'El rock se acabó con los Sex Pistols'
Pregunta. ¿Me equivoco si pienso que todo lo que llevas puesto lo has diseñado tú mismo?
Respuesta. Pues no. Pero eso no quiere decir que me considere el mejor diseñador del mundo. Quizá los que me gustan son demasiado caros para mí y los que están a mi alcance no me convencen. Aunque también es cierto que si llevo ropa ajena me siento como si fuera disfrazado.
P. Eso es algo que cada día se da más. Ahora, en el año 2001, hay muchas chicas que van vestidas como las chicas de 1971.
R. Tengo una teoría al respecto. Yo creo que las cosas que ves a los cuatro o cinco años se te quedan grabadas, aunque en el momento no seas consciente de ello. Se te queda grabada la ropa que llevaban tus padres. Y a la que puedes te la pones. Especialmente si es horrible: fíjate en el regreso de la pata de elefante.
Diseñador reconocido y músico clandestino, cumple 25 años en el mundo de la moda leyendo a Confucio y escuchando a David Bowie
P. Llevas 25 años en el negocio de la moda. ¿Cansado?
R. A ratos. De todas maneras, yo del negocio no me ocupo: tengo socios para eso, gente muy bien preparada que me dice lo que conviene hacer. Yo me limito a dibujar. Y cada vez menos. Ya no me fabrico las colecciones yo solo, sino que me limito a dar direcciones, a enunciar conceptos. Cada vez me lo paso mejor diseñando objetos: maletines, bolsos, relojes... Estoy muy contento de una cama que acabo de diseñar... En cuanto al negocio de la moda, la verdad es que no tengo excesivos contactos con él, ni llevo una gran vida social: mi presencia en el mundo de la moda se reduce a los desfiles, que me gusta controlar personalmente, aunque sólo sea para elegir la música, y a alguna conferencia que doy de vez en cuando, aunque me resisto todo lo que puedo. Por dos motivos: me pongo muy nervioso y no me gusta viajar.
P. Y yo que te hacía todo el día metido en un avión...
R. El avión me da bastante miedo, y no comparto el concepto actual de las vacaciones, que parece consistir en irse al quinto pino y no parar una hora quieto. Actualmente, mis vacaciones ideales pasan por instalarme en Pekín, en casa de los padres de Chang, mi mujer, y dedicarme a leer. Es un entorno muy agradable, porque fomenta la introspección creativa: como nadie habla español y yo no hablo chino, todo el mundo me sonríe mucho pero nadie me dirige la palabra. Te aseguro que es muy relajante.
P. Siempre pensé que había algo oriental en tu aspecto.
R. Cada día me interesa más lo oriental, y no sólo porque viva con una china. Soy un hombre que lee menos de lo que quisiera, probablemente porque trabaja más de lo que debería, y mi consumo cultural va a fragmentos. Una novela me puede durar un mes y una película en vídeo una semana. Tal vez por eso me he aficionado a la lectura de filósofos chinos, tan sintéticos ellos: Confucio, Lao Tsé... Están muy bien. Por no hablar de los textos de sexualidad oriental, que también son muy interesantes. Lo de practicar el sexo sin llegar a eyacular, por ejemplo, es algo colosal. Llega un momento que el coco se te dispara en direcciones muy curiosas.
P. ¿No será que con tres hijos ya tienes bastante?
R. Qué va. Los hijos te pueden jorobar la vida si los tienes a los 25 años, pero a los 50... Yo me siento en disposición de fabricar los que haga falta, aunque con ellos las cosas son siempre o blancas o negras, sin matices: o los adoras o los tirarías por la ventana. Durante mucho tiempo me sentí incapaz de tener hijos, pero ahora soy casi un profesional del asunto. Tengo dos de mi anterior mujer y uno de la actual. Se llama Pau, que en castellano significa paz, y en chino, cariño. Paz y cariño en el mismo nombre. ¿Qué más quieres?
P. Una vez me dijiste que te habías metido a diseñador de ropa porque no te atreviste con la música pop.
R. Algo de eso hubo. Mi primer grupo se llamaba Los Gogó, un nombre lamentable, lo reconozco, y lo monté con el que es ahora uno de mis más viejos amigos, José María París.
P. ¿El del grupo de rock progresivo Màquina?
R. El mismo. Fue él quien me dijo que cantaba mal y tocaba la guitarra aún peor, y que me dedicara a otra cosa. El tío me hundió, pero seguimos siendo amigos y aún tocamos juntos los miércoles, en mi única muestra de vida social, que consiste en reunirme con algunos músicos y poner en solfa las cosas que escribo. También es posible que abandonara la música porque intuyera que me iba a quedar calvo muy joven. Eran otros tiempos, no como ahora, que se puede ser calvo y estar al frente de una banda de rock. En los años sesenta ser calvo era lo peor que te podía pasar en la vida.
P. ¿Te sigue interesando el rock?
R. Yo creo que el rock se acabó con los Sex Pistols, que fueron el último grupo fresco, intuitivo y realmente radical. Ahora hay mucha parodia que, además, no es consciente de serlo: fíjate en Lenny Kravitz, que se cree Jimi Hendrix...
P. O en Marilyn Manson, que hace ver que nunca existió Alice Cooper.
R. El concepto de grupo de rock está muy gastado. Prefiero a gente que, flirteando con el techno o con otros estilos, es, en el fondo, mucho más rockera en cuanto a actitud. Pienso en tíos como Moby o Beck.
P. A mí me empieza a pasar eso tan senil de volver a comprar en disco compacto discos que ya tengo en vinilo.
R. Tranquilo, yo puse a Bowie como banda sonora de mi último desfile. Y no el Bowie de ahora, sino el de Ziggy Stardust y Hunky dory. No estuvieron tan mal los años setenta, ¿verdad? El cine, por ejemplo. Todos aquellos cineastas alemanes gracias a los cuales me pasaba las tardes en la Filmoteca: Wenders, Fassbinder, Herzog, Schroeter... Y aquel suizo delirante, Daniel Schmid, el de La Paloma...
P. Contigo se acaba hablando de todo menos del oficio con el que te ganas la vida.
R. No hay mucho que decir al respecto. Creo que soy bueno haciendo ropa para el hombre y mediocre haciendo ropa para la mujer. Tal vez porque no soy homosexual. La moda es un mundo básicamente gay y los que mejor visten a la mujer son los homosexuales. Yo sé cómo hacer que el hombre se sienta atractivo y sea interesante para las mujeres. Otros fabrican vestidos para su mujer interior, se los ponen a las modelos y se acercan de esta manera a los hombres que les gustan y que nunca tendrán porque son heterosexuales. Hay diseñadores que disfrutan vistiendo a las mujeres y diseñadores que preferimos desnudarlas.
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