_
_
_
_

De la selva al asfalto de ciudad de México

La seguridad en torno a la escuela donde están atrincherados los zapatistas casi se ha convertido en una obsesión

La comandancia general del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) trasladó su cuartel general desde la selvática población de La Realidad a Ciudad de México, donde convirtió la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en un búnker inexpugnable, incluso para sus alumnos y profesores, fieles seguidores de la guerrilla indígena dirigida por el subcomandante Marcos. "Aquí nadie entra si no hay una orden de la comandancia, ni siquiera nosotros que somos parte de la seguridad", dice Alberto Buenrostro, estudiante de antropología y guardia de los zapatistas.

Marcos anunció que los 25 jefes del EZLN emprenden la retirada sin lograr su objetivo: que el Congreso apruebe una ley de derechos y cultura para los pueblos indígenas. Pero el muro de silencio, que obliga a mantener todo en secreto, sigue en la ENAH, al sur de Ciudad de México, en un barrio popular rodeado de modernas plazas comerciales símbolo de la globalización, el enemigo del zapatismo.

"Aquí no entra nadie sin una orden de la comandancia. Ni nosotros, que somos parte de la seguridad"
Más información
Fox acepta las condiciones zapatistas para que Marcos no se repliegue a la selva
Marcos rompe el diálogo con congresistas mexicanos y decide volver a Chiapas
Marcos 'ocupa' la universidad de México para negociar los derechos de los indios

Los rebeldes llegaron desde las montañas, donde tradicionalmente firma Marcos sus comunicados, a la selva del asfalto, la urbe con cerca de 20 millones de habitantes, de desigualdades sociales al por mayor y centro político de la nación. En la ENAH cientos de estudiantes y profesores se organizaron en comisiones para brindar todo tipo de atenciones a los huéspedes, los comandantes y unos 500 indígenas y miembros de la heterogénea sociedad civil que les acompaña.

Con los rebeldes llegaron sus reglas, heredadas de las viejas prácticas de lo clandestino. Puntos de revisión, miradas que hacen sospechoso a cualquiera, cinturones de protección dentro y fuera de la escuela. Amelia Domínguez, maestra de primaria y "solidaria con las causas justas", llegó a la puerta de la ENAH. "Traje unos pocos de alimentos, leche, sal, atún y pan. No esperaba verlos [a los rebeldes], ya sé que su seguridad es primero. Pero sí quería saber qué hacen, qué les hace falta y cómo podía ayudar más. Pero estos jóvenes sólo dicen gracias, no sabemos nada, ni qué falta ni qué hacen los comandantes. Nada, parecen de oficina del Gobierno".

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En la improvisada mesa de información montada por el Centro de Información Zapatista (CIZ) los simpatizantes cambian pero no su discurso. No hay respuestas a preguntas elementales: ¿Dónde y cómo viven los comandantes en la escuela?, ¿qué comen?, ¿dónde están los cerca de 500 miembros del Consejo Nacional Indígena (CNI), que son su primer cordón de seguridad? Las respuestas son de autómata "esa información no la podemos dar, por razones de seguridad". La ley del silencio que impera en las comunidades indígenas donde el EZLN tiene fuerte influencia llegó a la ciudad.

Se han formado comisiones de seguridad, cocina, sanidad y prensa entre otras. Son los miembros de la ENAH los encargados de brindar protección en torno al colegio y su alrededor, pero ni siquiera ellos pueden entrar al edificio donde sesionan, duermen, comen y se asean los comandantes. A ese recinto, donde estan las oficinas y el auditorio de la escuela, sólo entran los elegidos, los más cercanos. Nadie sabe quiénes son. Además, entran los invitados especiales o periodistas que tienen el privilegio de una exclusiva con Marcos.

Bajo la cortina de estable, material del que están hechos los pasamontañas zapatistas, poco se filtra. Como que los indígenas del CNI duermen en la ENAH, que su dieta ha sido precaria, pues la solidaridad no se desbordó. Que están separados por etnias y que, salvo sus líderes, no tienen contacto con Marcos. Los informes de los responsables son escuetos, casi siempre para decir que todo ha ido bien. Pero ni siquiera hay un parte médico de la fuerte gripe que, al parecer, sufre Marcos.

Mercedes Azcarate, un ama de casa, llegó con dos bolsas del "mandado" (víveres), se paseó frente a la reja de acceso, preguntó y finalmente se acercó a dejarlos "para los pobres de México", para comentar a unos aburridos periodistas que "me imaginé que estaban por aquí, que se les podía ver. Yo soy de aquí de la colonia, pensé que por ser vecinos nos dejarían entrar, pero ya ve que no".

Una anónima mujer de clase media llegó con "10 kilos de tortillas, mandadas hacer especialmente para los zapatistas", mientras que Ricardo, un taxista, cuenta que ha hecho "como cuatro viajes". "La gente viene con muchas ganas trae comida, papel de baño, sopa y leche. ¿Dónde están, yo he venido varias veces y los veo?" Esa es la pregunta que nadie responde, por seguridad. Desde el martes, una onda de desconcierto barre el campamento de la comandancia general del EZLN tras el anuncio de que se retira de Ciudad de México. Marcos comunicó intempestivamente que no cumplirá con su discurso de quedarse en la urbe hasta que fuera aprobada la ley de derechos de los pueblos indígenas, que se va con la certeza de que los duros de derecha bloquearon la presencia de los zapatistas en el pleno del Congreso y con ello la posibilidad de reanudar el diálogo de paz.

La noticia cogió desprevenidos a sus seguidores, que apenas un día antes decían que estaban listos para el tiempo que fuera necesario, que la lucha era hasta lograr los derechos para los cerca de 10 millones de mexicanos que son reconocidos como indígenas.

Pero ahora el reloj comenzó la cuenta a tras, los zapatistas se van el viernes -si no hay contra orden-, los campamentos solidarios deben ser desmantelados, ya son pocos los extranjeros que siguen en pie de lucha, los italianos Monos Blancos ya se marcharon, lo mismo que decenas de españoles, franceses y gente de otras nacionalidades. Quedan los mexicanos, en su inmensa mayoría pobres que fueron arrastrados por las palabras de los zapatistas en su "marcha por la dignidad".

Como hongos brotaron en el campo de la Universidad Nacional Autónoma de México. Allí se abrigaron solidarios bajo algunas tiendas de campaña y muchas chabolas levantadas con hules, tablas y cartones por cientos de simpatizantes del EZLN durante 10 días.

Extranjeros y mexicanos compartieron el pan y la sal, recibieron el apoyo de los habitantes de la ciudad de México. El Aguascalientes (nombre de los centros político-culturales zapatistas) Espejo de Agua de la Universidad se pobló en un día, el 11 de marzo, con más de 1.000 simpatizantes de los rebeldes.

Pero fue perdiendo a sus huéspedes conforme pasaron los días. Algunos indígenas volvieron "a informar a las comunidades", decía Juan Sandoval, un indígena cora del norte de México. "Hay que volver y cargar pilas, divulgar el mensaje zapatista", contaba Martín Sorrivas, un joven estudiante de economía de la Universidad de Los Angeles (EEUU).

Los extranjeros llevan en sus mochilas "la energía que nos da la lucha por la causa de los desposeídos, comenzando por los indígenas mexicanos y de los que nada tienen en otros lugares. Somos ahora más fuertes, pues sabemos que hay gente que se preocupa por la humanidad sin importar el color de su piel o sus ideas", decía emocionada Rossana González, una argentina que vive desde hace varios años en la ciudad mexicana de Guadalajara.

En medio de la ola zapatista, los simpatizantes extranjeros recibieron apoyo de grupos sociales y estudiantiles, pero también críticas de sectores de la prensa, entre la cual son llamados "la mugrosidad civil", sobre todo después de que se dieron varios altercados cuando funcionaron como guardias de seguridad de la caravana.

Muchos de estos internacionalistas solidarios sufrieron males gastrointestinales, respiratorios, carencia de agua y alimentos, pues el apoyo de los habitantes de la urbe mexicana no fue como cuando hay alguna tragedia natural -terremotos o deslaves- ocasiones en las que la ayuda llega por montones. Ahora fue a cuenta gotas, como lo demuestran los numerosos llamamientos hechos por los encargados del acopio de víveres y medicinas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_