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Columna
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Encuestas electorales

Hemos entrado de lleno en la precampaña electoral y el que más y el que menos quiere, si no saber, al menos vislumbrar qué nos espera a partir del día 14 de mayo. A unos, los responsables políticos y sus forofos, tal anticipación les sirve para perfilar sus estrategias de seducción y de relación con el contrincante; para otros, los líderes de opinión y de la red asociativa o de intereses, para tomar posiciones ante el poder de la mayoría que más les favorezca; a otros, los ciudadanos menos politizados o motivados o, simplemente, más hastiados y perplejos, por si les dan alguna pista para formar su decisión final.

Ya sé que, además de alguna otra fauna cívica, existen los que se regodean demostrando que sólo sirven para manipular y nunca para informar, porque siempre se equivocan. Para todo esto y algo más están precisamente las encuestas electorales o de intención de voto. Si me permite el lector el atrevimiento, voy a dar alguna pista para su lectura crítica, aunque ya sé que lo más saludable es coger la que a uno más le conviene o apetece. En el fondo, hay para todos los gustos.

Desde que se vio venir lo inevitable, han comenzado a publicarse estimaciones de resultados electorales a partir de tales encuestas de intención de voto, de manera que desde noviembre pasado disponemos ya de casi una docena publicadas (por cierto, el lector puede consultar y contrastar todas estas encuestas en nuestra web del Departamento de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco: www.ehu.es/cpvweb) y algunas otras sin publicar.

Hay que distinguir entre las encuestas y las estimaciones electorales. Por un lado, las calidades de tales encuestas dependen de sus fichas técnicas, sobre todo de sus tamaños muestrales y las características del muestreo y los sistemas de entrevistación, por lo que son variables. Por otro lado, la validez de las estimaciones, además de lo anterior, depende de la mayor o menor cantidad y calidad de la información, en términos de indicadores o predictores, contenida en las encuestas y del grado de conocimiento del comportamiento electoral y de las técnicas de estimación de los expertos responsables, por lo que es importante la marca corporativa y su trayectoria profesional.

Las estimaciones de voto, incluidas las más homologadas, son de por sí arriesgadas, porque tienen que proyectar resultados previsibles a partir de la intención directa de voto de los entrevistados, teniendo en cuenta que hay una parte de los mismos que la oculta (No Contesta) y otra que son los que dicen estar indecisos (No Sabe), además de los que puedan mentir en su manifestación de intenciones, y, sobre todo, cambiar su decisión final por efecto de la campaña (que no de las propias encuestas, aunque puedan ayudar). De la mayor o menor cantidad de éstos depende también el riesgo de la estimación. Pero ese contingente tiende a ser más significativo cuanta mayor sea la incertidumbre social y política del momento, ya sea la incertidumbre del resultado por lo reñido de la competición, ya sea por otras razones.

En nuestro caso, la mayor incertidumbre proviene del miedo, de la falta de libertad y de la tensión política que vive la mayor parte de nuestra sociedad. Esto hace que las encuestas estén dando unos porcentajes de 'no sabe/no contesta' que van de una cuarta parte a un tercio de los entrevistados. Este importante contingente del electorado, en un horizonte previsible de alta participación, que se está estimando por encima del 70%, es más problemático que si la previsión de afluencia a las urnas fuera menor.

Con todo, lo más problemático en la estimación electoral, y hasta en la comunicación política, son las consecuencias de la llamada espiral del silencio producida por el terrorismo y la subcultura de la violencia. Tal espiral tiene dos efectos sicosociales claros: el primero impide que una determinada parte de la sociedad, la más perseguida y amedrentada (al menos, un tercio de nuestros ciudadanos), exprese con libertad sus opciones y su pensamiento; el segundo impide que la predisposición hacia un determinado tipo de preferencias políticas se concrete en el voto a la misma, por miedo a que sus consecuencias empeoren la situación política y les acarreen a ellos mismos más miedo o mayor tensión.

Todas las encuestas coinciden en la frustración cívica mayoritaria por la actual situación de ruptura y crispación, en el reproche genérico a la clase política, en el escepticismo sobre que la situación vaya a mejorar, al tiempo que demandan que unos y otros se pongan de acuerdo para que las cosas vuelvan a su sitio sin mayores rupturas. Es decir, hay demanda mayoritaria de cambio, pero hay vértigo al cambio, porque no se está seguro de no sea a peor. Querido lector, las encuestas no pueden sustituir su propia decisión, solo preverla con mayor o menor aproximación.

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