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Reportaje:

Zapatero explica su España en Cataluña

El líder del PSOE se presenta como el heredero del regeneracionismo español más abierto y liberal

Enric Company

Incluso Jordi Pujol dijo ayer que le gusta la idea de España que el secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, expuso el jueves en la conferencia que dictó en el Círculo Financiero de La Caixa. Los oyentes eran, además de los principales directivos de la entidad anfitriona, empresarios, ejecutivos y dirigentes de la patronal catalana. Con el director general de La Caixa, Isidre Fainé, como presentador y con exponentes tan significativos como el consejero delegado del grupo Planeta, José Manuel Lara, y el presidente de Fomento del Trabajo, Juan Rosell. Y, claro está, la cúpula del PSC, encabezada por Pasqual Maragall, José Montilla y Narcís Serra, y los alcaldes de Barcelona, Lleida y Tarragona.

Ante este auditorio hizo Zapatero un trabajo muy delicado, y lo ejecutó con tanta soltura y convicción que, tras escucharle, los elogios con que Fainé le había presentado se tornaron en un coro de alegrías porque el conferenciante había expuesto ideas sumamente agradables a sus oídos.

Zapatero les explicó que existen españoles de tierra adentro, tan castellanos y leoneses como él, con una idea de España que encaja con la que defiende Pasqual Maragall. Que responde, según dijo, al sentido profundo de la Constitución Española cuando reconoce y consagra la diversidad nacional. Y que enlaza con 'lo que soñaron muchas generaciones de españoles, los regeneracionistas del siglo pasado, los mejores liberales, la Institución Libre de Enseñanza'.

Pese a que la Constitución lleva ya 22 años de vigencia, ésa es todavía, dijo una y otra vez, la 'España pendiente' que él está dispuesto a construir desde el Gobierno. Y no por una cuestión de identidad, sino de patriotismo constitucional, precisó. 'Me da igual cómo se llame. A veces critican a Maragall por hablar de federalismo. Lo que importa es que la España abierta y plural funcionará sólo si dispone de mecanismos adecuados: la reforma del Senado'.

Para los socialistas catalanes estas concepciones del nuevo líder del PSOE son una bendición del cielo. Zapatero no acepta, como tantas veces se ha hecho, las propuestas del PSC como el reconocimiento de la particularidad catalana, la incorporación obligada de lo que Felipe González llamaba 'una cuota parte' ineludible. Hace algo mejor: explica que su idea de España y la del socialismo catalán tienen ancestros comunes y que, por lo tanto, no es una concesión a nacionalismo periférico alguno.

La España 'plural y desconcentrada' de que habló Zapatero se opone a la España ' unipolar, radial y concentrada' de la que el PP es el abanderado. Es una España en la que no sería posible, puso por ejemplo, aprobar un plan hidrológico nacional sin el acuerdo de las 17 comunidades autónomas. Abogar en Barcelona por la desconcentración en múltiples polos del poder económico y político, que en las últimas décadas tiende a concentrarse en Madrid, sólo podía sonar bien a la audiencia catalana.

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Pero Zapatero hizo todavía algo más. Explicó que sus comportamientos de ahora son el anticipo de los que quiere tener el día de mañana desde el gobierno. Prefiguran las actitudes que desea consagrar como activos compartidos por todos los partidos, los valores ciudadanos que quiere poner al margen de la lucha partidista, lo que en Francia son los valores republicanos. Puso un ejemplo: 'Quiero que mi hija y la de mi vecino, que es de derechas, obtengan la misma respuesta cuando pregunten en casa qué diferencia hay entre la gente con piel clara y la gente con piel oscura'. A eso obedece que haya ofrecido diálogo al Gobierno sobre tres asuntos especialmente sensibles: la política antiterrorista, el tratamiento de la inmigración y el diálogo social. De momento, sólo en el primer caso ha obtenido respuesta positiva.

Esto añadió un valor particular a las críticas que Zapatero lanzó contra la política económica del PP por no defender a las pequeñas y medianas empresas, por haber frustrado la posibilidad de que Barcelona fuera la sede de la Comisión Nacional del Mercado de las Telecomunicaciones, por obstaculizar la centralidad relativa de Cataluña en el arco mediterráneo y en la relación de España con Europa.

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