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Columna
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Diosas y dioses

En Antequera han encontrado bajo tierra la cabeza de una diosa que, según dicen, llega del siglo II después de Cristo. Celebramos siempre estas apariciones del noble tiempo ido y encarnado en bello mármol, romano, fotogénico e intemporal. Estas cosas nos gustan porque prueban la existencia del pasado, es decir, la vida antes de nuestra vida: nos dan una impresión de perdurabilidad, de inmortalidad, de vida más allá de la muerte. Abrieron Antequera para construir una calle de circunvalación, hacia el futuro, y encontraron el tiempo intacto de hace 2.000 años, detenido prodigiosamente en una cabeza de mármol.

Es fascinante el pasado bello y pulido y bien terminado. Conozco a buscadores y coleccionistas de coches antiguos, muebles antiguos, libros antiguos, fotos antiguas, apellidos antiguos. Incluso tuve un amigo que me enseñaba el álbum fotográfico de sus antepasados, y una vez identifiqué en la foto de una señora con sombrero (la supuesta bisabuela de mi amigo) el fondo de Roma, aunque mi amigo me decía que su pariente antigua jamás había salido de Madrid. Mi amigo compraba a su familia antigua en un anticuario. ¿Qué más daba? Todos los muertos de la tierra son nuestros antepasados, ¿no? La diosa arqueológica y artística de Antequera pertenece a un patrimonio común, humano, por encima de las heridas del tiempo y de la historia real: nos invita a imaginar, en su imposible belleza pulidísima, que lo que contiene la tierra es común, de todos.

Estos días son de apariciones que sugieren perdurabilidad: ayer me pareció oír gritar a los vencejos, pero no los vi (cada año apunto el primer día que veo a los vencejos). Llegarán pronto: ya hay mosquitos y pronto habrá vencejos persiguiéndolos y chillando. Ya se ven moscas, ya se anuncian los claros clarines, el tambor, la corneta, los santos torturados, los penitentes con sus capirotes como aguijones de enormes insectos con ojos-agujero. Una promesa de inmortalidad: eso es la Semana Santa siempre repetida, la alegría de la repetición sin fin de los días excelentes, infantiles, la fiesta del Hombre-Dios capaz de morir y salir del nicho. En otro nicho, bajo tierra, como la diosa de Antequera, han encontrado a 17 personas que viven o mueren en un subterráneo, bajo una especie de capucha de penitente colectiva y pétrea, de hormigón: 20 metros cuadrados de tumba viva en El Ejido, Almería, para 17 personas, marroquíes sin documentos.

Ana Torregrosa ha descrito en este periódico las condiciones del sepulcro: 20 metros cuadrados, dos metros de altura, un búnker excavado en un campo de tiro que ahora es un basurero. Veinte metros cuadrados, tres colchones, 17 personas bajo tierra porque nadie les alquila una casa. Los 17 trabajan esporádicamente, poco, en los campos plastificados de la zona. Beben el agua imbebible de una poza. Entran y salen del agujero por la rendija por donde en otros tiempos entraban y salían los cañones de las escopetas. Extraña coincidencia: en el mismo día en que el Ayuntamiento de Antequera presentaba a su diosa desenterrada, el Sindicato de Obreros del Campo sacaba a la luz a los 17 enterrados de Almería.

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