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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El terrorismo y los ideales

Josep Ramoneda

El ruidoso debate en torno a las opiniones de Heribert Barrera y la frustrada presentación de su libro se centró fundamentalmente en los aspectos más xenófobos o racistas de su discurso. Caía en momento abonado y los medios de comunicación nunca desperdician estas oportunidades. Sin embargo, pasó mucho más desapercibida la afirmación de Barrera de que a él le merecían más consideración los terroristas de ETA porque al menos mataban por ideales que unos delincuentes que matan a unos viejecitos para robar. Creo que es tan sintomática la frase como el hecho de que haya merecido tan poca atención. Porque es probable que a muchos -incluso a algunos de los que más se rasgaban las vestiduras por sus opiniones sobre los inmigrantes o por su arcana visión de Cataluña- les pareciera perfectamente razonable. En nuestra cultura el ideal es una coartada muy extendida para justificar o comprender los comportamientos más atroces.

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Matar a unos viejecitos -o a quien sea- para robar es evidentemente abyecto. Incluso el que lo hace lo sabe. Y recibe el más absoluto rechazo social. El etarra que mató al policía autonómico Santos Santamaría -o los que mataron a cualquiera de las 900 víctimas de ETA- cometió un acto no menos abyecto. Sin embargo, probablemente estaba convencido de hacer un acto heroico -matar por ideales- y se sentía respaldado por algunos ciudadanos -muchos menos de los que él cree porque nada es más propio de estas gentes que la pérdida del sentido de la realidad-. En ningún momento pensó que estaba cometiendo una atrocidad, porque como un joven miembro de Haika ha dicho a La República, están convencidos de que 'matar es legítimo al 100%'. Y el etarra en cuestión no está solo en su apreciación de los hechos. Todavía hay gentes, incluso de indudable tradición democrática, que, sin compartir los métodos de ETA, siguen contemplando su actuación con atenuantes. Simplemente porque se sigue creyendo que matar por ideales tiene algo de respetable que evidentemente no tiene matar para robar, por celos o por simple sadismo. Es decir que hacer el mal en nombre del bien sería menos grave que hacer el mal en nombre del mal. Para algunos incluso equivaldría a hacer el bien. Perverso razonamiento en el que se han cimentado todos los sistemas de terror: de la Inquisición a cualquier forma de totalitarismo.

Matar por ideales como atenuante, cuando no como eximente. Un argumento que siempre viene acompañado de otro que nada tiene que ver con los ideales sino con las relaciones de fuerza: los terroristas de hoy, si ganan, son los líderes del mañana. La frecuente conexión entre estas dos frases confirma la fragilidad del primer argumento. Un argumento, sin embargo, asentado en una tradición que hizo de lo ideal valor y que contrapuso los valores del espíritu -entre ellos los ideales- a las miserias de la carne. El elogio de la fidelidad a las propias ideas hasta la muerte (y hasta matar en su nombre, que es la parte que a menudo se omite púdicamente); la convicción de que hay órdenes que emanan de valores supremos ante las cuales se detiene todo prejuicio moral y, por tanto, de que hay fines superiores ante los que empalidecen los medios; el valor de la obediencia ciega al superior, que el perverso Dios de Abraham ilustró ordenándole matar a su hijo; el carácter purificador de la violencia para limpiar el mundo de infieles, de contrarrevolucionarios, de traidores a la patria o de extranjeros. Son ideas que han ido cundiendo, que han corrido de generación en generación, y que en el siglo XX alcanzaron su máximo esplendor con cuatro genocidios y dos totalitarismos, todos ellos invocando a los ideales, a los valores ancestrales y a las razones superiores. Todos ellos, por supuesto, haciendo de la obediencia el motor de la acción, hasta hacer de la matanza un trabajo rutinario. Es decir, hasta borrar toda noción de conciencia moral en el asesino, como le ocurre al militante terrorista. Se ha hablado mucho del carácter industrial del genocidio nazi, el escritor senegalés Diop cuenta cómo en Ruanda los genocidas designaban las masacres con la palabra trabajo. Y algunos de ellos se negaban a matar fuera de horarios laborales. Los ideales y la productividad al servicio de la muerte.

Y, sin embargo, siguen quedando dudas. La naturaleza del ideal -como algo que trasciende al hombre- es el argumento que sirve para dignificar todo lo que el ideal toca: incluso la muerte. Muchos años de cultura laica no han sido suficientes para poner a los ideales en su sitio. Al contrario, lo teológico ha reaparecido a través de lo político: los fundamentalismos laicos han incorporado sin rubor -y reforzada con la pretensión de legitimidad científica- la coartada de los ideales. Una vez más en nombre del bien y de la verdad todo está permitido. Se trata simplemente de apropiarse del bien y de la verdad y uno queda libre de responsabilidad moral, porque ha obtenido el reconocimiento de que su lucha es por ideales. En este punto es bueno recordar las palabras de un sabio, Julio Caro Baroja: 'La juventud se lanza a gusto a la violencia en nombre de lo que se llaman ideales: es decir, simplificaciones con arreglo a una especie de esquema maniqueo según el cual el Bien está de su parte y el Mal está enfrente; y defendiendo el bien se puede llegar a todo. Al robo, al secuestro, al asesinato'. Y algunos mayores mostrándose comprensivos -a veces, mucho más que comprensivos- con ellos.

En vez de fabular con los ideales, ¿no sería más sensato explicar que la violencia sólo es moralmente aceptable en situación de legítima defensa, personal o colectiva? Es para defendernos del Mal y no para imponer el Bien, que la violencia puede ser admisible. ¿Alguien cree que se puede sustentar razonablemente que los que dicen matar por ideales están defendiendo al País Vasco del Mal?

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