El canto del padre

Murió joven, después de bregar en la política: de la alcaldía de Güimar, villa grande del sur de Tenerife, a la presidencia del Parlamento de Canarias. En la política ejercía con convicciones y honestidad en un tiempo en el que las utopías no otorgaban títulos de ingenuo sin arreglo. Pero a él, más que las ideas, me lo acercaba su gusto por la poesía, su sensibilidad, su vitalismo. Y lo recuerdo siempre con la sonrisa pronta de seductor y no con el velo de tristeza en los ojos, quizá barrunto de la muerte, de la última vez en que nos vimos. Lo recuerdo con la sonrisa de una ocasión en que lo encontré con un niño, hijo suyo, sin que pudiera sospechar que un día, ahora, si viviera, sería reconocido probablemente no como Pedro Guerra, que así se llamaba, sino como el padre de Pedro Guerra, su hijo cantautor. El hijo ha salido más feo que el padre y más taciturno, pero cuando veo el recuento de su ofrenda musical de ahora, con todo un catálogo de buenas intenciones -tolerancia y encuentros, tierras sin fronteras, hombres que no se venden, indígenas que recuperan la dignidad perdida-, constato que el padre y el hijo se entenderían bien. Y al ver ahora al hijo, con ese aire de místico de una nueva espiritualidad con vaqueros con que aparece en los carteles, al lado de un tenderete de velas, flores y frutos, flaco como cuadra a su imagen embebida de meditador hindú, con la ropa justa del que todo le sobra, tan distinto en las formas a su atildado padre, convencional éste en el vestir, veo, en su afán de hacer regresar lo que se ha ido, cómo llama a su padre y canta su deseo de preguntarle 'cómo ser siempre uno mismo'. Visto desde fuera no parece que este joven Pedro Guerra vacile en su identidad. Pero toda coherencia está tocada por las dudas, los miedos y la necesidad de encontrar antídotos contra esos miedos por los que querría ahora preguntar a su papá. Papá cantó se titula esa canción en la que evoca al padre cantando y se recuerda a sí mismo, junto a él, soñando con lo que ahora es. No es la única canción de Ofrenda, su nuevo disco, en la que apela a su biografía para construir un altar tan lleno de colores como ese escenario de niños y de globos que se trajo un día de Oaxaca para darle forma de canción. Le ha servido la experiencia para mirar, solidario, al mundo, pero quizá también para mirar hacia dentro de sí mismo y hacerse preguntas, o rescatar respuestas con las que ya contaba y tenía olvidadas en el propio baúl de su vida en las islas. A veces se canta por cantar o por distraerse y distraer a los demás. No parece que ése sea el caso de Pedro Guerra, el hijo de Pedro Guerra.