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Lo que el viento nos trajo

Clinton era encantador. Los nuevos inquilinos de la Casa Blanca son realistas-conservadores. Un encantador te hace sentir bien incluso cuando las cosas van mal. Un realista destaca lo que va mal y advierte que si no se arregla irá peor. Un encantador te persuade de que tú ganas si él gana. Un conservador te dice que su interés debe prevalecer sobre cualquier otro. Algunos dirigentes europeos que estuvieron encantados diciendo amén a Clinton advierten sorprendidos que ahora la visión realista-conservadora de Washington no tiene nada de encantadora. Valgan como muestra los siguientes trazos.

Clinton dijo que quería ayudar a Rusia a funcionar con un sistema político democrático y con una economía abierta. Lo que hoy piensa la Casa Blanca es que no logró ni la mitad de la mitad de la mitad de eso, y además intuye que Putin no se va a dejar manipular como Yeltsin. Conclusión conservadora: juntos pero no revueltos, empecemos por poner a los europeos de nuestro lado y luego ya le preguntaremos a Putin dónde pretende situarse. Respecto a China, Clinton cambió de opinión varias veces, por lo que no consiguió hacerse entender ni allí ni en casa. Estados Unidos sigue preguntándose hoy, como en 1992, si Beijing es un socio o un enemigo. Lo que ha cambiado es que entre tanto Pekín se ha hecho más fuerte. ¿Qué hacer entonces? La respuesta conservadora es dejarse de especular y tomar medidas que impidan las peores eventualidades, aunque arruinen las mejores. En lo referente a Europa, Clinton trató de fomentar las coincidencias políticas entre la Unión Europea y Estados Unidos, así como de reducir la dependencia militar de una respecto al otro. Pero a la Administración Bush los resultados le parecen manifiestamente insatisfactorios. Estados Unidos se vio implicado en la guerra de Kosovo, donde poco tenía que ganar, en la que se puso en entredicho su credibilidad militar y de la que salió dejando por tiempo indefinido soldados americanos metidos en un avispero. Por si fuera poco, todos los 'vencedores' de la guerra salieron enfadados y sin ganas de repetir la experiencia. ¿Evaluación conservadora? Hay cosas que no se deben poner en juego si no es perentorio, y hay sitios de los que conviene salir en cuanto se pueda. Los europeos nos han vuelto a liar, pero será la última vez. Ahora, Japón. Las gentes de Clinton se pasaron casi una década diciéndole a Japón lo que tenía que hacer con su economía y Japón se pasó el mismo tiempo haciendo oídos sordos. O sea, que en materia económica no consiguió nada. En materia de seguridad logró que Japón actualizara viejos compromisos, pero en lo referente a China el resultado fue insatisfactorio. Mientras tanto, como subproducto de la crisis de 1997, los recelos antioccidentales se han extendido por toda Asia, e Indonesia se está deshaciendo. Una cosa y otra han reducido las facilidades de la flota americana del Pacífico y el acceso financiero de Estados Unidos al área. En otras palabras, Estados Unidos ha perdido influencia. En Corea no se sabe quién la gana. La reacción conservadora es que en Asia hay que desfacer entuertos y aclarar las cosas.

Los temas nucleares. Tras años negociando un Tratado de Prohibición Total de Armas Nucleares (CTBT), Clinton presentó el resultado como un éxito, pero el Senado rechazó el Tratado. El mundo no sabe qué es lo que quiere Estados Unidos y eso es lo único que no puede permitirse una superpotencia. Mal también el asunto de la proliferación de armas de destrucción masiva. Diez años de bombardeos y sanciones contra Irak, ¿con qué resultados? El pueblo iraquí, convertido en víctima; Estados Unidos, en verdugo; Sadam Hussein, libre de inspectores, y el embargo, haciendo agua en beneficio de los competidores de las petroleras americanas ¿Se puede hacer peor? ¿Han servido los bombardeos por lo menos para parar a otros proliferadores? Ni eso. India y Pakistán se convirtieron en potencias nucleares declaradas. Cuando Clinton llegó parecía que lo nuclear se había ido. Cuando Clinton se ha ido parece que lo nuclear ha vuelto. Para un conservador que se precie, tanta confusión en un terreno tan delicado es intolerable. De ahí la decisión de desplegar un sistema nacional de defensa antimisiles cortando de raíz cualquier veleidad de someter a Estados Unidos a chantaje nuclear. A Rusia, a China y a los europeos no les gusta la idea, pero en Estados Unidos tiene apoyo industrial y popular. Perfecto. Adelante con ella y que quede claro quién es más amigo de quién.

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La novedad de Clinton fueron las intervenciones por causas humanitarias y asimiladas. Primero fue en Somalia y se saldó con serios problemas y pésimos resultados. Después vino Haití, sin problemas y también sin resultados. En Bosnia, Clinton sólo intervino cuando la OTAN se resintió de las discrepancias entre aliados. Esas tensiones se superaron, pero Bosnia continúa siendo un desastre. El punto alto del intervencionismo fue Kosovo, algo que supuso ningunear al Consejo de Seguridad en violación de la Carta de Naciones Unidas y abrió una incógnita envenenada sobre los límites del intervencionismo americano. Una incógnita que se sumó a la otra, esta vez sobre los límites del no-intervencionismo humanitario, que dejó abierta Clinton en 1994 al negarse a actuar para evitar el genocidio de Ruanda. Resultado: el legado de Clinton en materia de intervencionismo humanitario ha quedado ensangrentado por sus dos extremos. ¿Evaluación conservadora? El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, así que caminemos por otros terrenos.

Y sigue una larga lista de cosas diversas. En Oriente Medio Clinton se concentró por completo en el conflicto entre israelíes y palestinos. Si hubiera tenido éxito todo serían alabanzas, pero fracasó y la cosecha es de críticas conservadoras. ¿A quién se le ocurre implicar a Estados Unidos en la discusión sobre la soberanía de Al-Haram al-Shariff? Todo el mundo sabe que el interés de Estados Unidos en Oriente Medio reside en que el petróleo fluya sin sobresaltos a precios razonables, y en que nadie posea armas de destrucción masiva (bastante quebradero de cabeza plantean las de Israel). A esto es a lo que habitualmente se llama 'estabilidad de la región'. Pues bien, Clinton ha dejado la estabilidad maltrecha y mejorarla no va resultar fácil. Desde luego, no van a bastar las buenas palabras. Algo semejante les parece a los nuevos inquilinos de la Casa Blanca la herencia que les deja Clinton en Colombia: un plan que implica militarmente a Estados Unidos en un conflicto que durante 2000 produjo 25.000 asesinatos y más de 3000 secuestros, y se preguntan si van a meterse en semejante guerra civil.

Realmente hay un contraste entre la visión que predomina en Europa sobre la gestión internacional de Clinton y la que presentan los realistas-conservadores americanos. Lo más importante, de todas forma, es el reflejo de esa diferencia en lo que se refiere a expectativas de futuro.

La clave a este respecto se centra en la idea de 'liderazgo americano'. Clinton promovió un modelo de liderazgo global y benevolente. Intentó que todo el mundo (incluidas Rusia y China), con la sola excepción de los rogue states, aceptara una hegemonía estadounidense que él prometía benigna y benefactora. Bush sabe que no lo logró. Piensa que aquello fue el sueño de una noche de verano y cree que Estados Unidos debe despertar porque el mundo ha entrado en una estación más fría respecto a Washington. Cuando Bush habla del liderazgo que debe ejercer su nación, no se refiere al vaporoso y condescendiente liderazgo global de Clinton. Bush habla de un liderazgo disciplinado y localizado; habla de liderar a sus aliados sin hacer concesiones innecesarias. Si algún viejo amigo europeo de Clinton se manifiesta ingratamente sorprendido por tal cosa, es posible que los realistas conservadores de la Casa Blanca le expliquen que la culpa es precisamente de Clinton: tal y como ha dejado el mundo, Estados Unidos necesita tener a sus aliados detrás y bien alineados para poder mantener a raya a quienes no lo son.

El encanto de Clinton ha terminado. La cuestión ahora es si el encuentro con el realismo-conservador americano irá convirtiendo a los dirigentes europeos en dirigidos, o si los empujará a ser dirigentes auténticos.

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático y acaba de publicar Al contrario.

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