Diez minutos
A poco que se haya viajado por esos mundos de Dios nos percatamos de las excelencias que concurren en la sanidad pública española. Y sin viajar, basta con prestar oídos a quienes nos visitan y ponderan desde cualificados conocimientos las bondades del sistema establecido. Otra cosa es que, no sin motivos, y en tanto que beneficiarios, le exijamos mejores prestaciones. Y no digamos ya cómo se nos encienden las alarmas cuando en nombre de un liberalismo trasnochado los gobernantes de turno hacen amagos privatizadores de este sector, conquista irreversible y buque insignia de nuestro bienestar social. O sea, que no nos tienta ni por asomo cuestionarlo.
Sin embargo, nos resulta deprimente que, al cabo de tantos años y de no pocos perfeccionamientos en la calidad y universalidad de sus servicios, háyanse de formular reivindicaciones aparentemente tan peregrinas como la de poder dedicarle diez minutos a cada paciente en los centros de atención primaria y centros de salud. Diez miserables minutos para que el paciente relate sus alifafes, sienta un mínimo de calor humano en lo que otrora se llamó acto médico, y el ojo clínico del facultativo diagnostique con algún fundamento distinto al acertijo. No parece mucho pedir, ni debiera por ello ser necesario convocar paros simbólicos, como ayer aconteció.
Nos consta, claro está, que no es un asunto baladí, susceptible de resolverse sin aumentar plantillas y presupuestos. Pero esto no es, o no habría de serlo, una novedad para los gestores públicos, que responden como si se les demandase lo que no está escrito cuando, en realidad, es a ellos a quienes les concierne anticiparse al problema y no proceder como unos rácanos. Rácanos decimos porque de tal naturaleza se nos antoja la propuesta de la Consejería de Sanidad cuando se aviene a crear 12 nuevas plazas de médicos de cabecera y reconvertir en interinos a otros 60 que se les tiene de refuerzo, siendo así que son más de 600 las que se requieren para garantizar esos pocos minutos de atención al paciente. ¡Y no será por falta de doctores en expectativa de destino!
Ya comprendemos que las finanzas públicas autonómicas no están para alegrías y endeudamientos cuando tantas deudas se han acumulado, hasta el punto de poner en peligro las constantes vitales de nuestra Hacienda y propiciar algún que otro tirón de orejas de los que mandan en Madrid. Pero el gobierno del presidente Eduardo Zaplana habría de arbitrar la fórmula para abordar con plazos, sin pausas y sin limosneos esta laguna sonrojante de la sanidad pública valenciana, tan desmerecedora en el caleidoscopio de euforias a que nos tiene acostumbrado.
Aunque las circunstancias actuales sean muy otras y más felices, viene al caso evocar aquellos años primerizos y lejanos del Seguro Obligatorio de Enfermedad, cuando los galenos, agobiados por el número de cartillas y armados de paciencia ejercían de auténticos médicos de cabecera, dispensando tiempo y comprensión como la mejor y acaso la única terapia a su alcance. En este aspecto el sistema se ha degradado, deshumanizándose, como es evidente y seguramente tan inevitable como irreversible. Pero no está contraindicado que se recupere algún adarme de humanidad, siquiera sea prolongando cinco minutos el diálogo y el contacto con el facultativo de turno.
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