_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Trapos

Esta vez no son bellos caballos de metal los que han entrado en el templo del arte moderno. No son harleys, ducatis ni benellis albardadas de cilindros de plata. Esta vez no son motos, son trapos. No el calcetín famoso del avispado Tàpies, sino los trajes del modisto italiano Giorgio Armani. La tercera planta del Museo Guggenheim sirve de escaparate a 400 trajes diseñados por el famoso creador de moda y empresario italiano. Los comisarios de la exposición no se paran en barras a la hora de otorgar a los trajes de Armani el estatuto artístico, aunque, curiosamente, lo que más abundaba en la inauguración no eran pintores, escultores o poetas tronados, sino famosos del papel cuché. No faltó ni la Preysler.

No creo que a estas alturas haya nadie que piense seria y honestamente que el souflé de titanio del Guggenheim se levantó para exponer, promocionar y divulgar el arte. Ni siquiera los cornudos del viejo arte moderno del que se reía Salvador Dalí pueden ser tan ingenuos para desconocer que el continente, en este caso, siempre ha de superar al contenido. Lo importante, como en el tosco chiste de los bilbaínos, es que el museo logre meter goles, es decir, visitantes. Los argumentos mercantiles son bastante más creíbles que la coartada artística. Desde luego que los juicios estéticos pueden ser variables, pero tampoco tanto como para poner en la misma balanza a Ramoncín y a Mozart, a Ana Rosa Quintana y a Shakespeare. No ponemos en duda el talento de los grandes modistos. Pero lo de incluir algo tan útil como la alta costura entre las bellas artes -tan inútiles- resulta cuando menos paradójico.

Seguro que recuerdan aquel cuento infantil titulado El traje nuevo del emperador. Ahora el emperador no está desnudo. Ahora lo viste Armani porque el arte, sobre todo si la Fundación Guggenheim posa su mano mágica sobre él, es coser y cantar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_