No perdamos la ambición
Uno de los fenómenos más relevantes ocurridos en la España contemporánea es el despegue de Madrid. En pocos lustros, Madrid ha dejado de ser la villa y corte de un Estado premoderno para convertirse en una de las grandes ciudades de Europa. Madrid es hoy una gran metrópoli política, económica y cultural. Por primera vez España dispone de una capital capaz de actuar de catalizador de la proyección internacional del país. Es un gran cambio, que beneficia a todos.
Madrid es así causa del progreso de España; y también es consecuencia del mismo. El auge de Madrid está íntimamente ligado a la profunda transformación que hemos experimentado en los últimos 25 años, así como la normalización de nuestra presencia exterior. Madrid es sobre todo de los madrileños, pero también es de todos los españoles. Ese es su gran activo.
Existe en Barcelona una sensación de que se ha perdido peso relativo en el contexto español
La rapidez de todas estas transformaciones plantea, inevitablemente, la cuestión de cómo deben repartirse los réditos del progreso. Es difícil dar una respuesta definitiva a esta pregunta, pero no es aventurado pensar que puede existir un margen limitado para una mayor descentralización institucional: pública y privada. ¿Por qué determinados órganos reguladores de la competencia o tribunales fiscalizadores de la acción del Estado no pueden tener su sede en Valencia o Sevilla? ¿Por qué las fundaciones, los centros de formación o los centros de I+D de algunas de las grandes empresas privadas españolas no pueden radicarse en Barcelona o Bilbao? ¿Por qué no, si ello contribuye a consolidar el tejido de ciudades y las nuevas tecnologías facilitan los procesos de descentralización?
Dar respuesta a estas cuestiones es importante. Pero desde una perspectiva estrictamente catalana hay otras preguntas seguramente más relevantes. Porque, por ponerlo en los términos de un artículo reciente de Pasqual Maragall en estas mismas páginas, tan necesario es discutir si Madrid se va, como si Barcelona se queda.
Existe en Barcelona (y en Cataluña) una sensación de que en los últimos años se ha perdido peso relativo en el contexto español y también en el europeo. Es una percepción que la estadística no avala (puesto que la ganancia de bienestar ha sido enorme), pero que corre en paralelo, por ejemplo, a la pérdida de la sede de algunas empresas emblemáticas o al creciente flujo de catalanes que buscan su futuro profesional más allá del Ebro o de los Pirineos. Fundada o no, lo cierto es que esta preocupación subyace en el corazón del debate político en Cataluña.
Es probable que todo ello tenga mucho que ver con el auge de Madrid. Casi por definición, la consolidación de Madrid implica el reposicionamiento de Barcelona. En todos los ámbitos: el económico, por supuesto, pero también el cultural, e incluso el sociológico. Barcelona (Cataluña) ha dejado de ser cabeza de ratón para convertirse en parte vital de un todo mucho más interesante. En sí mismo ello es una gran oportunidad de progreso... que sólo será posible aprovechar si, para empezar, se asume plenamente. Recuperados los elementos identitarios básicos, procede hacer un cierto ejercicio de madurez y entender que, sin necesidad de renunciar a nada, España y el español son la mejor 'ventana de oportunidad' de que hemos dispuesto nunca para proyectarnos al mundo. Ello es especialmente importante para Barcelona, si, como ciudad mestiza, pretende reivindicarse como capital en el mundo editorial, de los contenidos multimedia o de la nueva economía.
Más allá de todo ello, los retos que hoy afronta Cataluña son los propios de una sociedad moderna. Y lo cierto es que -sin perjuicio de posibles mejoras futuras- ello se hace con más instrumentos que nunca. Por ello parece sensato que el debate se concentre en cómo mejor utilizar dichos medios.
¿Qué hacer? Lo primero, seguramente, una reflexión abierta sobre los logros de los últimos años. Sin duda, muchos, pero con algún matiz: hay que valorar, por ejemplo, hasta qué punto el imprescindible fortalecimiento institucional ha podido lastrar el pleno desarrollo de una cultura de la oportunidad y el riesgo, o en qué medida se han aprovechado todas las posibilidades de gestión, más allá de primar los elementos identitarios. Y hay que analizar, también, por qué en el ámbito de la educación no ha sido posible poner en pie un sistema -no una o dos instituciones- fundamentalmente distinto del heredado, a modo de buque insignia del propio gobierno.
Hacer balance debe servir para confiar en las propias fuerzas. Es obvio que hoy el poder está en Madrid, Londres o Washington (¿lo estuvo nunca en Barcelona?; ¿lo estará siempre en Madrid?). Pero la capacidad de progreso y de liderazgo no tiene por qué estar inevitablemente ligada al entramado institucional: Cataluña fue locomotora de modernización de la España del siglo XIX a pesar de que su poder político era mínimo; y los magníficos Juegos Olímpicos de 1992, organizados desde Barcelona, fueron quizá la mejor carta de presentación que España ha presentado nunca al mundo.
Y finalmente, hace falta ambición. Mucha ambición. Si hay objetivos y proyectos llegarán los recursos. Públicos y privados; de Cataluña, del resto de España y del resto de mundo. Centrémonos, pues, en los objetivos. Imitemos lo mejor de Boston, Amsterdam o Singapur. Aseguremos que todos nuestros hijos pueden 'ver mundo' y que hablan con fluidez varias lenguas, además de catalán y el castellano. Abramos definitivamente las puertas -de la universidad, de los hospitales, de la administración...- a los mejores: quizá descubriremos entonces que hay una plétora de catalanes -y de no catalanes- dispersos por el mundo 'que se mueren por volver'. Primemos el talento, cuidemos el detalle y la calidad...
No se trata, como algunos proclaman, de salvar a Cataluña. Ni tampoco de que Cataluña se salve a sí misma; desde la derecha o la izquierda. Es probablemente más sencillo que todo eso. Basta con debatir sobre lo que se quiere hacer y cómo alcanzarlo: abiertamente y sin complejos. Con toda la ambición.
Miquel Nadal Segalá es secretario de Estado de Asuntos Exteriores.
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