No vayan con corbata al médico
Cuando vas en coche por Madrid, conviene que lleves los seguros de las puertas bajados, como en Bogotá. Hay pandillas organizadas que en los semáforos abren la puerta de la derecha, mientras alguien te distrae por la de la izquierda, y en un plispás te quitan el alma, el móvil y la cartera.
Es preferible eso a que se te caiga una casa encima, desde luego, o a que salgas a tomar un café y te veas envuelto sin comerlo ni beberlo en una pelea donde se quiebran tráqueas y vuelan las navajas. Pero esto no es todo.
El otro día fui testigo del siguiente suceso: alguien había atravesado un coche abandonado en una calle que la policía tuvo que cortar por razones evidentes. Tardaron más de dos horas en lograr que la grúa acudiera a recoger el automóvil y abrir la calle al tráfico, como es lógico. Y eso que era la propia policía la que daba el aviso. Si llegamos a ser usted o yo, ni siquiera nos atienden. Parece que la grúa se ha colapsado y ya no es que no sirva para fastidiar, es que se ha quedado inútil hasta para hacer el bien. Lo sentimos.
Pero esa misma tarde cogí un taxi que llevaba un cartel con la siguiente leyenda en el lugar más visible para el ocupante: 'Si desea recibo oficial hágaselo saber al conductor antes de llegar a destino. Este taxi no está obligado a llevar cambio de más de dos mil pesetas. No pregunte, absténgase de ello, se lo decimos en beneficio de su propia salud. Prohibido fumar'.
Me habría bajado nada más subir de no temer que este conductor, cuyas relaciones con la realidad parecían tan relajadas, me rompiera la cabeza con un bate de béisbol. No es la primera vez que veo un aviso de este tipo dentro de un taxi. Me pregunto si está prohibido acojonar al pasajero de ese modo y, de estarlo, a quién recurrir.
Ya en casa, oí por la radio que en algunos ambulatorios de Madrid el tiempo de consulta dura menos de tres minutos: lo que tarda el microondas en descongelar una barra de pan.
-Buenos días doctor.
-No diga usted buenos días, que es una pérdida de tiempo, hombre de Dios. Tenemos dos minutos y medio y acaba de perder usted cinco segundos preciosos con el dichoso buenos días. Dígame qué le pasa mientras se desnuda a toda velocidad.
-Es que no necesito desnudarme.
-No me lleve la contraria que el tiempo corre. La camiseta también, quítesela. Qué manía tienen ustedes de venir al ambulatorio con corbata. Quitarse una corbata son nueve segundos, nueve segundos preciosos. A ver qué le pasa.
-Que me duele la garganta.
-¿Y para qué se desnuda por un dolor de garganta? ¿Está usted loco? Señorita, hágale un volante a este enfermo para el psiquiatra.
Y todo así.
Hay que reconocer que la vida se está poniendo muy difícil en esta ciudad maravillosa, incluso cuando Álvarez del Manzano permanece en silencio. El problema es que no hay quien le calle. A los pocos días de afirmar que había que recibir al Barça como a cualquier otro equipo extranjero, dijo que la gente se empeña en rehabilitar casas que es necesario derribar porque están en muy malas condiciones. Uno, perplejo, se preguntaba si basta el empeño del particular para llevar a cabo un disparate arquitectónico o hace falta alguna autorización municipal. Uno creía que esas cosas donde está en juego la vida de la gente no dependían tanto de caprichos individuales como de autorizaciones públicas. Lo grave es que Álvarez del Manzano es de los pocos militantes del PP que no han hecho todavía renuncia expresa a suceder a José María Aznar. Veremos.
Entretanto, coincidí con un productor de cine según el cual en Madrid es ya literalmente imposible rodar una película. Cuesta tres veces más que en cualquier otro sitio y el rodaje se convierte en una carrera de obstáculos absurda. Los guionistas han empezado a huir, pues, de situar la acción en nuestras calles. Madrid va a desaparecer del cine sin que eso parezca preocupar demasiado a las autoridades, obsesionadas con los Juegos Olímpicos.
-En cualquier otra ciudad -me decía el productor- te reciben con los brazos abiertos y los ayuntamientos ponen a tu disposición todo lo que necesitas.
Estamos, pues, llenos de síntomas, de síndromes, de tráqueas rotas y edificios en ruina. Convendría ir al médico, pero cómo contarle un folio y medio en tres minutos. Imposible, aunque vayamos sin corbata.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.