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Columna
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Esteve

El día de San Nicetas y San Wulfrano, obispos, y de San Cirilo y Santa Eufemia, que es la santa patrona de Antequera, terminó su jornada el valenciano de Castellón Francesc Esteve i Gálvez. Una jornada que comenzó en la capital de La Plana en 1907 y finalizó también en la capital de La Plana ese otro día, el martes pasado, cuando el bullicio de la sangre joven invadía las calles de la ciudad, que celebraba sus fiestas fundacionales. La parca se ha llevado a sus 94 años a un arqueólogo, a un conservacionista, y al profesor de Geografía e Historia de varias generaciones de castellonenses que guardan y guardarán en el recuerdo la imagen grande de un hombre pequeño, siempre vestido de negro.

Don Paco tuvo altas distinciones oficiales, medallas de oro autonómicas y cruces de San Jorge; tuvo una laboriosa y larga vida para estudiar y publicar libros sobre Prehistoria, y para excavar el pasado, un pasado que su trabajo convirtió en presente que debemos cuidar y conservar. Francesc Esteve era, en boca del lúdico poeta Miquel Peris i Segarra, un lletraferit corcó que tot ho sap, es decir, un hombre instruido e incansable, un coleóptero del saber, de la etnología y de las letras. A Esteve, orgulloso de su linaje valenciano, le debemos los castellonenses de hoy y del futuro la presencia de una cerámica sin par en nuestros museos: la cerámica antigua de Honda, de Ribesalbes, de L'Alcora. Paco la buscó y la conservó cuando por estos lares se ignoraba el valor del patrimonio, y la legó generosamente a su ciudad; una ciudad casi siempre movida por la insidia provinciana y a la que el arqueólogo siempre contempló con ironía y afecto.

Pero Paco Esteve, más allá de las altas distinciones oficiales y más allá de su cerámica o de sus sesudos estudios arqueológicos, fue y será un maestro modélico, un Don Gregorio como el de La lengua de las mariposas, republicano y sentimental para los miles de alumnos que pasamos por sus clases. Con el sabio Don Paco viajábamos por la Apulia, por Emilia y por Toscana cuando nos contaba las guerras de las investiduras, la simonía de quienes compraban cargos eclesiásticos en la Edad Media; cuando nos contaba las ambiciones de Enrique IV, el del Sacro Imperio Romano Germánico, y las intenciones reformistas del pontífice Gregorio VII, que murió en el exilio amando la justicia y odiando la iniquidad. Don Paco nos hizo interesarnos por una historia que tantas veces es presente. Porque otro día visitábamos Macedonia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, la Gran Serbia, Grecia, Turquía, el Imperio Austro-Húngaro, el problema de los Balcanes, la Primera Gran Guerra y el concepto de balcanización. Y eso cuando apenas nos apuntaba el bozo, y nos quedábamos encandilados si Esteve nos hablaba del problema de las minorías o de los deseos de Serbia por tener un acceso a la costa del mar Adriático. Don Paco, como Don Gregorio, lo sabía todo y lo sabía explicar todo a aquellos castellonenses de entonces y de ahora, en una escuela seria y amena a un tiempo, donde el esfuerzo y el estudio lo tenían a él, a Esteve, como ejemplo.

Por eso, el día de San Nicetas y San Wulfrano, obispos, Francesc Esteve no se fue. Desapareció de las calles de Castellón su anciana sombra. Pero la sombra no es más que sombra, y Esteve es una realidad valenciana palpable que fue creciendo el siglo XX.

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