Elegía
Es saludable rendir tributo a las estaciones. El tiempo astronómico ya no regula los trabajos ni decide el destino, pero los augustos dibujos que los antiguos trazaron en el cielo siguen rodando indelebles. La Gran Osa gira descuidada de los humanos, muy pocos marinos llevan en los ojos a la fraterna Estrella Polar, las miradas sólo se alzan para ver fugitivos fragmentos de la estación Mir precipitarse en el océano. La curiosidad ha sustituido a la sabiduría. 'En la pasada noche, cuando esa misma estrella, al oeste del Polo, había ya iluminado la parte del cielo donde ahora brilla...'. Así daba Marcelo la hora en que se le había aparecido el espectro del Rey de Dinamarca. Leer el firmamento estaba entonces al alcance de un centinela.
Abandonado el cielo, se nos impone con mayor fuerza la Tierra, y ahora, dicen en Navarra, ya mocea. Como no vemos el cielo, la Tierra nos asalta con su cíclico trasiego de generación y pérdida. Es tiempo de comprobar que algunos árboles no van a florecer. Ignasi, Enric, José Antonio, Juan, constructores de viviendas, puentes y túneles, esta primavera ya no es vuestra, aunque sí de quienes heredamos vuestras obras. Por eso es saludable rendir tributo a las estaciones y abandonarse hoy a la lumbre nueva de los campos, la calma nocturna y su ladrido lejano, la luna amarilla. Es saludable recordar que somos herederos.
Es saludable recibir con moderado contento a los que hoy llegan, tiernos y desdentados. El nuevo empujón garantiza que la Tierra, tan efímera como los humanos, va a cumplir un nuevo año. También los recién nacidos tratarán de salvarnos y levantarán viviendas, tenderán puentes, perforarán montañas, creerán que es posible habitar juntos, a pesar del odio y la fatiga. Se esforzarán por dejar una herencia y unos herederos.
Sólo salva el esfuerzo de salvar. No importa el fracaso. Es un valor que nos eleva por encima de quienes han aceptado la condena y son nuestra condena, ánimas estériles y teocráticas que odian eternamente y ni siquiera pueden fracasar. Viven ausentes de la Tierra y de las estaciones, encadenados a la muerte. No dejan herencia. Es saludable olvidarlos ahora que, tras el admirable fracaso del invierno, todo vuelve a comenzar.
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