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Columna
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Pan y chocolate

El escritor Juan Benet publicó, allá por el comienzo de los ochenta, una serie de artículos en la prensa diaria, escritos al hilo de la actualidad, que todavía hoy, veinte años después, se leen con indudable agrado. La prosa de Benet, vigorosa y de periodo largo, parece resistir muy bien el paso del tiempo que tantos estilos brillantes arruina. He vuelto a estos artículos de Benet al leer, en los periódicos de estos días, la programación prevista por el Teatro Principal de Alicante para el último trimestre de la temporada. Pensaba que en uno de estos artículos, que recordaba vagamente, encontraría las claves del malestar provocado por la lectura de esta programación, que los diarios han ofrecido con extraordinario despliegue, como si de un relevante suceso cultural se tratara.

Si repasamos una por una las obras que acudirán al Principal en las próximas semanas, pocas objeciones cabe hacer, en principio, a la programación prevista. Aquí están algunos de los espectáculos más aplaudidos por el público de nuestro país y de los más considerados por la crítica. Los espectadores alicantinos tendrán ocasión de ver Dulce pájaro de juventud, de Tenesse Williams; Los caciques, de Carlos Arniches; Madame Raquin, de Zola; El alcalde de Zalamea, de Calderón, en una representación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, más una obra de Sanchís Sinisterra y otra, El cumpleaños de Marta, del joven autor alicantino Paco Sanguino.

Sin embargo, tras la lectura de esta relación de obras admirables -¿deberíamos decir, tal vez, venerables?- uno no acaba de sentirse satisfecho. Se advierte en todo ello una falta de atrevimiento, de renovación, de novedad que es lo que, en resumidas cuentas, hace mover el mundo del arte y cambia el gusto de una sociedad. A la vista de estas obras, resulta evidente que la dirección del Principal ha programado con el pensamiento puesto exclusivamente en la taquilla, dejando de lado otras cuestiones más arriesgadas. Es una actitud comprensible. Nada hay tan desolador como un teatro con las butacas vacías, malgastando el dinero del contribuyente. Pero, ¿debe un teatro público -y el Principal lo es- tener en la taquilla su único objetivo? ¿No está, de esta manera, traicionando su función y adoptando la de una empresa privada, de carácter estrictamente comercial?

Escribía Juan Benet, en Pan y chocolate -que tal era el título del artículo que yo buscaba y finalmente encontré- que 'la obra que se inserta de manera decidida en una demanda y un gusto dados de antemano deja en buena medida de ser creativa y al no apartarse un ápice de la dieta formada por unos cuantos ingredientes fijos poco a poco convertirá al paladar en un instrumento que admite -sin degustar- lo conocido y rechaza lo nuevo; de ahí la segunda depravación, más grave si cabe que la primera por cuanto atenta a la función primordial de toda iniciativa creadora: pues si pierde su poder de incidencia para abrir en el público un nuevo cauce a su sensibilidad y un mayor horizonte de su entendimiento, no le deja como estaba sino que aún lo retrae más en sus propios hábitos'. Y este peligro de retraimiento, de conservadurismo, de no admirar más que aquello que ya conocemos, es el que yo he creído entrever en esta programación tan ortodoxa con la que el Teatro Principal de Alicante va a cerrar la temporada.

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