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Columna
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Desmadres

A juicio de respetables comentaristas políticos, nada se dice o se hace en la vida pública sin que responda a ulteriores propósitos. Y así suele ser, evidentemente. Como en el ajedrez, se mueve una pieza con la intención puesta en el enésimo movimiento, aunque el objetivo sea fútil. A la postre, ese equívoco vale tanto para la gran como para la pequeña política. Lo que cuenta, en definitiva, es el juego con sus amagos, artimañas y las cábalas que suscitan las presuntas tácticas.

Esta semana, el PP valenciano nos ha ofrecido una exhibición de estas fintas y acrobacias dialécticas cuyo sentido último -de tenerlo- sólo conocen sus portavoces. Recordemos: los populares pactan con el PSPV la elección del Síndic de Greuges, Bernardo del Rosal, a cambio de renovarle el mandato a la síndic adjunta Emilia Caballero. Yo te doy, tú me das. Correcto. Sin embargo, cumplida la primera parte del pacto -la elección del Síndic-, el PP prende una traca de amenazas, reproches y requerimientos que nos sumen en la perplejidad.

En vez de congratularse del feliz desenlace del contencioso que venía prolongando la inestabilidad de la institución, decimos de la mentada sindicatura, el vicepresidente Joaquin Ripoll se sale por peteneras y, desvirtuando los hechos, airea que los socialistas se opusieron previamente al candidato, cuando en realidad sólo se oponían al método electivo. ¡Bonita manera de agradecer los imprescindibles votos parlamentarios de sus adversarios! En sincronía con este desahogo, el portavoz popular Alejandro Font de Mora amenaza con vetar a la síndic adjunta si el PSPV no enmudece o neutraliza al diputado Andrés Perelló, promovido a bestia negra contra el partido gobernante.

Al final, los pactos se han cumplido y las aguas siguen por su cauce, o eso parece, pues la volatilidad de los acuerdos bien puede trastocar la precaria paz. Pero queda una pregunta en vilo: ¿qué demonios pretendía el PP, cuando obviamente carecían de fundamento sus desaires y, sobre todo, cuando su pretendido veto a Perelló equivalía a meterse en corral ajeno, además de consolidar el prestigio parlamentario de su adversario? La verdad es que no se entienden estos flatos verbales, de no ser que respondan a una estrategia oculta o, más a ras del suelo, a una trastada pueril aprovechando la ausencia del presidente y pastor máximo Eduardo Zaplana.

A lo peor, todo hay que verlo bajo este prisma. Abunda en ello, por ejemplo, la incontinencia simultánea del presidente de la Diputación de Alicante, Julio de España, quien en el curso de un rifirrafe corporativo ha reputado de sinvergüenzas políticos a sus opositores socialistas. No son modales. Y lo mismo habría de anotarse acerca del consejero de Cultura, Manuel Tarancón, que no se ha cortado un pelo para acusar de fundamentalistas a ciertos profesores universitarios por exigir corrección lingüística en el uso movedizo del valenciano. Con tales radicalismos dudamos que algún día se restablezcan los puentes con la Universidad, lo que no dejará de ser un baldón para un partido centrado y centrista, como se define el PP.

Y para acabarlo de arreglar, el consejero Rafael Blasco, fino augur y no menos analista político, pronostica que Esquerra Unida desaparecerá como fuerza parlamentaria en las próximas elecciones. Lo mismo previno en punto a Unión Valenciana y ahí tenemos a los regionalistas, en la inhóspita intemperie. Joan Ribó y los suyos tienen motivos para alarmarse con esta crónica anticipada de su destino.

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Debemos suponer que la pausa vacacional sosegará los ánimos belicosos del partido gobernante, crecientemente susceptible ante el menor repunte de la oposición. Y lo grave no es la susceptibilidad, sino que pierdan los papeles a poco que les aprieten un poco las tuercas. ¡Qué será, pues, el día en el que la izquierda, más allá de ejercer de Pepito Grillo, plantee alternativas razonables!

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