 empleados, el 10% de su plantilla, porque sus clientes (las grandes compañías informáticas) cancelaron pedidos en bloque.
La pregunta ya no es si habrá recesión puesto que pocos discuten que el conjunto de la economía estadounidense se adentra en una etapa recesiva. La pregunta ahora es: ¿qué tipo de recesión? La propia Reserva Federal considera 'probable' que el crecimiento resulte negativo en el primer semestre de 2001, pero pronostica un tránsito breve y una recuperación a partir del otoño.
Territorio desconocido
El gran problema es que se pisa territorio desconocido, y numerosos economistas especulan sobre una ampliación de los ciclos. Si la nueva economía ha empujado hacia arriba con tanta fuerza como para procurar una década de crecimiento ininterrumpido, con un ligero bache en 1995, ¿ejercerá la misma presión hacia abajo? El hombre a quien se plantea la cuestión forjó su prestigio como especialista en la industria metalúrgica, uno de los sectores más clásicos y convencionales; tuteló en 1981 el primer presupuesto de Ronald Reagan, tiene 74 años y ocupa desde hace 14 años la presidencia de la Reserva Federal: Alan Greenspan.
Pese a no ser un visionario, supo intuir que las nuevas tecnologías causarían una explosión de la productividad y que hacía falta dinero barato para que desarrollaran todo su potencial. Se situó a la cabeza del boom, y se le puso en un pedestal.Es sintomático que una reputación como la suya se haya empañado en pocos meses. Más allá del debate teórico sobre si subió demasiado los tipos de interés en 1999, o si los ha bajado demasiado poco este año, las críticas a Greenspan se centran en sus juicios sobre la nueva realidad. Definió el bache en términos clásicos de 'aterrizaje' tras un periodo desbocado: las empresas habían acumulado producto en los almacenes por la reducción de las ventas, dijo, y bastaría un periodo de adaptación para volver a un crecimiento estable.
Pero las firmas automovilísticas, otra industria clásica, ya se han desprendido de gran parte de sus stock del último trimestre de 2000, sin que eso haya cambiado las cosas por el momento. Las empresas que han tirado de la economía mundial no fabrican vehículos de cuatro ruedas, sino infraestructuras electrónicas e informáticas que requieren inversiones fabulosas y una demanda gigantesca, como la que hubo en los noventa. Esas empresas no existían, o estaban naciendo en garajes, cuando se produjo la más reciente recesión, la de 1980-1982, y se enfrentan por primera vez a un ajuste severo.
En Wall Street se recrimina a Greenspan que mantenga un pudor típico de los banqueros centrales: no desea que la política monetaria parezca exclusivamente dirigida a estimular los mercados bursátiles. Cuando los inversores reclamaban a gritos un recorte del 0,75%, el 20 de marzo, optó por un 0,50% que tuvo un efecto insólito: por primera vez, un abaratamiento de los créditos hizo hundirse a la bolsa.
Los analistas de Merrill Lynch o Goldman Sachs lamentan que Greenspan mantenga una visión supuestamente 'arcaica' de las bolsas, y subrayan que el eje gravitacional del pequeño ahorro se ha desplazado desde las cuentas bancarias y la renta fija a las acciones.
Más de la mitad de los estadounidenses tienen dinero invertido en bolsa, un dinero que se está evaporando día a día. Aprendida la lección de 1929, los economistas clásicos no creían que una crisis bursátil pudiera por sí sola detonar una recesión. En este momento, sin embargo, los índices bursátiles como Dow Jones o Nasdaq condicionan directamente la evolución del consumo doméstico, que a su vez representa dos tercios del Producto Interior Bruto (PIB) de EE UU.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.