Pasión
Mañana es Jueves Santo, y me pregunto cuántos escolares saben cuál es la peculiar santidad de este jueves. Dirán: 'La crucifixión de Jesucristo', pero lo santo no es la ejecución en la cruz, sino el rescate que simboliza y el cambio de un ritual basado en el sacrificio del cordero, a otro que comparte el pan y el vino. Muy pocos conocen ya la Pasión, el relato que expone una nueva concepción de la muerte aparecida hace dos mil años. Sin embargo, Occidente no es sino el resultado de esa concepción de la muerte y de la inmortalidad que llamamos cristianismo.
El olvido de los saberes innecesarios es una prueba de salud y de fuerza intelectual. Nadie usa la astrología o la alquimia si no es con fines de entretenimiento. Pero el olvido de saberes esenciales es señal de cataclismo. Si preguntamos a los escolares por qué razón murió Jesucristo, es dudoso que sepan contestar. La pregunta puede ser más rara. ¿Cómo explican que una criatura humana, ínfima y nula, se rebelara contra su omnipotente creador? O más oscura. ¿Es comprensible que un padre condene a morir a su hijo para salvar a unas criaturas que le han ofendido? El relato de la Pasión estipula el infinito valor que nos concedemos los occidentales, y nuestra terquedad en no ceder ante Dios, el cual tendrá que matar a su hijo para mantener el contrato con sus criaturas. Los occidentales somos divinamente díscolos. O satánicamente soberbios. Ha de morir un dios para que acatemos un cierto orden celestial. A regañadientes.
El relato de la Pasión hizo pasar noches en vela a Hegel, horas eufóricas a Nietzsche, sonó como una geometría invisible a oídos de Bach, condenó a la agonía a Pascal y a Dostoievsky, está vivo en las grandes obras europeas que aún no han sido arrasadas. No es un cuento chino sino el relato de nuestro origen. Y ahora se hunde en la oscuridad de lo innecesario, convertido en un rito pintoresco, como las cándidas hechicerías de los pueblos silvestres.
Pero con el eclipse de la Pasión se eclipsan también los occidentales, aquellos pueblos que compartieron un relato de rebeldía, un mito sacrificial y un fundamento común. Lo que ahora muere en la cruz es nuestra propia memoria.
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